53. Como si pudiera brillar como una estrella

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Lo mejor de una boda es, sin duda, la despedida de soltera. Es decir; si no vas a celebrar una, ¿para qué te casas? Eso y la barra libre. Pero no, Perla era rara hasta para seguir las tradiciones.

—No lo entiendo —me quejé.

—Pues ya te lo he explicado tres veces.

—Y ninguna de tus explicaciones tiene sentido. —La miré con incredulidad—. ¿Estás segura que no quieres ir a un local y emborracharnos como si no hubiera un mañana?

—Es mi boda y es mi despedida —sentenció.

—Podemos emborracharnos igualmente, ¿no? —preguntó Esme, la única que estaba más en mi bando que en el de Perla.

—Ya tenemos una edad —repuso Gema.

—Lo dirás por ti —rezongó Esme—. Yo estoy en la flor de la vida.

—Esmeralda, nacimos el mismo día —replicó su gemela.

—¿Tan mal os parece pasar tres días las cuatro juntas? —suspiró Perla.

—Llevamos casi un mes pegadas las unas a las otras.

—Pero no solas. —Nos miró con ternura—. He alquilado una cabaña perdida en mitad de la nada. Nadie nos va a molestar, hay jacuzzi y podemos poner la música todo lo alta que queramos.

—¿Habrá bebidas alcohólicas?

—Todas las que queráis.

—Me apunto —dije entonces.

—Sí, sí, yo también —me siguió Esme.

—Yo ya dije que sí antes de saber el plan. —Gema se encogió de hombros.

—Pues venga, ya podéis preparar vuestras cosas —anunció Perla—, salimos esta noche.

—¿Hoy? ¿Ya? —la miré atónita.

—Sí, y no quiero más quejas. Me caso en cinco días, después ya os podréis librar de mí.

—Sí, mi señora —me burlé.

Fue extraño darme cuenta de que lo primero en lo que pensé en cuanto dijo «tres noches» fuera en él, en que serían tres noches en las que no sentiría su cuerpo cerca o que no sería lo último que vería antes de dormirme. Era curioso pensar en lo rápido que me había acostumbrado al cambio, cómo lo había convertido en mi rutina; en lo que mi vida había cambiado en apenas unas semanas.

Pasé todo el día con Enzo, como ya acostumbraba a hacer desde que sentí que se iba y lo perdía. Tenía miedo de que pudiera volver a pasar, pero esta vez estaba segura de que sería todo distinto. Ambos habíamos sido sinceros en cuanto a los sentimientos, respecto a lo que queríamos el uno del otro: coincidíamos en que ya nada volvería a ser igual porque éramos un equipo. Ahora todo era un nosotros.

Olvidemos quienes fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora