Capítulo 22

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Apoyé mis brazos en los costados de la silla, y me acerqué al rostro de Mercy.
Ella cerró sus ojos, dejándome ver sus hermosas y largas pestañas. Entonces miré sus labios. Estaban cubiertos por una ligera capa de brillo labial. Se veían perfectos. Sentí algo revolverse en mi estómago.

Entonces corté el espacio que quedaba entre nosotros, dándole un beso.
Quise que el mundo se detuviese en ese mismo instante. Sus labios sobre los míos era lo único que me importaba entonces.
Suaves y dulces, como algodón de azúcar. Se movieron al compás de los míos, y pude sentir su pequeña y fría mano en mi mejilla. No supe exactamente cuántos segundos duró el beso, pero para mí fue como un agujero en el tiempo. Fue como escaparme de mi miserable y oscuro rincón para recostarme sobre el pasto, mirando un arcoíris en el cielo.

—¡Ah! —chilló Alejandra mientras aplaudía, una vez que nos separamos— Muy buena elección, Daniel.

El rostro de Mercy estaba rojo como una manzana, pero tenía una media sonrisa que asomaba, iluminándolo todo a su alrededor. Sus ojos brillaban como dos estrellas, con incredulidad, sin poder despegarse de los míos.

Le regalé una sonrisa ladeada, y me relamí los labios. Dios, cómo quería llevármela para besarla sin detenerme hasta que nos quedásemos sin aire.

Volví a mi asiento, sabiendo que eso sería todo por la noche. No podía precipitarme, pero a la vez no podía dejar de pensar en lo sucedido, y en que ella me recibió el beso, no solamente aceptándolo, sino devolviéndomelo también.

Entonces miré el rostro de Diego. Apretaba la mandíbula, y si las miradas matasen... Bueno, yo estaría no solamente muerto, sino reducido a cenizas.
Miré a Max, sin darme cuenta de que buscaba aprobación en su rostro, pero solamente tenía las cejas levantadas, sin dar crédito de lo que acababa de suceder.

Después de unos cuántos minutos más jugando, el círculo se disolvió y la música volvió a sonar. La fiesta aún estaba viva, pero pronto sería hora de irnos a casa.

Alejandra se acercó a mí de forma disimulada, me ofreció un vaso con soda, y dio unos cuántos pasos hacia atrás.

—Pronto será momento de actuar —dijo, detrás mío, bebiendo de su vaso. Emití un sonidito, haciéndole saber que no entendía nada de lo que estaba diciendo—. Diego se la llevará al pasillo y comenzarán a discutir. Ahí es cuando yo entro, tú esperas un minuto, y apareces también. Ten por hecho que Elisa se meterá.

Me llevé el vaso a la boca, tomé un gran sorbo y mientras mantenía el borde del vaso pegado a la comisura de mis labios, le pregunté por qué.

—Bueno, verá que si alguien más puede besar a su novia, entonces ella puede besar al novio. No ahora, claro, pero desde ahora la verás pegada a Diego como una garrapata —quise mirarla, pero me contuve. Repito: parecía una terrorista.

Conté los segundos, dudando de ella sin saber por qué, si hasta ahora todo lo que había dicho había funcionado.
Entonces, Diego se llevó a Mercy.
Alejandra se dirigió hacia ellos lentamente, y antes de desaparecer volteó a verme, para recordarme el plan.

Esperé un minuto, sintiéndolo más como una hora.
Entonces caminé en la misma dirección, y los encontré a los tres en el pasillo.
Mercy llevaba los brazos cruzados, mirando hacia el suelo, y Diego discutía con Alejandra.

—Ay, por dios —decía ella—. No seas tan mojigato. Era un reto —entonces Diego dirigió su mirada hacia mí cuando hice mi aparición. Nuevamente apretó la mandíbula.
—Tú —se acercó y me dio un ligero golpe en el pecho. Quise reaccionar, pero Alejandra se metió cuando Mercy lo llamó por su nombre.
—¡Wow!, Cálmate. Era un reto. ¿O no? —me miró.
—Lo siento, viejo —Mercy lo sostenía del brazo, pero su mirada seguía pegada al piso de madera—, los retos se cumplen, ¿no? —le sonreí, de una manera ácida que quizá no debí. Nuevamente se acercó para darme otro golpe.
—¡Basta! —Alejandra lo detuvo poniéndose delante mío— En todo caso, fue mi culpa. No creí que te molestaría tanto, Diego. Lo siento —le dijo, y él retrocedió, entrelazando su mano con la de Mercy. Tragué saliva.
—Hey... ¿Está todo bien? —cuando Elisa apareció, casi quise sonreírle a Alejandra. ¿Cómo diablos lo hacía?
—Sí, no te preocupes. El novio se nos puso un poco celoso —rió Alejandra.
—¡Que no vuelva a pasar! —Diego me apuntó con su dedo índice.
—¡Ya! Tranquilo, te dije que es mi culpa. Además, fue sólo un beso, ¿O no, Elisa? —ella me miró y luego miró a Diego. Pasó por alto a Mercy.
—Sí, un beso no hace nada —dijo, sonriéndole a Diego.

Te amé, coma, te amo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora