Estoy decepcionado

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Durante los siguientes días nada había cambiado, Daniel a través de mensajes de texto era demasiado cariñoso y me hablaba todos los días pidiendo verme a todas horas, pero en el momento en el que nos veíamos en persona siempre me llevaba al mismo sitio, al instituto. Aunque hace tres días me llevó al edificio abandonado, subimos hasta arriba, y conseguimos ver todo el pueblo desde arriba sin que saliera corriendo; en público casi no me miraba, y cuando hablaba conmigo delante de nuestros compañeros utilizaba un tono de superioridad que nunca usaba cuando hablábamos en privado. Yo me quedaba callada y sonreía, porque no sabía cómo decirle que a veces con sus comentarios me hacía sentir inferior. 

Además, sabía que si le decía esto iba a llamarme exagerada, y quizá tenía razón y lo estaba siendo.

  —La cadencia del compás dieciséis nos da un indicio claro de que hemos modulado a Re menor. Nerea, ¿puedes decirme qué tipo de cadencia es?

El conservatorio, lugar al que llevaba yendo ocho horas cada semana durante los últimos ocho años, y por suerte, sólo me quedaban dos para sacarme el título; esto era lo único que me animaba a seguir yendo. 

Llevaba tocando el piano desde que era pequeña y gracias a eso conocí a Beatriz, mi mejor amiga, que toca el violín.

Escondí mi móvil detrás del estuche y le mandé un mensaje a Daniel.

Hola Daniel, ¿Qué tal el entrenamiento? 

Me respondió a los diez minutos, y me informó de lo incómodo que se sentía con el equipo, a pesar de llevar con ellos mucho tiempo.

No tenía amigos en el equipo, y habían dos porteros más, y como según Daniel el entrenador le tenía favoritismo a uno de ellos, últimamente se quedaba siempre en el banquillo. Cuando el entrenador lo sacaba a jugar, lo dejaba en el campo media hora, y cada día estaba más deprimido.

¿Y quién tenía que pagar las consecuencias de su depresión?

Yo.

Antes, el fútbol era una forma de desahogo para él, e iba completamente feliz a los entrenamientos, pero eso había cambiado, y se había convertido en una tortura.

Después de animarlo durante toda la hora de análisis a que se cambiara de equipo si no era feliz, recogí mis cosas y me quedé un rato hablando con Beatriz.

  —¿No sientes como si hubiera pasado mucho tiempo desde que nos vimos fuera del conservatorio por última vez? —cerró la cremallera de su mochila y me miró mientras se hacía una coleta—. Celebramos hace unas semanas el cumpleaños de Carla, y nos hubiera gustado que vinieras.

  —Lo sé, pero...

  —No pretendo hacerte sentir mal con lo que te voy a decir, y tampoco me voy a meter en tus relaciones, ni amistosas ni amorosas; pero ¿no sientes que a lo mejor te consume más tiempo del debido?

  —Beatriz, es una persona que tiene problemas, necesita mi ayuda, y ya sabes que no puedo dejarlo solo porque es un tema delicado para mi.

  —Lo sé Jessica, créeme que lo sé, pero no eres psicóloga. Entiendo que puedas escucharlo e incluso darle tu opinión, pero a veces escuchamos una y otra vez los problemas de los demás y nos puede llegar a afectar anímicamente. 

  —¿Estás diciendo que escuchar los problemas de Daniel puede hacer que esté de peor humor?

  —Por escucharlo un día o una semana no, pero llevas así meses.

  —Beatriz, estoy bien, él es una persona maravillosa, se preocupa mucho por mí y cada día me demuestra lo mucho que me quiere. Confío en él, y debo estar con Daniel porque está pasando por un momento difícil.

La chica de las mil oportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora