46. Me encanta verte feliz

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Los días con Ágata a mi lado pasaban volando. Volví al trabajo, pero esta vez me lo tomé con mucha más calma. A mi padre no pareció molestarle el hecho de que no hubiera ido a esa dichosa reunión, como le prometí, y de que hubiera retrasado mi vuelo inicial una semana más para poder acompañar a Ágata a la boda de su hermana. O, al menos, no me llamó para hacérmelo saber. O no le importaba, o estaba tan furioso que me habría despedido directamente. No supe nada de él en los tres días que pasaron desde que decidí no coger ese avión. Bueno, más bien gracias a que las hermanas de Ágata vinieran furiosas a impedirme que hiciera la mayor tontería del mundo. Pero aunque no estaba acostumbrado a trabajar con tanta calma, me vino bien no tener noticias de mi padre en varios días.

Esmeralda me confirmó que todo estaba bajo control, y no la creí del todo hasta que recibí la llamada que llevaba tiempo temiendo.

—Padre —respondí.

—Hijo, ¿cómo estás?

Jamás, y cuando digo jamás es que nunca en mi vida mi padre me había llamado hijo, y ni mucho menos me había llamado para preguntar por mí.

—¿Ha pasado algo? —pregunté, confuso.

—Por aquí todo bien. —Hizo una pausa—. Ya me ha contado tu madre...

Eso no podía traer nada bueno.

—¿El qué exactamente? —inquirí para asegurarme.

—Ese asunto tuyo que ha hecho que regreses más tarde.

Comencé a ponerme nervioso. Ya estaba preparándome para rebatirle o hacerme escuchar, ya no me importaba su opinión ni iba a dejarme pisotear por él.

Había cumplido treinta y cinco años. Tendría que empezar a tratarme como a un adulto si quería conseguir algo de mí.

—No intentes convencerme de lo contrario, no lo lograrás —dije en tono firme.

—Puedes quedarte el tiempo que necesites —respondió para mi sorpresa.

—¿Cómo has dicho?

—Tu madre lleva años intentando convencerme para que me jubile, pero yo siempre ponía excusas porque el trabajo siempre lo ha sido todo para mí, y el hecho de no poder seguir haciéndolo me hacía sentir como un inútil —dijo de forma tranquila y pausada—. Al principio me convencí de que no estabas preparado, pero hace ya años que sé que lo estás, siempre te he exigido demasiado para ver si lograba que hicieras algo mal y así tener la excusa para aguantar un poco más al mando.

Me dejé caer sobre el asiento de piel de mi despacho de las oficinas de México. Mientras, mi padre seguía hablando conmigo como nunca antes lo había hecho.

—Pero después de conseguir que unas de las empresas más importantes de nuestro país, una que llevo años intentando traer a mi terreno en vano, firmase con nosotros... —Hizo una pausa—. Hijo, estoy orgulloso de ti.

Olvidemos quienes fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora