Te amé, coma, te amo

Capítulo 7

El timbre de mi celular hizo que me levante de golpe.

—¿Quién habla? —contesté, molesto ya que habían interrumpido mi sueño.
—¡Amor! ¿Cómo estás?
—¿Emmi? Creí que no me volverías a hablar más —esperaba que no lo hiciera, así no me vería obligado a lastimarla.
—No seas tontito, eres el amor de mi vida, sin importar que a veces te comportes como un imbécil.
—¿Qué?
—Okay, okay, lo siento.
—Emmi —me fijé en mi alarma—, son las siete de la mañana, ¿Qué pasa?
—Pues quería preguntarte si hoy quieres hacer algo. Te extraño.
—Eh... Hoy no puedo, Emmi.
—¿Por qué? —la escuché molesta.
—Tengo cosas que hacer. Además, es el último sábado de descanso que tendré. El lunes comienzo con mi nuevo trabajo —traté de meter cualquier excusa en el camino.
—Ya no vivimos juntos, y te extraño. No me digas que volveremos a lo de antes.
—En serio no puedo, Emmi. Te lo compensaré, lo prometo.
—Haz lo que quieras, Daniel —entonces colgó.

Rodé los ojos tratando de decirme a mí mismo que no debía sentir culpa. Hace algún tiempo, cuando empezamos a salir, ella pasó un par de semanas viéndose con su ex. Y finalmente sucedió lo inevitable. Me fue "infiel".

En su momento no me molestó, pero a medida que pasaron los meses, algo dentro mío se sentía ligeramente triste. Ahora, para tratar de sentir que no era una mala persona, pensaba en eso. Ella me hizo lo mismo. Sabía que no era ninguna justificación, pero realmente era lo único que evitaba que me hundiera en la culpa.

Me puse la almohada sobre la cara con desesperación al saber que no podría volver a dormir.
Me levanté con resignación.
Entonces recordé lo que quería hacer ayer y no pude.

Me vestí, desayuné algo y entonces me subí al auto.
Tomé el papelito que ayer había guardado en la guantera, y me encaminé hacia la dirección que estaba anotada en él.

Estacioné el auto una calle antes y estuve durante media hora dándole sorbos a mi té frío mientras analizaba la casa.
Cuando finalmente su madre salió de ella, esperé otros diez minutos y entonces bajé del auto.
Alejandra me había dicho que en la casa solamente vivía Alejandro con su madre, así que básicamente, Alejandro estaba solo.

Me paré en frente del porche y pensé en lo que la hermana de Diego me había contado aquél día en el que Mercy se fue. En ese momento quise matarlo, pero claramente ciertas cosas se pusieron en mi camino.

Sin dudarlo más y con muchas ansias, le dí al timbre.
Alejandro salió, y no tuvo tiempo de decir nada, pues inmediatamente le dí un empujón entrando a la casa. Cerré la puerta aprovechando su confusión, y entonces le dí un puñetazo en la nariz.

—¡Cuál es tu maldito problema! —lo sostuve del cuello de la playera.
—Tú. Tú eres mi problema —lo lancé al suelo y él retrocedió a rastras. Yo lo acorralé—. ¿Me recuerdas? —no le dejé responder—. Déjame refrescarte la memoria —lo levanté nuevamente—. Le arruinaste la vida a la persona que más amo en este mundo. Y tienes que pagar por ello.
—¡Hey, hey! ¡Eso pasó hace dos años, cálmate!
—¿Que me calme? —reí—. Pronto te daré una buena razón para que me pidas eso.

Lo empujoneé, obligándolo a que me lleve al baño.
Le dí otro puñetazo.

—Y quiero asegurarme de que no te atrevas a acercarte a ella nuevamente —agarré su cabeza, jalando de los cabellos, y lo puse en frente del inodoro—. Lámelo.
—¿¡Qué!? ¡Estás loco!

Tomé la jabonera del lavabo, y la lancé hacia la pared detrás suyo. Tomé uno de los pedazos.

—Lámelo, o le haré a tu rostro un bonito dibujo.
—Yo... Yo... ¡Te acusaré con la policía!
—¿Ah, sí? Entonces démosle a la policía una buena razón para encerrarme —me acerqué a él sin miedo a hacerle daño. Sabía que era demasiado cobarde como para acusarme con la policía.
—¡Está bien, está bien!