28. Tengo suerte de haberte conocido

454 38 5
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Nuncame habían gustado las tecnologías. Si tenía un teléfono móvil, era pornecesidad, no por gusto. Odiaba mantener conversaciones por escrito; preferíahablar en persona, y ya no hablemos de las redes sociales, una auténticapérdida de tiempo. 

Pero ahí estaba yo, abriendo los ojos por primera vez en el día y mirando deprisa la pantalla en busca de un mensaje suyo. El único que tenía era de ella.

¡Tengo una supe noticia que contarte! Muy muy flipante. Pero es secreto.

No debería contártelo. En realidad, no debería estar escribiéndote a las seis de la mañana.

Pero tengo que decírselo a alguien o explotaré. No sé si voy a poder dormir después de esto.

Me costó ocultar una sonrisa. Me la imaginé tecleando deprisa el mensaje, escribiendo mucho más rápido que sus pensamientos, con una amplia sonrisa en la cara y moviéndose nerviosa de un lado para otro.

Su última conexión había sido a la misma hora que su mensaje. Admito que es bastante tóxico pensar de esta manera, pero se me hinchó un poco el pecho de orgullo al comprobar que había sido la última persona a la que le había escrito; quizá incluso hubiera sido su último pensamiento antes de dormir, además de que, fuera lo que fuese lo que quería contarme, había decidido que sería yo la persona a la que se lo revelaría.

Yo.

Creo que nunca antes habían pensado en mí como primera opción, como elección propia. Eso me hizo sentir un poco especial. Especial para ella.

No puedes enviar un mensaje bomba y no revelar nada. Eso no se hace. 

Ahora seré yo el que no pueda hacer nada con su vida hasta que te despiertes y me lo cuentes.

¿Te das cuenta de lo que provocas? ¡Me estoy volviendo un chismoso por tu culpa!

Despierta ya, pesadilla.

Reconozco que el mensaje me tuvo alerta todo el día. Digo todo el día porque ya eran las doce del mediodía y Ágata seguía sin dar señales de vida. No me podía ni imaginar cómo era perder el día de esa manera. No recordaba la última vez que me permití el lujo de despertarme tarde, y ya no hablemos de quedarme en la cama sin hacer nada productivo.

Hacía horas que mi jornada había empezado, pero, como siempre, no sabía cuándo iba a terminar. Las agujas del reloj parecían no querer avanzar, como si el tiempo fuera a un ritmo más lento que el mío. O como si necesitara adelantar algo en concreto.

La llegada de un mensaje, por ejemplo.

Tenía el móvil más cerca que nunca. Lo miraba de reojo entre lecturas de informes y firmas en todo tipo de papeleo. La pantalla se iluminó y dejé de respirar por unos segundos hasta que vi que era otro correo por trabajo. Entonces lo apagué de nuevo.

Olvidemos quienes fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora