Capítulo 25

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Al día siguiente, desperté abrazada a la almohada.
Suspiré derrotada. Había soñado con Daniel una vez más.
Me quedé en la cama mirando hacia el techo. De pronto todos los recuerdos de la noche pasada me azotaron. Suspiré, temerosa. ¿Qué había pasado? Me había dejado llevar por completo. No sólo había besado a Daniel una sola vez, y no sólo lo había disfrutado, sino que tuvimos un encuentro más allá de un simple beso después de eso.

Me senté en la cama y me restregué el rostro con las manos. Rabia, culpa y desesperación se mezclaron en mi mente mientras me escondía tras las manos, como si alguien más estuviese ahí, viendo y juzgando todo lo que había hecho. Todo lo que estaba sintiendo.
Me levanté casi de un salto, corriendo hacia el baño, pues sentía un ácido subir por la garganta que era incluso más rápido que mis pasos.
Tratando de apresurarme más que él, levanté la tapa del váter y comencé a devolver. Un líquido amarillo tiñó el agua. Pero como si algo quisiera aumentar aún más mi tormento, un fuerte dolor se expandió por toda mi frente y nuca.

Me senté al lado del váter, sosteniendo mi cabeza. Una ráfaga de pensamientos comenzaron a cruzar por mi mente.
No, pensamientos no; esto ya lo conocía. Eran recuerdos. Pero nunca antes había sucedido con tanta intensidad.
Escondí la cabeza entre las rodillas, cerrando los ojos con fuerza.
Era como si las cosas se estuvieran reproduciendo en cámara rápida. Tan rápido que parecían querer desaparecer. Apreté los ojos aún más. No, no se me escaparían, no esta vez.
Pude sentir las lágrimas resbalar por mis mejillas.

Unos ojos.
Los ojos de Daniel.
Y unos labios.
Sus labios.
La casa del árbol.
Luces, pero oscuridad.
Trataba de agarrar los pensamientos, pero se me escapaban como las semillas de un diente de León, volando por todas partes.

«Te amo, Daniel. Te amo mucho.» mis propias palabras retumbaron en mis oídos.
Una carta.
Todo se veía borroso, no podía más, no podía retenerlos más o mi cabeza estallaría.
De pronto, el fuerte estruendo de lo que parecía ser un camión o algo parecido inundó mis pensamientos.

Sentí que me faltaba el aire, y solamente pude sentir mi garganta arder por el fuerte grito que solté, pero no fuí capaz de escucharlo. Nada era consistente, mi mente se había derrumbado.
Tras eso, todo era oscuridad, y sentí mi cuerpo chocar con el frío suelo del baño.

(...)

Me removí incómoda en la cama, el punzante dolor de cabeza seguía ahí.
Al abrir los ojos, tuve que acostumbrarme a la oscuridad de la habitación. ¿Acaso era ya de noche?
Al darme cuenta de que no estaba en mi habitación, me levanté de golpe, agitada, con ganas de salir corriendo, pero lo único que obtuve fue un fuerte mareo.

—¿Mercy? Hey, hey, todo está bien. Estoy aquí —dijo Daniel, levantándose de su escritorio y acercándose a mí. Entonces me dí cuenta de que estaba en su habitación. Las cortinas estaban cerradas, y al ser negras, esa era la razón de por qué parecía haber anochecido.
—¿Q-qué pasó? —pregunté, y pude sentir mi voz temblar. No sólo la voz, sino las manos, las piernas, y para ser justos, el resto de mi cuerpo también.
—No estoy seguro... Esperaba que tú lo supieras —dijo, haciéndose el cabello a un lado. Sus ojos estaban oscuros y eran indescifrables, como siempre. Pero pude notar cierta preocupación en ellos.
—Y-yo... —traté de formar una oración, pero mi mente no lograba unir las palabras, ni los hechos. Parecía todo una maraña de lana, sin comienzo ni final. Todo estaba completamente enredado.
—Te escuché gritar, y corrí hacia tu habitación, pero todo lo que ví fue tu cuerpo tendido en el suelo de tu baño —me dijo, sosteniendo mis manos. Las suyas estaban calientes, y se sentían... Como casa, mi casa. Mi hogar—. Me preocupé mucho, no supe qué hacer... Y-yo... No sé si esto ya te había sucedido antes, o... No lo sé... —sonaba derrotado. Debajo de sus hermosos ojos había dos grandes ojeras. Cuando dirigí mi mirada hacia su escritorio, tenía una gran lámpara encendida, iluminando en dirección a sus planos y computadora.
—¿Q-qué hora es...?
—Son las doce del medio día, más o menos.

Te amé, coma, te amo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora