37. Todo lo que soy es gracias a ti

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Unos enormes brazos me rodeaban la cintura sin dejarme espacio para moverme. Sentía sus labios en mi cuello y cómo su respiración me ponía la piel de gallina.

Miré de reojo a Enzo. Dormía profundamente. No pude evitar acariciar el perfil de su cara con cuidado de no despertarlo. Pasé la yema de los dedos por su suave rostro, recorrí el borde de sus cejas despeinadas, deslicé los dedos por el puente de su fina nariz, recorrí el volumen de sus labios con el pulgar y terminé acariciando la curva de su barbilla, donde apenas comenzaba a nacer algo de vello facial.

Observé su rostro con detenimiento. La pequeña marca de nacimiento que había sobre su ceja derecha, la mancha con forma de nube que tenía bajo el mentón, las arrugas que le salían en el ceño incluso cuando dormía.

Me deleité con todos los detalles de su cara, con cómo se sentía acariciar su piel, con el aroma que desprendía su pelo alborotado y en el sabor de su boca.

Sus preciosos ojos marrones se abrieron y comenzaron a pestañear mientras yo le observaba fijamente. Aprecié por primera vez las pequeñas motas color miel que había en el oscuro marrón, como un café solo en la mañana, como una burbujeante Coca-Cola bien fresquita, como un chocolate caliente en una noche de Navidad.

Como los ojos más bonitos que jamás hubiera visto antes.

—¿Siempre has sido tan guapo? —Enzo escondió su cara en mi cuello. Allí dejó varios besos cargados de ternura mientras yo pasaba mis manos por su espalda desnuda—. Creo que el día que subiste al avión no lo eras.

Enzo sonrió contra el lateral de mi garganta.

—Ya decía yo que el hecho de que Ágata Medina me estuviera haciendo un cumplido porque sí debía significar el fin del mundo... o algo parecido.

—Muy gracioso —me quejé—. Pero ¿tú no lo crees?

—¿Qué mi rostro ha cambiado en dos semanas?

—No, troglodita. —Solté una carcajada—. Me refiero a cómo cambia nuestra percepción de las personas según el tiempo que pasamos con ellos y el cariño que les cogemos.

—Tú siempre me has parecido preciosa.

Me aparté para poder mirarlo a los ojos con una enorme sonrisa en los labios.

—Nunca pensé que bajo ese aspecto serio y correcto habría un chico tan cursi.

Rompí a reír sin parar.

—Sacas lo peor de mí ­—se quejó, escondiendo una sonrisa. Revolví su pelo antes de levantarme de la cama.

—Me encanta que seas tan cursi conmigo.

—¿Te vas?

—Tengo una hermana a punto de casarse y a la que debo que ayudar.

—Cinco minutos más... —Tiró de mi brazo.

Olvidemos quienes fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora