43. Sólo puedo llorar si es contigo

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El aroma a café que envolvía la casa consiguió despertarme poco a poco. Bajé las escaleras en silencio y me encontré con la maravillosa espalda de Enzo tras la isla de la cocina. Me quedé conservándole en silencio durante varios minutos mientras preparaba un desayuno para ambos, sin que él fuera consciente de que le había estropeado la sorpresa.

Intenté no pensar en que ese sería nuestro último día. Le envié un mensaje a Perla para decirle que no podría contar con mis grandes servicios de hermana mayor a no ser que se tratara de una cuestión de vida o muerte, por lo que esa jornada sería completamente para nosotros dos.

Apenas pegué ojo en toda la noche, y sé que él tampoco lo hizo, porque se movía inquieto cuando creía que yo dormía. No sabía cómo iba a llevar la distancia, cómo sería todo cuando él volviera a su casa y yo me quedara allí, cuándo sacaríamos tiempo para hablar, y si lo nuestro acabaría en algún momento.

Intenté frenar todas las preguntas que solo conseguían hacerme daño, para las cuales no tenía ninguna respuesta. Solo hacían que me estresara.

Me acerqué lentamente a su espalda. Antes de que pudiera llegar a él, Enzo se dio media vuelta y me miró sorprendido porque estuviera justo allí y no durmiendo en la cama.

—Buenos días —dijo con una sonrisa—. Iba a subir a despertarte, estaba preparando el desayuno.

No respondí, simplemente escondí la cabeza en el hueco de su cuello, donde me habría quedado a vivir para siempre si eso hubiera sido posible. Las suaves y enormes manos de Enzo me acariciaban la espalda y me rodeaban el cuerpo. Es curioso cómo un casi extraño puede hacerte sentir tan segura con solo su presencia. Él siempre tuvo ese poder sobre mí.

—Gracias —susurré contra el lateral de su garganta.

—No me las des aún. —Alcé la barbilla para mirarle a los ojos con curiosidad—. ¿Has buceado alguna vez? —Levantó una ceja con una sonrisa traviesa.

—¿Bucear? —Abrí los ojos, sorprendida—. ¿Vamos a bucear? —pregunté, mucho más enérgica.

—Solo si te apetece.

—¡Sí! ¡Claro que quiero! —grité, entusiasmada.

Me colgué de sus hombros como una quinceañera. Él me dio un pequeño beso en la frente.

—Pues vamos a desayunar y nos preparamos.

🧳 🧳

Hacía un día soleado, el cielo estaba completamente azul, no había ni una sola nube y la temperatura era bastante alta. Hacía años que no buceaba, por lo que estaba algo nerviosa, pero la mano de Enzo cogida de la mía consiguió relajarme durante todo el trayecto en barco hasta la base. Me propuso cambiar el buceo de profundidad por el esnórquel, ya que esta segunda actividad no requería nada de experiencia y no tendría que sumergirme demasiado, pero seamos realistas: mi orgullo no podía permitir que Enzo quedara de valiente a costa de dejarme a mí de cobarde, por lo que con mi cabezonería conseguí convencerle de bucear hasta el fondo junto a él.

Olvidemos quienes fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora