Las verdades duelen

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  —Y cuando me tocó la carta que tenía de media 86 me decepcioné un poco, porque los confetis salieron violetas y yo ya me había ilusionado pensando que la media del jugador iba a ser 95. —Me miró, y cuando se cercioró de que lo estaba escuchando, continuó hablando. Lo que él no sabía es que yo había desconectado desde hacía un buen rato. Estaba utilizando la técnica que habían utilizado conmigo muchos hombres para fingir que me escuchaban; se trataba de asentir con la cabeza y repetir las últimas palabras de la frase que acababa de decir.

Estábamos sentados en las escaleras de la entrada del instituto disfrutando de la sensación de haber cerrado una etapa; porque después de cuatro años, por fin nos graduábamos de la secundaria. Hoy también celebrábamos que se cumplían dos semanas desde que Daniel me había pedido que fuera su novia, algo que ya era de dominio público. Esto me estresaba un poco porque me gustaba más lo de tener relaciones privadas, pero lo había pasado por alto.

Daniel había insistido en salir para celebrar nuestras dos semanas de relación. Yo le había dicho que no hacía falta que celebráramos esas cosas, pero me dijo que esa era una de las cosas más importantes a la hora de tener una relación seria, y como yo nunca había tenido ninguna, no podía saber de eso.

Me sentía mal al darme cuenta de que muchas veces había anhelado que no me ocultaran como si estar conmigo fuera un motivo de vergüenza, y ahora deseaba no encontrarme con las veinte fotos que mi novio publicaba al día en sus redes sociales sobre nuestra relación.

Sin embargo, intentaba no pensar demasiado en eso.

  —¿Tú qué opinas?

Lo miré con cara de cansancio porque había llegado a un punto en el que ya ni siquiera me molestaba en intentar ocultar lo aburrida que me sentía a su lado, pero él no pareció darse cuenta de nada, así que decidí aprovechar ese instante de silencio para hablar de un tema al que llevaba días dándole vueltas.

—Daniel, ¿podemos hablar de una cosa?

—¿No me estabas escuchando?

—Si, pero necesito comentarte algo.

Había llegado el momento de decírselo.

—Vale, dime.

—Hay ciertas cosas que no me gustan y he pensado que a lo mejor podíamos hablarlas para mejorar un poco la relación.

—Claro, ¿de que quieres hablar?

—No me gusta que me hables tanto de Ana, sé que te has disculpado pero llegó un punto en el que me sentía muy comparada con ella y me gustaría que no se volviera a repetir.

—Pero ya me he disculpado, olvídalo y ya está.

—Ya lo sé, solo quería comentártelo.

—Ya, pues está claro que todo lo hago mal porque me disculpo y me lo sigues echando en cara —puse los ojos en blanco y me recogí el pelo con las manos mientras soltaba un sonoro suspiro. El agobio que me estaba haciendo sentir se estaba convirtiendo en sudor, así que decidí no contestarle para no empeorar la situación.

La razón por la que le había sacado el tema de Ana era porque hacía ya unos días en los que por fin había vuelto a comer con normalidad y ya no me comparaba físicamente, pero había sido una recuperación paulatina y bastante lenta. Aun así, habían quedado secuelas; tenía vigiladas todas sus cuentas en redes sociales y miraba día sí y día también quienes la seguían, así que en realidad la situación no había mejorado demasiado.

Necesitaba contarle por lo que había pasado para que así comprendiera que las palabras podían hacer daño, pero él no parecía querer escucharme.

—También me molesta que en algunas ocasiones siento que me utilizas un poco de psicóloga, no sé si me explico.

La chica de las mil oportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora