Capítulo 18

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Limpié mis lágrimas y le agradecí a Alejandra por consolarme. Hace unos años, hubiese sentido vergüenza de llorar frente a ella, pero ahora me parecía estúpido sentir vergüenza por expresar mis sentimientos. De hecho, ya estaba cansado de ocultarlos.

—Pienso que lo mejor que podemos hacer ahora, es hacer todo lo posible para que Mercy pase tiempo contigo. De ese modo se dará cuenta de lo mucho que te ama —dejé salir un suspiro.
—No sé si eso llegue a pasar, Alejandra...
—Pues con esa actitud, obviamente no. Necesito que pongas de tu parte, ¿eh? —me dio un empujoncito con su codo. Yo asentí desganado—. Vamos a buscarla.
—Adelántante, yo iré al baño.
—Okay —estaba por entrar al baño pero me detuvo—. Y Daniel, ponla celosa. Ponla lo más celosa que puedas.
—Pero yo no quiero hacer eso. Suficiente tiene ya con el patán de su novio y su mejor amiga.
—Necesitamos hacer que se de cuenta de que te sigue amando. Y sólo sucederá eso si le haces sentir cosas. Y los celos son un sentimiento muy fuerte. Créeme —me rasqué la nuca. Tenía sentido. Pero de todas formas, me costaría hacerle eso a Mercy.
—Está bien... —la miré entrecerrando los ojos—. Pero si me engañas con esto, te juro que...
—Tranquilo, Daniel. Mis ganas de ayudar son honestas. Y mi cariño hacia ti también —levanté una ceja—. No de esa forma, tonto. Ya apúrate, no queremos que se vaya.

Asentí y entonces entré al baño. Me mojé el rostro, tratando de borrar cualquier rastro de tristeza que quedaba en él. Me miré al espejo, tratando de evitar que cualquier emoción se reflejase en mi cara. Sonreí. Aún no perdía el toque.

Salí y me fuí a buscar a Alejandra. Cerca del centro pude ubicarla hablando con Mercy.
Puse el mismo gesto que hace unos minutos, y por sobre todo, traté de no mirarla a los ojos. Pero eso lo hice porque tenía un inmenso miedo de que si lo hacía, aquél toque que presumía no perder, se iría al diablo.

—¡Daniel! Justo a tiempo. Estaba diciéndole a Mercy lo mucho que me gustaría ponerme al día con ella —por un momento no supe qué decir. No sabía si seguirle el juego, decirle algo a Mercy, o simplemente quedarme callado. En ese momento lo que mejor pude hacer fue recordar lo que Alejandra me había dicho hacía tan sólo unos minutos: ponla celosa.
—Creo que mejor te llevo a tu casa, ya es un poco tarde —entonces pasé mi mano por la espalda de Alejandra, acomodándola en su brazo izquierdo, y apegándola ligeramente a mí.

Mercy cerró los ojos. Lo había logrado. Tenía ese gesto que solía poner hace dos años. Ese mismo gesto que pone cuando habla de Elisa. El mismo gesto que puso cuando habló sobre Andrea. Un atisbo de esperanza surgió en lo más profundo de mi ser.

—Hey, hey, ¿Estás bien? —Alejandra llamó su atención— ¿Qué te parece si dejamos esta conversación para mañana? ¿Un helado?
—Yo... —su mirada se perdió en el suelo. No se veía nada bien. Moría de ganas de abrazarla y decirle que todo estaría bien. Que la amaba y siempre lo haría. Pero no podía hacer eso.
—¿Mercy? —Alejandra pasó su mano de arriba a abajo frente a su rostro— ¿Aceptas, entonces? —me miró— podemos ir con Daniel, claro. Por favor. Realmente me gustaría... Ya sabes, arreglar las cosas entre nosotras —después de haber conocido a Alejandra por tantos años, podría decir que esas palabras fueron reales—. Por favor, dime que aceptas o no te dejaré en paz —sacó su celular y se lo dio a Mercy, para que ella le diera su número. Ella pareció hacerlo.

Se lo entregó y entonces pasó por en medio de nosotros, casi empujándonos en el acto.

—Bien hecho —dijo sonriente— ¡Ve, búscala! —agregó al ver que me quedé quieto— la tenemos justo donde queremos —yo la miré con inseguridad, pero obedecí. Corrí tras ella y al alcanzarla tomé su mano. Ella volteó molesta.
—Mercy —podría jurar que sus ojos brillaron.
—Daniel... Yo... —no dejé que siga, pues sabía que buscaría alguna excusa para esfumarse. La conocía demasiado.
—Encontrémonos mañana —busqué cualquier excusa. Usé la de Alejandra—. Sé que Alejandra no es tu persona favorita, pero quizá deberías escucharla.
—¿Escucharla? ¿Sabes todo lo que me hizo pasar? —envolví sus manos con las mías. Aún podía sentir aquella electricidad cada vez que la tocaba.
—Sólo escúchala, tomemos un helado, seamos... —me dolió decirlo— amigos.
—Está bien. Nos vemos mañana —no me dejó decir nada más, pues se fue inmediatamente. Nuevamente, sólo quería abrazarla y hacerla sentir mejor.

Te amé, coma, te amo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora