Inténtalo conmigo

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Nos habíamos sentado en el suelo de la entrada del instituto y no habíamos vuelto a hablar de ese beso.

Y honestamente, prefería no hablar nunca más de eso.

El motivo por el que no me gustaba que me tocara así era porque no lo estaba haciendo bien, en vez de cogerme por un lateral él me agarraba del centro del cuello, como si quisiera ahorcarme, y me hacía sentir francamente incómoda.

Últimamente se había puesto muy de moda que tu pareja te agarrase del cuello, pero definitivamente dudo que el propósito de hacer eso fuera asfixiar a alguien, así que me parece que Daniel no había entendido bien el concepto.

Sentí la mirada de Daniel encima de mí, así que me preparé para una conversación que muy seguramente sería sobre lo que había pasado antes.

  —¿Podemos hablar de lo de antes?—noté como se rascaba el brazo, y me di cuenta de que era el gesto que hacía cuando se ponía nervioso, así que me tranquilicé, al parecer no era la única que se sentía incómoda con la conversación que inevitablemente íbamos a tener—.

  —Sí claro, dime.

  —Mira, besarte ha sido un error, acabo de salir de una relación y no quiero meterme ahora en otra. Tampoco quiero que seas la de pega, la que tapa la herida y todas esas cosas que van a decir si empezamos algo.

Menudas películas se monta aquí la gente.

  —Daniel, no te ofendas pero yo tampoco quiero empezar ninguna relación ni nada por el estilo.

  —¿Por qué?

Porque siento que soy fácil de abandonar.

Porque de seis relaciones que he tenido me han sido infieles en cuatro.

Porque siento que mi personalidad no encaja y que nadie la va a entender.

Porque un día estoy enamoradísima y al día siguiente me aburro.

Porque nadie se ha quedado en mi vida.

  —Porque no me interesa meterme ahora en relaciones.

  —Inténtalo conmigo.

Después dicen que las mujeres somos complicadas, yo a este hombre cada día lo entiendo menos.

  —¿Estás de broma? Acabas de decir que no quieres una relación ahora.

  —No digo ahora Jessica, pero sé que en el futuro quiero estar contigo, eres la mujer con la que quiero estar. Eres cariñosa, amable y piensas siempre en cómo se sienten los demás, pero quiero hacer bien las cosas contigo, por eso te pido tiempo para arreglar otras cosas. En estas semanas te he podido conocer un poco más y eres el tipo de persona que quiero en mi vida, pero aún no estoy preparado para algo serio porque sé que no funcionaría —se rascó la nuca, carraspeó y continuó hablando—. Sé que no tengo derecho a pedirte que te quedes esperando, pero realmente quiero hacerlo, quiero estar contigo y hacer las cosas bien. ¿Crees que podríamos intentarlo?

Me quedé pensando, pero no en una respuesta, me quedé esperando en los adjetivos que había utilizado para describirme. Él no me conocía, y tampoco podía culparlo, porque nunca nada sería como en los libros de romance que tanto me gustaba leer; nadie iba a saber que mentía por pequeños detalles que se veían en mi cara, como que se me arruga la nariz al mentir o que me toco mucho las manos. Nadie iba a parar a fijarse en esos pequeños gestos, y yo nunca le dejaba ver la realidad de lo que pensaba, así que, ¿podía culparlo por no conocerme?.

Si ahora le preguntasen a mi madre los adjetivos que me definen nunca diría empática, y mucho menos cariñosa. Pero una parte de mi quiso creerse que él podía ver algo que nadie veía, por eso, después de más de dos minutos callada lo único que pude responder fue:

La chica de las mil oportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora