Apuesta lo que quieras

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Estábamos llegando a Madrid y decidí mandarle un mensaje a Daniel para avisarle de que en cinco minutos entraríamos en la capital. Él estaba en la casa del padre de Mario preparando todo para ir mañana a un parque de atracciones acuático. Estaba muy ilusionado porque le había prometido llevarlo a él y a su amigo a pasar el día allí, y llevaba todo el día preparando las cosas porque iban en caravana a pasar la noche y así poder disfrutar dos días del parque.

A mi también me hacía ilusión esa pequeña excursión que habíamos preparado. Íbamos a pasar dos días en Madrid con mis tíos y mi hermano, nos quedaríamos en un hotel para poder disfrutar de la ciudad y pasaríamos allí los últimos días con nuestra familia antes de volver a casa. Mi hermano y yo volveríamos en tres días, Daniel aún se quedaba algo más de una semana en las Islas Canarias con la familia de Mario.

Veinte minutos después llegábamos al hotel que había encontrado mi hermano. Subimos las maletas a nuestras habitaciones y encendimos el aire acondicionado para que cuándo llegásemos de hacer turismo por la ciudad pudiéramos dormir sin pasar demasiado calor. En los meses de verano era horrible estar en la capital, la mayoría decidía irse a ciudades o a pueblos costeros para pasar sus vacaciones en la playa. Por ello, al entrar en Madrid habíamos visto una fila de trescientos coches saliendo de la ciudad. Habían formado un gran atasco, y mi familia, junto con cinco coches más, éramos los únicos que decidíamos ir en pleno julio a la capital.

Decidí darme una ducha antes de salir del hotel porque estar casi tres horas en el coche con el calor típico del verano había hecho que estuviera sudando muchísimo y me sentía incómoda con los vaqueros y la camiseta que había decidido ponerme esta mañana antes de salir hacia la capital. Le mandé un mensaje a Daniel para avisarle de que ya estaba en el hotel, y me quité la ropa y la pulsera de la abuela de mi novio para que no se estropeara, ya que la pulsera –además de ser de cuero– se unía con un imán que no debía entrar en contacto con el agua.

Cuando salí de la ducha mi hermano ya estaba llamándome a gritos porque quería ir a comer y aún no sabíamos a qué restaurante ir, así que elegí un vestido largo y marrón que se adhería muy bien a mi cuerpo y marcaba mis curvas. Elegí calzarme mis converse blancas para ir cómoda en la tarde de turismo que nos esperaba y cogí mi bolso para meter allí mi cartera. Cogí mi móvil y fui corriendo a recepción, dónde ya me esperaban mis tíos y mi hermano.

El día se estaba acabando y el cielo comenzaba a teñirse de colores cálidos que presagiaban un precioso atardecer, así que decidimos pasear por Gran Vía, que de noche era espectacular. Allí nos encontramos con un hombre disfrazado de elefante, y mi hermano me animó a que me sacara una foto con él para tenerlo de recuerdo. Cuándo la vi me encantó lo bien que salía, mi pelo había crecido bastante y lo tenía por el pecho; el vestido se ajustaba perfectamente a mi cuerpo y se me veían las piernas largas incluso a pesar de que el vestido llegaba justo por debajo de la rodilla y me tapaba completamente los muslos. Me gustó tanto que decidí mandarle la foto a Daniel, algo poco típico de mi.

Para que fuera capaz de mandar una foto de mi cara tenía que salir muy bien, y que no se me viera ninguna de las imperfecciones que los granos me habían dejado de recuerdo. Esto era muy difícil, así que reprimía las ganas de publicar muchas fotos que me gustaban. Me había privado de esto en mi viaje a París por el grano que tenía en la barbilla y que no me había podido tapar bien con el pelo; había olvidado en mi galería esa foto en la Fontana di Trevi por la marca del acné que tenía en la mejilla derecha, y esto había pasado con muchas fotos más.

Las palabras de mis compañeros y de mi ex novio durante la secundaria seguía pasándome factura con casi dieciséis años, pero en esta ocasión me permití mandarle esa foto a mi novio sin pensar en las posibles imperfecciones que se me podían ver en la imagen.

La chica de las mil oportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora