51

203 29 29
                                    

"No moriré, sino que viviré para contar lo que hizo el Señor."
—Salmos 118.17 (NTV)

Bethany.

A lo lejos escucho voces que poco a poco van en aumento, adormilada consigo abrir mis ojos, parpadeo un par de veces, intentando familiarizarme con el entorno que me rodea. Recuerdo donde estoy y se dibuja una sonrisa en mí rostro.Los acontecimientos de la noche anterior se reproducen en mi mente como una película, no ha sido un sueño, realmente lo he vivido. Estoy en casa de mamá, he hablado con ella, me ha abrazado y nos permitimos ser vulnerables, ¿por qué me sigue costando creerlo?

Ayer me fui a la cama muy tarde, estuve hablando con mamá, recuperando el tiempo perdido por decirlo de alguna manera. En todo momento supo cómo hacer preguntas que no me hicieran sentir incómoda. Dejando de lado los prejuicios, conocí un lado de ella que me era ajeno; una mujer inteligente, divertida con un sentido del humor subversivo. No se parecía en nada a ésa persona que me lastimó, era una sensación tan extraña.

No sabía que mi corazón albergaba tantos buenos recuerdos, hasta que empezamos a rememorar juntas. Tampoco mentiré diciendo que el pensamiento de mis experiencias amargas no me asaltaron, porque sí lo hicieron. Pero ésto me llevó a comprender algo más importante.

El camino por el desierto nos hace valorar más la tierra prometida. Nos enseña a depender de Dios completamente, de manera que cuando recibamos el milagro, no olvidemos que por él todas las cosas son hechas.

Nuestra reconciliación no tuvo lugar en el pasado (cuando yo tenía dieciséis) porque tanto como mamá como yo teníamos mucho rencor en nuestros corazones,de hecho los diálogos que sosteníamos siempre terminaban en peleas y ofensas. Dios nos llevó en direcciones opuestas para tener un trato personal con nosotras.

A veces el transitar es duro, las aflicciones dolorosas, y la espera por una respuesta puede llegar a producir un silencio ensordecedor.

Pero hoy puedo declarar alto y fuerte: “Vivo para contar lo que hizo el Señor”.

Y aunque aún quedan muchos gigantes por derribar, sé que éste ahora representa uno menos y me prepara para abrazar una nueva temporada en mi vida.

No esperaba nada de éste año más que graduarme y establecerme de nuevo en casa, pero definitivamente Dios mismo se ha encargado de sorprenderme con más de lo que esperaba, porque así de bueno es él.

Me levanto de la cama con esa frase retumbando en mí espíritu, decidida iniciar mí dia.

* * *

No o—Chilla—Es imposible—Protesta.

Me detengo por un momento en el pasillo que conecta con el comedor, extrañada por lo que acabo de escuchar, es la voz de un niño.

Sí—Reconozco la voz de Kevin, mofándose como un niño pequeño.

Ruedo los ojos, sé de buena tinta, que es la misma actitud que toma mi hermano para cuando quiere sacarnos de quicio.

—¡No es cierto! ¿Verdad mamá?

¿Mamá…? Por un instante dejo de respirar.

No le hagas caso a Kevin—Responde mamá, sonando mediadora y afable. Empleando ése mismo timbre de voz que usaba con nosotros en la mesa cuando estábamos discutiendo.

Me muerdo el labio, intentando no reír. Aunque había otros días donde nos perdía la paciencia y quería matarnos.

Inconscientemente cuadro mis hombros y doy los últimos pasos que me llevan al umbral del comedor.

Más de ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora