Capítulo Cinco

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De pie en la puerta de la habitación de invitados, Minho apoyó el hombro en el marco de madera mientras observaba las dos siluetas acurrucadas en la cama de dos plazas en el centro de la misma. No tenía dos camas individuales en un dormitorio, solo un par de habitaciones de invitados, pero por más que había preguntado, los mellizos habían sido tercos en ocupar solo una de ellas en vez de dormir separados. No habían tenido que insistir mucho antes de que Minho cediera, él aun recordaba como una de las cunas que había comprado había quedado sin uso cuando sus bebes se habían negado a ser separados y lloraban desconsoladamente si siquiera lo intentaba.

Una pequeña sonrisa curvó el borde de sus labios ante el recuerdo. Había sido difícil al principio, criar dos bebes por su cuenta sin tener ni la más pálida idea de como hacerlo. Sus hijos habían sido especiales desde el primer momento, y aunque pareciese un poco absurdo ahora, había sido Jisung quién más cuidados necesitó al nacer. Eso sin contar con que ellos habían llegado con sus propias reglas, no separarlos nunca era una de ellas, la otra era que si él estaba cerca de su cuna, entonces era mejor que les hablara, cantara o hiciera algún sonido que delatara su voz o las cosas solían ponerse bastante escandalosas.

Y Minho había aceptado cada uno de sus caprichos con alegría, porque a pesar de que no lo admitía, era un padre baboso.

Tampoco, jamás podría olvidar como las diferencias entre ambos niños habían sido tan obvias. Felix había despreciado totalmente usar chupón desde el primer día, mientras que su hermano lo había necesitado para dormir hasta los dos años. Sungie en cambio solo necesitaba la presencia de su mellizo para estar tranquilo, pero si Felix no tenía su osito de peluche cerca, el drama tenía un comienzo.

Si cerraba los ojos, aun podía escuchar el suave llanto, la risa, los gimoteos que se convirtieron en balbuceos al crecer y lo más importante, el recuerdo al que Minho se había aferrado con tanta fuerza y la única razón que lo había mantenido cuerdo por tanto tiempo, la primera vez que le dijeron "papi". Esas vocecitas suaves y dulces, gritando por su atención...

Esos recuerdos lo habían sido todo para él por mucho tiempo.

Pero ya no más, ahora que tenía a sus hijos de nuevo con él, tenía toda la intención de recuperar todos esos años perdidos con ellos. Y también de protegerlos de todas las personas que quisieran hacerles daños sin importar quienes fueran.

Dándoles una última mirada, entrecerró la puerta, antes de alejarse por el pasillo. Entrando a su propia habitación, observó la discreta decoración en blancos y negros con una atención que no había puesto antes, notando como aquel lugar se diferenciaba tanto de su dormitorio de adolescente. No había colores, no cuadros, ni nada que delatara algo de sentimientos. Las paredes eran blancas, cuando antes habían sido verdes, y no había decorado ninguna de las superficies con sus murales, lo cual siempre había sido una especie de tradición en cada casa que había vivido.

No parecía un lugar donde alguien como él viviría, pero por alguna razón, había estado haciéndolo por cinco años sin percatarse de su entorno.

Sacudiendo la cabeza, ya que no podía hacer nada por ello en ese momento, se acercó a las puertas de su vestidor y las abrió, encendiendo la luz y permitiendo que la claridad dejara ver los estantes llenos de ropa y las prendas adornando cada pared. Usando una pequeña llave que escondía dentro del protector de su teléfono, abrió las únicas puertas que estaban bloqueadas antes de recuperar la caja de madera de buen tamaño de su escondite.

No había abierto la tapa de la misma desde hacia años, no desde que había colocado todo lo más importante en su interior. Con dedos temblorosos, acarició la madera con cariño, delineando las alas de ángel que había pintado allí hacia tiempo. Nunca había pensado que abrir una caja iba a ser difícil, pero lo era. El tiempo que pasó solo mirándola fue demasiado a su parecer.

Tu Mirada en Mi - Minchan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora