8. Estás en todas partes

485 40 0
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Llegar a casa después de un día de mierda con ganas de darte un baño relajante y toparte con que la que creías que era tu maleta, en realidad no lo era, no fue lo que se dice acabar bien el día. Por suerte, Ricardo, mi chofer —o, bueno, más bien el de mi padre y ahora mi salvavidas—, me había conseguido algo de ropa en unas horas para poder ir a trabajar y salir a correr.

En cuanto tuve un hueco, llamé a la aerolínea para notificar el error con las maletas y rezar por que pudieran encontrar la mía. El hecho de viajar sin parar me enseñó a como actuar en esos momentos. Sí les decía que la había cogido por error, se limpiarian las manos y me dejarían todo el muerto a mí, pero si en cambio, mentía y exageraba un poco la situación...

—Buenas tardes, soy Enzo Olivar —saludé—. Llevo dos días llamando, pero todavía no me habéis dado ninguna respuesta sobre mi maleta. Estoy perdiendo la paciencia, y eso solo os va a ocasionar problemas legales que van a resolver esto mucho más rápido.

—Buenas tardes, señor Olivar, le atiende Rosalinda —me respondió cordialmente—. ¿Me puede indicar que ha ocurrido exactamente?

—Habéis perdido mi maleta.

—¿Puede indicarme el vuelo y las características de la valija?

—Es negra. —Me puse más nervioso por momentos—. Es muy importante que la recupere, la necesito ya —expresé en tono autoritario.

—Señor Olivar, necesito que se relaje ahorita mismito y me haga una descripción un poco más precisa si quiere que pueda ayudarle, ¿sí?

—Es una maleta negra, ya se lo he dicho —insistí sin paciencia—. Es grande, cuadrada, tiene dos ruedas... —resoplé—. Una maleta normal.

—¿Tiene algún detalle que la caracterice?

—No. —Pensé durante unos segundos y recordé la inscripción—. Bueno, sí tiene. Un candado y mis dos iniciales grabadas. Una e y una o en mayúsculas.

Maldije en bajo por no haberme dado cuenta hasta ese momento.

—Gracias, señor, esto nos servirá de ayuda. —Se escuchó un teclado de fondo—. Necesitamos que nos facilite sus datos. En cuanto sepamos algo más nos pondremos en contacto con usted..

—Claro. Mi nombre es Enzo Olivar. ¿Le doy mi número o mi dirección?

—Lo que usted prefiera.

—Pues las dos.

Tras darle mi número de contacto, la dirección de la villa donde me hospedaba y decirle en repetidas ocasiones que era muy importante que recuperase mi maleta, la pobre chica había conseguido deshacerse de mí y de mi mal genio, pero conseguí lo que me propuse.

Creía que mi estancia en México no podría ir a peor, pero sí, sí que fue a peor.

Si no, ya lo verás.

Intenté tranquilizarme, y cuanto más pensaba que no lo estaba consiguiendo, más nervioso me ponía.

Al final sí que iba a ser un troglodita, pero uno con la peor suerte del mundo.

Su voz retumbaba en mi mente, su aguda y delicada voz me inundaba por dentro, como una melodía pegadiza que no conseguía quitarme de la cabeza. Era consciente de que tenía una amplia sonrisa en la cara. Me miré al espejo y no me reconocí. Agité la cabeza para sacarla de mis pensamientos. La sonrisa desapareció y, como de costumbre, fruncí el ceño.

Era solo una niña; una que apenas conocía. Pero, a pesar de eso, ya tenía por seguro que me iba a dar más que un problema, porque era una niña con aspecto extraño y una risa contagiosa que no conseguía dejar de recordar.

Una con la que no debía seguir fantaseando.

Cuando abrí la maleta por primera vez, un olor que jamás podré olvidar inundó toda la habitación. Dentro solo había prendas de colores chillones y estampados de todos los estilos. El tamaño de la ropa era diminuto, como si se tratara de la maleta de una cría de unos doce años, más o menos. No es que yo fuera un experto, pero la ropa era para muñecas. Seguí mirando, aunque ya sabía que esa no era mi maleta. Había bikinis, maquillaje, zapatos y una pequeña bolsa de tela que comenzó a vibrar cuando la toqué.

La cerré de golpe cuando lo que supuse que serían unos juguetes infantiles temblaron en mis manos.

Me estaba volviendo loco. Debía de estar alucinando por creer que Ágata estaba por todas partes, porque todo eso me recordaba a ella: los colores, el aroma, todo.

Decidí ponerme ropa de deporte y salir a hacer lo que mejor se me da: huir de los problemas.

Llevaba horas corriendo sin parar. El sitio era bastante tranquilo, apenas había diez villas en toda la zona, y a esa hora aún no había nadie por los caminos solitarios. La luz comenzaba a bajar por el horizonte, y aunque conocía a la perfección esas calles, sabía que no podía tardar mucho en poner rumbo hacia casa. Mis piernas ya no podían más, así que aligeré el paso.

Revisé de nuevo el móvil. No tenía ninguna noticia nueva de la maleta. Habían pasado casi veinticuatro horas desde que llamé y seguía sin saber nada al respecto. Aceleré el paso. A lo lejos pude comprobar que un vehículo que no conocía estaba aparcado justo delante de mi casa. Cuanto más cerca me encontraba, más consciente era de que una melena rosa aparecía en el interior del vehículo.

Sentí que se me aceleraba el pulso. Apreté con fuerza los ojos.

Debía de estar soñando. Era eso o que se me hubiera ido la cabeza del todo.

El rostro de Ágata se mostraba cada vez con mayor claridad. Ella aún no me había visto, pero yo no podía dejar de mirarla. Se meneaba al ritmo de la música: sus hombros se movían de un lado para otro mientras reía a carcajadas. Desde fuera parecía una auténtica lunática. Sin embargo, una inmensa felicidad se apoderó de mí nada más verla. Todo el cabreo que cargaba había desaparecido en cuanto reconocí su melena rosada.

El corazón se me aceleró cuando estuve a pocos metros de distancia. No sé qué narices hacía en mi puerta bailando la canción de Mon amour, pero no me importó.

Seguía sin comprender qué narices me pasaba, por qué no había podido dejar de pensar en ella, por qué se había metido en mis pensamientos, por qué no había dejado de cruzármela desde que la conocí, y por qué no quería que desapareciera de mi vida nunca más.

Ahora me doy cuenta de lo idiota que fui, del gran error que cometí con ella, por cobarde, por inseguro, pero, sobre todo, por no confiar en las palabras que una vez me dijo y que no logré comprender.

Pero todo a su debido tiempo. Ya te contaré después qué pasó, pero primero te explicaré cómo me fui enamorando poco a poco de la pelirrosa que llenó mi vida de color.

Olvidemos quienes fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora