Capítulo 16

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—Hey —saludé a Max al bajar a la cocina.
—Hola, hermanita —él me tendió un platillo con waffles— ¿Cómo dormiste?
—Bien, ¿Y tú?
—Bien, bien... —lo miré extrañada, pues él no dejaba de mirarme.
—¿Pasa algo?
—No.
—Anda, parece que pusiste veneno en los waffles y estás esperando a que me pegue —él rió y finalmente le dio un mordisco a la comida.
—Creí que anoche te quedarías donde Diego. Ya sabes, su fin de semana libre...
—Eh, sí. Pues al final no nos vimos.

Él arrugó el entrecejo y le echó miel a sus waffles. Me ofreció un poco y yo negué con la cabeza. Seguía mirándome como si estuviera esperando a que algo pasase.

—¿Me vas a decir de qué va esto? Ya deberías estar en el taller —le dije, mirando mi reloj de mano.
—¿Pasó algo entre Diego y tú? —rodé los ojos y me levanté del taburete.
—Aquí vamos...
—Mercy...
—Max —imité su tono— ya te dije lo mucho que me molesta cuando te pones en el rol de padre. Déjame a mí y a mis cosas en paz, sabes que si algo malo está pasando, te lo diré.
—Es solamente que los he notado ligeramente tensos estos días.
—Estamos bien, Max. Gracias por tu preocupación.

Tomé mi mochila y me la puse en los hombros, encaminándome a la puerta.

—¡Mercy! —no pude escuchar más de lo que me dijo, pues salí de la casa para irme al trabajo.

Me hartaba el hecho de que cada vez que algo parecía andar mal, Max se ponía en un papel de hermano mayor sobreprotector y me sacaba respuestas que a veces ni siquiera existían, solamente para asegurarse de que todo estuviese bien.
Entendía su motivación. Me mordí la lengua al pensar en eso. Pero, de todas formas, me agobiaba.

Muy aparte de eso, también estaba molesta porque no quería hablar de Diego. No le había respondido los mensajes durante días. Jamás habíamos tenido una pelea tan intensa como esta. Lo que más me molestaba de nuestra pelea, era el hecho de que su razón era completamente absurda. No podía comprender por qué Daniel le causaba tanta inseguridad.

Mis pensamientos intrusivos quisieron apoderarse de mí pero lo impedí.
Sí, sí. Daniel me había gustado alguna vez, pero eso había sido hace mucho. Ahora estaba con Diego y era él quien me gustaba.
Nuevamente me mordí la lengua, pero esta vez no supe porqué.

(...)

A los dos días, mi celular estaba a punto de estallar por los miles de mensajes que Diego me había enviado y estaban en bandeja de entrada, sin ser vistos.
Por momentos sí me parecía un poco cruel hacerle eso, pero le había dejado muy en claro que no hablaría con él hasta que se tranquilice y me hable con calma como la persona adulta que es, y tenía que mantenerme firme con esa decisión.

Después de llegar del trabajo me recosté en la cama. Había sido un día duro. La cafetería se llenó y no tuve descanso.
Por otra parte, estaba sonriendo como tonta, pues Daniel me había estado recogiendo del trabajo. Me llevaba chocolates, de los únicos que me gustaban, o me llevaba a tomar un helado, y eso me hacía sonreírle como niña pequeña. Seguía sin comprender cómo era que Daniel me conocía tan bien.
Mientras pensaba en él y en su hermosa sonrisa, me quedé dormida con el uniforme del trabajo encima.

Más tarde, sentí una suave caricia en la frente, y mis ojos se abrieron lentamente.
Frente mío estaba Diego con un gran ramo de flores. Me froté los ojos, sentándome.

—¿Diego?, ¿Qué haces aquí?
—Vine a pedirte perdón, Mercy.
—Diego...
—No, no —me interrumpió—. Me comporté como un verdadero idiota, y me avergüenzo por completo de mi actitud. Si tú —puso un mechón de cabello tras mi oreja— me dices que no hay razón para estar celoso, entonces no la hay —plantó un suave beso sobre mis labios, y yo sonreí debajo de los suyos.
—Sabía que volverías a tus cabales —le acaricié la mejilla—. Tú sabes que tú eres a quien... —por alguna razón, las palabras tardaron en salir de mi boca. Diego arrugó el entrecejo—. Tú eres a quién amo —forcé una sonrisa, esperando que no se diera cuenta.
—Y tú a quien yo amo, Mercy.

Te amé, coma, te amo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora