Habían pasado varias horas desde que había llegado a mi casa completamente derrotada, mis padres se habían ido a un balneario en el que pasarían la noche, así que estaba completamente sola. Estaba acostada en la cama viendo mi serie favorita y rodeada de una montaña de pañuelos que crecía a cada minuto que pasaba, pero mi móvil vibró, anunciando la llegada de un nuevo mensaje, y decidí que era hora de cogerlo. Después de más de dos horas sin mirarlo, pensando que eran mis padres los que me hablaban, me estiré y agarré mi teléfono, que estaba en la mesita de mi habitación y me encontré con los dieciséis mensajes que me había mandado Daniel.
Estaba algo más tranquila, así que decidí mirar los mensajes de texto que me había enviado para contestarle y dejarle claro que no iba a ser la segunda opción de nadie.
No podía seguir siendo la segunda opción de nadie.
Jessica, vuelve a mi casa anda, vamos a hablar las cosas.
No te vayas así.
Vamos a hablar las cosas.
Si vuelves te lo explicaré todo, lo has malinterpretado.
¿¿Dónde estás??
Te he buscado por todos lados y no te encuentro.
Solo quiero saber si estás bien.
Por favor Jessica.
Contéstame.
Te estás comportando como una niña pequeña.
Ana no me interesa, me olvidé de ella en el momento en el que te empecé a conocer.
Contéstame a las llamadas Jessica.
¿Sabes que tienes que empezar a quererte un poco? Sé que te comparas con Ana pero no le llegas ni a las suelas de los zapatos, tú eres perfecta.
Al leer este mensaje se me escapó una risa sarcástica, y cualquiera que conociera un poco a Daniel sabría el motivo de mi incredulidad.
El chico que juzgaba mi autoestima era el mismo que las primeras semanas después de la ruptura, no dejaba de llorar todas las tardes. La persona que me contaba que no quería seguir viviendo si no era al lado de Ana me acababa de decir que yo no me quería lo suficiente. El chico que las primeras semanas después de que Ana lo dejara me decía por llamada que le daba asco mirarse al espejo porque se veía gordo, era el mismo que juzgaba mi autoestima. El hombre que se comparaba con todos sus compañeros de equipo porque ellos estaban más definidos que él, el hombre que a día de hoy, continuaba pensando que si tuviera un físico más acorde con lo establecido para un adolescente deportista, toda su vida se arreglaría.
Ese hombre, me acababa de decir que yo no tenía autoestima.
¿Lo peor de todo? Que tenía razón.
Porque mi autoestima se basaba en compararme con Ana, y lo peor de todo es que incluso intentando cada día ser mejor que ella, no conseguía tener la atención completa de Daniel.
Porque había renunciado al feminismo que tanto me caracterizaba, había renunciado a mi forma de vestir, y cada día seguía renunciando a más cosas que me caracterizaban por un hombre que estaba conmigo porque necesitaba estar con alguien.
Y prometo que en todo momento supe lo que estaba pasando, supe que estaba cambiando mi personalidad por un hombre. A pesar de defender durante meses la liberación de la mujer, ahora me sentía más atada que nunca a un hombre que seguía recordando a su ex novia, y que por lo tanto nunca me iba a dar lo que me merecía.
Pero mi problema fue empezar a olvidar lo que yo merecía.
Seguí leyendo los mensajes mientras las lágrimas comenzaban a hacer acto de presencia.
ESTÁS LEYENDO
La chica de las mil oportunidades
RomanceJessica Becker nunca ha tenido demasiada suerte en el amor, acostumbrada a que no le salgan las cosas bien, decide darse un tiempo para si misma y para trabajar en lo que realmente quiere. Pero cuando recibe un mensaje de una persona de su pasado...