16. Ojalá te vieras con mis ojos

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No había planeado llevar a Ágata hasta allí. En realidad, jamás habría imaginado que le enseñaría a alguien a mi lugar para pensar. Cuando me pidió que la sacara de allí, no lo dudé: me despedí de mi acompañante y me disculpé por haber acabado la reunión de forma tan precipitada, pero en ese momento lo único que me importaba era ella, la misma persona que ahora estaba tratando de convencerme para meterme en el agua cristalina del mar.

—¡Venga, venga, venga! —gritaba mientras movía los brazos bajo el agua—. ¡Está buenísima!

—No traemos bañador, y no pienso meterme en traje. ¡Y mucho menos en ropa interior, como tú!

—No seas aguafiestas. ¿Para qué me has traído aquí, si no es para bañarnos? —La miré sin poder defenderme de su acusación—. Esto es precioso, pero lo sería más aún si mi nuevo amigo —recalcó— fuera un poco más... o un poco menos...

—Lo pillo. Nos vamos, si es lo que quieres.

—No, no quiero irme —dijo mientras salía del agua con la ropa interior empapada y se acercaba a mí.

—¿Estás mejor? —pregunté sin poder mirarla.

—Me he comportado como una cría. No sé qué me ha pasado. Quizá mi madre tiene razón en lo de que ya no hay remedio para mí, en lo de que jamás voy a madurar...

Se sentó a mi lado, en la fina arena.

—Es normal sentir vértigo ante los cambios y tener miedo cuando una persona importante para ti se va lejos. Todo lo que has experimentado es razonable.

—¿Tú habrías reaccionado igual?

—No, claro que no. —No pude evitar soltar una carcajada—. Habría aguantado en la mesa el tipo todo el tiempo que hubiera sido necesario, pero porque yo no sé expresar nada, no porque mi comportamiento sea mejor que el tuyo.

Ambos admiramos el horizonte, donde el sol ya comenzaba a esconderse.

—¿Sabes? A veces me gustaría tener tu facilidad para expresar lo que sientes. Lo haces sin miedo a lo que puedan pensar, sin mirar los pros y los contras antes de lanzarte al vacío.

—Pues a mí a veces me gustaría poder guardar todo eso en una maleta con un candado para no poder abrirla —susurró.

—¿Una como la que me robaste? —Sonreí de lado.

—Troglodita... —Puso los ojos en blanco—. Pero lo digo en serio.

—No tienes que cambiar nada —dije con total sinceridad.

No sabría cómo explicarlo, no sabría decir cómo era Ágata a mis ojos, pero digamos que era de esas personas que te llenan con su presencia, de esas a las que no les hace falta hablar para decirlo todo con la mirada, con esos preciosos ojos grises.

Olvidemos quienes fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora