Obsesiones peligrosas

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Había llegado el día en el que Daniel conocería a mis padres. 

A pesar de no estar en nuestro mejor momento, sobre todo por mi parte, mis padres estaban bastante nerviosos desde que se habían enterado de que había iniciado una relación con Daniel. Necesitaba demostrarles que no me haría daño. Por razones obvias, después de que nos encontraran aquella tarde besándonos en el colegio había tenido que decirles que era mi novio, porque no sabía como confesarles la verdad.

Quizá porque ni yo misma sabía en que punto estábamos.

Pero lo que tenía claro era que el riesgo de romperle el corazón a la otra persona recaía únicamente en mi. 

Yo era la que más insegura se sentía a la hora de empezar una relación de forma pública. 

Porque yo no quería pasarme los próximos meses teniendo que dar explicaciones de mi vida privada. Y sabía que en el momento en el que Daniel decidiera contarlo todo, tendría que empezar a hacerlo.

Porque en el sitio en el que vivíamos era imposible tener secretos.

Porque cuando la gente no sabía nada de ti, se lo inventaban.

Conocía a la persona que tenía a mi lado, y sabía que no estaba dispuesto a llevar una relación privada.

Porque incluso en las tardes que pasábamos encerrados en el perímetro del instituto él había publicado fotos mías en sus redes sociales. Según él esa era su forma de presumir la relación tan maravillosa que teníamos.

Y cuando las personas comenzaron a ser testigos de que yo era la persona que le había devuelto la sonrisa a Daniel —palabras textuales suyas— los rumores empezaron a correr.

¿Y qué decían los rumores?

Pues para mi sorpresa, de mi solo hablaban bien.

Parece que mientras estuviera con Daniel era absolutamente intocable.

Daniel era una persona buena que ayudaba a su familia y a sus amigos. Siempre te ofrecía una sonrisa cuando más lo necesitabas. Que yo estuviera con él, significaba que estaba a su altura. A pesar de que no tuviera amigos con los que salir, porque no tenía suficiente confianza con nadie, todos hablaban bien de él, y por lo tanto, hablaban bien de mi.

Pero la gente comenzó a hablar también de Ana, y empezaron a sacar teorías algo descabelladas sobre la ruptura; y en todas, ella siempre quedaba como la mala. Pero lo que empezaron siendo cotilleos insignificantes acabó convirtiéndose en un acoso sistemático sobre lo zorra que era la ex novia de Daniel.

Porque incluso llegó a perder su nombre.

Y nadie intentó cambiar las cosas. 

Daniel era consciente de todo lo que decían de ella, pero era partícipe de quedarse callado, porque según él, tenía lo que se merecía.

Y todo esto generó que en los últimos días, él empezara a hablarme demasiado de ella, buscando apoyar este acoso.

Sentía que Daniel era una persona que se contradecía mucho a sí mismo. No paraba de intentar subirme la autoestima diciéndome las vueltas que le daba a su ex novia, pero no se daba cuenta de que hablándome de ella todo el día, solo hacía que me sintiera peor. Poco a poco empecé a mirar sus redes sociales más de lo debido, me fijaba en si usaba filtros, en cómo vestía y en sí estaba más delgada que yo o no. Esto último me generó una obsesión muy peligrosa que me afectó tanto física como mentalmente aunque en ese momento no me diera cuenta.

Algo que también había comenzado a hacer era entrar en las redes sociales de Daniel para ver si Ana miraba las fotos que él publicaba de mí. Cada vez que las veía, me sorprendía lo bien que se podía llegar a fingir la felicidad. Y yo solo sonreía, porque sabía que Ana las estaría viendo, sabiendo que Daniel había conseguido recuperar la felicidad que se merecía. 

La chica de las mil oportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora