11. Me quedo un rato más

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La mesa donde habíamos estado cenando estaba vacía. No había ni rastro de mi acompañante. Lo busqué con la mirada por la sala, pero con la cantidad de gente que había bailando y los giros que el guaperas que me sujetaba me estaba haciendo dar, era casi imposible poder ver algo con claridad.

Las tres jarras de cerveza que llevaba encima tampoco ayudaban.

Sentía que la piel me ardía, que pequeñas gotas de sudor se me comenzaban a crear en la frente, la boca se me secaba de tanto reír. ¡Y cómo me habría gustado tener una cerveza fría en ese mismo momento!

El corazón me latía con fuerza, pero no sabía si era debido al subidón de adrenalina que te dan los ritmos latinos, o al hecho de que no encontraba por ningún lado a Enzo. ¿Se habría marchado a casa como le pedí? Estaba claro que no iba en serio. A ver... Es lo que se dice cuando ves que la otra persona está incómoda en tu ambiente, ¿no? Pero no iba en serio.

Al menos, no le había dicho que se fuera sin despedirse de mí.

Enzo siempre ha sido poco hablador. Eso por no decir que a veces pensé que era mudo, o que no entendía mi idioma, pero su silencio me gustaba. No me hacía sentir pesada, o que hablaba demasiado, como siempre me ocurría con los demás. Ambos nos compenetrábamos. Él prefería escuchar, y yo prefería hablar. Y aunque parezca algo sencillo, eso no solía pasarme. Todos piensan que soy intensa, pesada, molesta; que agoto mentalmente a cualquiera... Esas cosas que es probable que sean ciertas, pero que no puedo controlar, por lo que no siempre encajo.

Solo he tenido una relación en toda mi vida: con Luis, por lo que no conozco nada más allá de eso. Él siempre se molestaba si hablaba sin parar, si cargaba toda mi efusividad contra él, o solo si estaba demasiado contenta. Según él, nadie podía ser tan feliz siempre, y la verdad es que no lo era, es cierto que es imposible, pero eso no me ha quitado nunca la sonrisa de la cara, cosas que algunos no entienden. Aun así, él fue, y creí que sería siempre, mi debilidad...

Pero me equivocaba.

La canción terminó y dio paso a la siguiente. Aproveché para hacer un descanso y me paré a buscar por toda la sala. Respingué al verlo de pie a pocos metros de la pista, a pocos metros de mí.

Ambos sonreímos al mirarnos. Estiré mi brazo, pero nada, él negó con la cabeza. Cuando se negó a bailar, me reí; pensaba que no tardaría mucho en bajar, atraído por el ritmo latino, pero canción tras canción fui siendo consciente de que hacer bailar a Enzo sería mucho más complicado de lo que había imaginado.

Utilicé todas mis armas. Me contoneé, moví las caderas, me solté la coleta y sacudí la melena como en las películas, los hombros... No sé, comencé a quedarme sin ideas y opté por poner la cara del Gato con Botas y esperar a que surtiera efecto.

Bingo.

—¿Qué pretendes, pesadilla?

Me molestó y me divirtió a partes iguales el nuevo apodo que me había puesto. He de decir que no le faltaba razón. Cuando se me metía algo entre ceja y ceja, podía ser muy pesada, y esa noche, Enzo-como-se-apellidase, iba a bailar conmigo.

Olvidemos quienes fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora