26. Dejo el móvil en sonido

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Tenía la impresión de estar viviendo por primera vez, y era aterrador. La sensación de falsa libertad, de saber que, en apenas nueve días, todo volvería a la normalidad: México quedaría atrás, y Ágata con él. Nueve días y volvería a sentirme encerrado en la torre de marfil, nueve días y olvidaría lo que se sentía al ser real, nueve días y no habría ni rastro de su energía, del sonido de su risa, de sus infinitas pecas, de su sabor...

Solo me quedaban dos opciones: alejarme todo lo posible de ella o exprimir al máximo el tiempo que me quedaba a su lado. En otra ocasión no habría dudado de mi elección, pero esa vez sentía que todo era distinto, que nunca antes había experimentado algo parecido, y eso hacía que no pudiera sacármela de la cabeza.

Mi móvil vibró y la pantalla se iluminó.

Espero que no me hayas dado el número de un restaurante chino.

Estaba claro que no iba a dejar que me alejase por mucho tiempo. Leí varias veces el mensaje de Ágata con una sonrisa en la cara. Solo a ella se le habría ocurrido que le daría un número falso cuando fue idea mía hacer el intercambio.

Tecleé una respuesta.

Perdona, ¿con quién hablo?

¿Ahora te has vuelto gracioso? Veo tu foto de perfil, troglodita.

¿Y qué tal salgo?

Repeinado. He pensado que quizá deberías dejar de comprar fijador.

Estás más guapo al natural.

¿Ahora también eres estilista?

Soy multifacética, chaval.

No creo estar preparado para tal cambio.

Qué suerte la tuya haberme conocido.

¿Qué estás maquinando ya?

Al nuevo Enzo.

¿El de ahora no te gusta?

El de ahora me encanta. Pero todo se puede mejorar siempre.

Fui consciente de cómo la conversación tomaba una dirección peligrosa, de cómo ambos nos dejábamos llevar.

Hablar con una persona que no puedes ver siempre es mucho más fácil. Te abres más de lo que harías en persona, te vuelves valiente.

Y eso fue justo lo que me hizo ser Ágata: valiente.

Jamás pensé que podría rebatirle algo a mi padre, que daría en voz alta mi opinión, aunque supiera que no le gustaría. Nunca me había visto capaz de llevarle la contraria o de exigir que se me oyera, nunca antes hasta ese día, hasta que sentí la mano de Ágata rodeando la mía. En ese momento, estuve seguro de que podría hacerlo, aunque solo fuera por un segundo.

Con el tiempo he aprendido a manejar la situación. Es más fácil hacerle creer a la gente que lleva la razón. Se sienten bien y yo me ahorro una discusión que no va a llegar a nada. Siempre actué de esta manera con mi padre, y hasta entonces me fue genial: él pensaba que tenía la razón, y yo finalmente hacía lo que creía necesario. Aunque desde fuera parezca que mi padre me maneja como a una marioneta, yo soy consciente en todo momento de lo que hago. Se me da bien fingir ante los demás que no me entero de las cosas.

Vivir en una familia nacida para liderar me ha enseñado a ser frío y calculador, y gracias a mi padre he podido practicar cada día de mi vida. Nunca nadie se había interesado tanto en conocerme, a la persona que hay dentro de toda esta armadura, hasta que llegó Ágata. Por eso quizá no era consciente en el momento de cómo me estaba perdiendo, de que cada vez me parecía más al Enzo de verdad, y no al que mi padre había creado.

¿Era eso lo que quería?

La pantalla volvió a iluminarse, sacándome de mis pensamientos.

¿Sigues ahí?

Perdona, tenía la cabeza en otro lado.

¿Todo bien?

Tranquila.

Antes no te he dado las gracias.

¿Por qué ibas a dármelas?

Ha sido genial que no le dieras importancia.

Supongo que no ha sido lo que esperaba, pero ha sido agradable.

No creí que fuera a dolerme...

Es algo natural.

¿Cómo iba a reaccionar, si no?

¿Enfadándote? Lo habría entendido.

Comencé a preocuparme por las palabras de Ágata.

Nadie debería pensar que ese tipo de comportamiento es normal.

Ágata, no es normal enfadarse por eso.

¿Has tenido malas experiencias?

Solo era un comentario. Creo que me voy a dormir.

Apenas llevo una hora en casa y mi madre ya ha conseguido darme dolor de cabeza.

Me tumbé a oscuras, iluminado por tan solo la luz de la pantalla. No quería seguir hablando de eso por mensajes, se podía malinterpretar todo y Ágata podía irse por las ramas en cualquier momento. El asunto se me antojó demasiado importante como para aceptar sus evasivas, así que decidí cortar con la conversación como parecía que deseaba para retomarlo más adelante.

Sí, creo que yo también.

Mañana tengo que adelantar trabajo.

Siento haberte entretenido tanto hoy.

Ojalá lo hagas más a menudo.

Me voy a dormir, pero dejo el móvil en sonido por si me necesitas.

Buenas noches, señor Olivar.

Buenas noches, niñata.

Te odio.

Yo más...

Pulsé la foto de perfil de Ágata. Aparecía con el pelo de color naranja chillón. Tuve que mirarla un par de veces para confirmar que era ella, pero el brillo de su mirada era inconfundible. Sonreía a la cámara con naturalidad, como si aquel hubiera sido el mejor día de su vida. El pelo le llegaba por debajo de los hombros, lo tenía mucho más largo entonces, y sujetaba entre las manos un cachorro de perro. Se la veía joven, radiante, feliz, y no pude dejar de mirarla, de ver lo guapa que estaba con todo lo que se ponía, de lo bien que le quedaba la sonrisa como complemento, de lo que me habría gustado haber estado con ella ese día.

Me pregunté quién habría tras la foto, quién sujetaba la cámara mientras ella sonreía.

Ese simple detalle me hizo sentir una punzada de celos en la boca del estómago, porque algo tenía claro: ese no había sido yo.

Olvidemos quienes fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora