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Aunque la abuela parecía haber puesto toda su atención en lo que ella insistía en llamar la «botonera» del ascensor —era una especie de pantalla táctil que, probablemente, tendría algún nombre en inglés, pero ella no lo sabía—, Camila estaba segura de que escuchaba con sumo interés lo que decía el androide, quizás intentando retener en la memoria la mayor cantidad de información posible.

Y es que ANDI vomitaba los datos como un chico que estudia todo de memoria: sin apuro, pero sin pausa. Ella, por su parte, tenía un dispositivo realidad aumentada en la oreja, que por suerte incluía la grabación de sonidos desde la última vez que se había actualizado, de modo que lo encendió y se desentendió un poco del asunto. Ya tendría tiempo de revisarlo más tarde y, de cualquier modo, en ese momento no estaba de humor para escuchar un panfleto.

—Los androides ANDI fueron creados como respuesta a una necesidad de urgente que la Ciudad Estado de Buenos Aires tiene de trabajadores versátiles, resistentes y disciplinados para la restauración de la habitabilidad, para la renovación de la infraestructura y para la conversión de los servicios a una modalidad autosustentable. Fueron construidos según los requerimientos del Poder Ejecutivo de la Ciudad Estado de Buenos Aires, siguiendo los estándares del Conglomerado Porteño de Productores de Autómatas: utilizando materiales sintéticos de última generación, diseñados con una morfología semejante a la humana y una serie de mejoras que los vuelven ideales para los trabajos que deberán desempeñar, tanto físicos como intelectuales. Son más altos, más livianos, más resistentes, más flexibles, más fuertes, más rápidos, más dóciles y más capaces de concentrarse en su tarea. Aprenden a gran velocidad y necesitan muy poco mantenimiento. Están programados para comportarse de la manera más humana posible con el fin de facilitar las interacciones, si bien presentan algunas limitaciones de poca relevancia para los objetivos que deben cumplir. El diseño del aspecto externo también se asemeja al humano con el fin de generar una respuesta empática adecuada. Para esto, se tuvo en cuenta las reacciones del grupo de pruebas que colaboró para identificar los rasgos que podían llevar a reacciones de rechazo como las que se observan en el llamado «valle inquietante». Tienen incorporadas...

—¿El qué? —interrumpió Lavinia de mal modo.

Estaba bien que los autómatas no se ofendían, pero a Camila le molestaba que su abuela les hablara así.

—El «valle inquietante» —respondió el androide sin mosquearse.

—¿Qué es eso?

—Es una hipótesis surgida en el área de la robótica, según la cual...

—Sí, sabemos lo que es, gracias. No hace falta que lo explique.

—No interrumpas, Camila.

—Cualquier cosa que puedas investigar en la Red es una pérdida de tiempo que te lo expliquen ahora. Aparte, no creo que sea relevante.

Lavinia amagó darse vuelta, pero no lo hizo.

—Yo decido qué es relevante y qué no.

—Te lo explico yo después, abuela. Dejale terminar.

Miró al androide, que tenía la vista fija en la nada. Esperó unos instantes y, al ver que permanecía en silencio:

—Continúe —le dijo.

—Tienen incorporadas las Tres Leyes de la Robótica en su programación básica, pero no poseen consciencia de sí mismos como individuos. Son los obreros perfectos.

Las dos mujeres se quedaron calladas. Sin pestañear, ANDI preguntó:

—¿Alguna de ustedes tiene preguntas?

De nuevo, el silencio. A continuación, se oyó la voz de Lavinia:

—Sí —dijo—. ¿Cuáles son las limitaciones de poca relevancia que mencionó antes?

ANDI la miró. Mejor dicho, fijó la vista en la espalda de la detective. Camila le admiraba la fuerza de voluntad que tenía para no darse vuelta. El androide inclinó, apenas, la cabeza hacia un costado y volvió a enderezarla con unos movimientos breves y precisos.

«Está procesando la información», pensó Camila.

Pasaron unos instantes. Cuando ANDI abrió la boca para responder, sonó el aviso de que habían llegado a destino. El autómata reaccionó como si no le hubieran preguntado nada. Pasó la vista de Lavinia a la nieta, sonrió y, dándose vuelta hacia la puerta, dijo:

—Llegamos a la oficina. Pasen, por favor.


La ciudad de la furiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora