Capítulo 7

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A Judith le pesaban los ojos y la cabeza le dolía muchísimo, sentía un dolor palpitante como si alguien le estuviese golpeando repetidamente la cabeza. Alargó la mano hacia la mesilla de noche y abrió la luz de la habitación. Seguía estando en la habitación de la cabaña, todo parecía indicar que no había pasado nada, sin embargo, las magulladuras en piernas y brazos indicaban todo lo contrario. Cuando se levantó de la cama, todos sus sentidos se pusieron en alerta al detectar una presencia en el exterior. Se apresuró en coger la pistola de dardos y salió de la cabaña mirando a un lado y al otro, entonces vio una sombra entre los árboles y no dudó en disparar haciendo que el intruso gritara de dolor. Ella se acercó deprisa y se encontró con un joven de pelo revuelto que se sujetaba la pierna dónde ella había disparado.

—Madre mía lo siento —se disculpó agachándose al lado del desconocido—. Avisaré a alguien para que te cure esto.

—No hace falta —contestó —. Me curo rápido.

Entonces Judith cayó en lo evidente, acababa de disparar a un vampiro. Un vampiro al que no le había afectado demasiado el dardo de verbena. Un vampiro que se levantó de un salto con una agilidad pasmosa y la miró con sus ojos negros que quedaban algo escondidos detrás de unos mechones castaños. Ella no pudo apartar la mirada de ellos. Era como si aquellos dos agujeros negros la quisieran arrastrar para perderse en la más profunda oscuridad.

—Al final me has atrapado —sonrió él sacándose el dardo de la pierna —. Me alegra ver que... Estás más o menos bien.

Él echó un vistazo al cuerpo magullado de Judith y entonces cogió una de sus manos con delicadeza y le depositó un suave beso en ella. El leve roce de los labios carnosos de aquel joven hizo que su corazón latiera desbocado.

—McKenzie. Derek McKenzie. —Esbozó una encantadora sonrisa mientras le soltaba la mano—. Un honor haberte conocido.

La joven, como si hubiese recibido una descarga eléctrica, se apartó repentinamente de él y lo apuntó con la pistola.

—No te muevas ni un centímetro más.

—Venga ya... —rio él levantando las manos con rendición—. ¿Así agradeces que te haya salvado de James? Anoche no tenías muy buen aspecto en aquella celda.

Judith miró a Derek con el ceño fruncido, no entendía nada, así que supuso que el vampiro solo estaba jugando con ella para ganar tiempo y huir de allí, pero no pensaba dejarlo escapar. Siguió apuntándole con la pistola y llevó su dedo al gatillo, preparada para disparar.

—Judith por favor...

Derek miró a Judith con tristeza, implorando clemencia pero ella no iba a dejarse engatusar por aquel vampiro.

—¿Ayer eras tú al que casi pillé?

—Sí, era yo, me apetecía jugar un poco pero te aseguro que ahora mismo no estoy jugando. Anoche James te secuestró, te llevó a su casa de los horrores y te encerró en una celda. Entonces apareció el gran Derek McKenzie y te salvé.

Infló el pecho como un pavo real orgulloso de lo que había hecho mientras Judith seguía mirándole con desconfianza. Ella no recordaba nada, tan solo recordaba haberse ido a dormir y despertar con algunas magulladuras. Quizás era por eso que tenía arañazos en piernas y brazos, porque había sido capturada por James sin darse cuenta. Bajó un poco la pistola y Derek pareció respirar tranquilo, aprovechó que ella estaba con la guardia baja para acercarse y quitarle el arma de las manos.

—Será mejor que esto te lo guardes. A mí no me afectan estos dardos, deberías saberlo. ¿No te sientes agradecida por mi acto de valentía?

—No tengo nada que agradecer a un vampiro, así que apártate y devuélveme mi pistola ahora mismo.

Entre dagas y colmillos ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora