Habían pasado varios días desde que había llegado a Burgos y por fin estaba comenzando a disfrutar de mi verano. Me iba a la cama a la hora que quería, por lo que me quedaba viendo series hasta muy entrada la madrugada. Por las mañanas al despertarme me hacía el desayuno para después salir con mi tío y mi hermano a dar una vuelta por la ciudad mientras mi tía trabajaba. Comíamos fuera —aprovechaba para llenar mi estómago con croquetas de jamón— y por la tarde volvíamos a casa para ver una película con mi tía para que así ella pudiera descansar. Después, me acostaba un rato en el sofá para leer un libro antes de cenar y una vez en mi habitación usaba mi ordenador para ver una serie o una película antes de irme a dormir.
Daniel se pasaba el día en la playa jugando al fútbol o haciendo turismo, hablábamos bastante poco, normalmente ocupamos una parte de la tarde hablando por videollamada pero si no era posible por alguna razón, nada más despertarme recibía una llamada suya para compensar la falta de comunicación. Mi novio me decía cada día lo mucho que me echaba de menos, y lo que le estaba costando estar tanto tiempo separado de mí. Yo fingía que también lo estaba pasando fatal, pero en realidad no era cierto. Si que es verdad que a veces lo echaba de menos, pero me parecía algo exagerada su forma de anhelar mi compañía. Me mandaba audios llorando, cada vez que podía me mandaba mensajes diciéndome que me amaba y me decía que estar conmigo era lo mejor que le había pasado en la vida.
Yo prefería guardar mis sentimientos para mí misma y no mostrarlos públicamente, pero respetaba las decisiones de mi novio aunque no las entendiera.
Trataba de consolarlo de la mejor forma que podía, pero no me gustaba sentir que Daniel se desmoronaba cada día a causa de la distancia. No soportaba tener que hacer de psicóloga día sí y día también, pero me había hecho a la idea de que en esta relación yo era la que debía consolar a una persona que claramente tenía problemas de autoestima.
Yo no destacaba precisamente por mi autoestima, pero cada día trabajaba más en quererme a mí misma. No sabía exactamente cuál es el problema de Daniel, aunque estaba claro que no se quería demasiado. En varias ocasiones había tenido que quedarme hablando con él durante horas para convencerle de que realmente me gustaba tanto su personalidad como su físico. Cada vez que esto pasaba –prácticamente todos los días–, sentía una sensación de agotamiento y cansancio, como si me quedara sin energía.
Sabía que no conseguía nada quedándome hablando con él durante horas para intentar subir su autoestima, porque no era psicóloga y no sabía como tratar estos problemas, así que me quedaba diciéndole lo guapo y lo especial que era. Después de repetirlo cuarenta veces él me daba las gracias por estar ahí cuando nadie estaba y por fin podía irme a dormir.
Le había sugerido en varias ocasiones que quizá lo mejor era ir a un psicólogo, porque yo no podía sustituir el trabajo de un profesional de la salud mental.
Quizá lo mejor era que trabajase con un psicólogo los problemas personales que llevaba arrastrando durante varios años, pero él me decía que no necesitaba ayuda, que ya me tenía a mi, que lo ayudaba siempre que lo necesitaba.
No juzgaba su negativa de no acudir a un psicólogo, porque yo había ido, y la experiencia había sido nefasta. Desde entonces, sólo con pensar en volver a acudir a un especialista de la salud mental me daban escalofríos. El peso del acoso en el instituto aún estaba ahí, y sospechaba que seguiría ahí toda mi vida.
Cuando los rumores sobre mí se hicieron insostenibles, les confesé a mis padres entre lágrimas que tenía muchos problemas. Les confesé que cada vez que me subía al autobús sentía como me temblaban las manos al pensar con qué mentira me iban a sorprender mis compañeros de clase. De ser la chica educada, callada y tranquila me había convertido en una fumadora, falsa y tonta que era la comidilla de todo mi instituto. Mis padres no dudaron en llevarme a un psicólogo, que en las primeras sesiones consiguió ganarse mi confianza.
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La chica de las mil oportunidades
RomansaJessica Becker nunca ha tenido demasiada suerte en el amor, acostumbrada a que no le salgan las cosas bien, decide darse un tiempo para si misma y para trabajar en lo que realmente quiere. Pero cuando recibe un mensaje de una persona de su pasado...