Una vez más, se encontraban en el ascensor; era el lugar donde más tiempo había estado desde que hubiera ingresado a ese edificio del diablo, pensaba Lavinia. Sin embargo, el hecho de que la ingeniera Peretz ahora las acompañara era un alivio, porque así, por lo menos, tenía con quién entretenerse mientras Camila se ocupaba de ANDI.
Aunque el autómata había permanecido extrañamente silenciose desde que comenzara el interrogatorio. Lavinia estaba segura de que así era para que Acosta-Smith pudiera oír todo lo que decía la ingeniera. Ella sabía que encontraría la manera de comunicarse con ella sin que el Hermano Mayor estuviera observándolo todo; de cualquier manera, esa idea la consolaba poco ante la pérdida de tiempo que eso implicaba. El tiempo era un factor esencial.
Mientras tanto, seguía sonsacándole toda la información posible a su testigo; es decir, toda la que se sentía autorizada a compartir. Por ahora, debería conformarse con eso.
—Como dije, la unidad cerebral de los androides no es una computadora. De hecho, para el diseño de estos cerebros hemos logrado grandes avances en electrónica molecular. Creamos materiales nuevos y exclusivos a partir de...
—¿Electrónica molecular? —interrumpió Lavinia con interés, para sorpresa de la nieta—. ¿Me está diciendo que estas cosas no tienen cerebros positrónicos?
La ingeniera la miró extrañada. La nieta se pasó la mano por la cara sin saber dónde esconderse.
—Posit... ¿Usted me está cargando? Está consciente de que eso es un concepto de ciencia ficción, ¿no?
La detective le devolvió la mirada, pero esta era de evidente disgusto y decepción. La otra la ignoró y continuó la explicación, pero aquella ya había dejado de prestarle atención. El funcionamiento per se del cerebro no le interesaba; lo relevante era si se podía conectar a la Red, o a otras redes, o si podía interactuar con sus pares de otra manera que no fuera usando el cuerpo.
—Por supuesto —respondió Peretz—. Está equipada con todas las conexiones existentes. Si un dispositivo no puede interactuar con todos los demás, está condenado al fracaso.
—O a que lo hackeen —agregó Lavinia por lo bajo, pero no lo suficientemente bajo como para que la otra no la oyera.
—Oiga, ese es un riesgo que existe desde que existe la Red. A su edad, ya debería saberlo, ¿no? ¿En qué año nació usted? En los ochentas, me imagino.
—No mucho antes que usted, eso seguro —respondió Lavinia con tono hostil.
—Bueno, basta —intervino Camila—, estamos trabajando y se supone que todas estamos interesadas en resolver el asunto. Ingeniera —agregó dirigiéndose a la susodicha—, ¿encontró usted algún indicio de que las unidades cerebrales hayan sido hackeadas? Digo, aparte del hecho de que no fue posible recuperar nada de información.
La expresión de la mujer pasó del fastidio a la preocupación.
—No; por eso no fue nuestra primera hipótesis. Pero es probable que terminemos por considerarla, si no encontramos evidencia que demuestre otra cosa.
—Pero la manera en que quedaron destruidas las cabezas puede ser la causa.
—Como poder, puede. Pero no estamos seguros. Ninguno de los exámenes fue concluyente.
—¿Podemos observar a la unidad que trajeron hoy?
—Sí, claro —respondió la ingeniera—. No lo examiné todavía.
Se dirigió a un placard metálico que había a un costado de la puerta de entrada, sacó unos barbijos y unos guantes y se los ofreció a las investigadoras antes de colocárselos ella misma.
—Acompáñenme, por favor.
La Morgue era como una morgue cualquiera. Hasta en la temperatura. Todo era metálico, igual que en el laboratorio, en el hall y la oficina del CEO. «Qué manía tiene esta gente con el metal», pensó Lavinia. «Es tan frío e impersonal... Como los androides que producen».
En la mesa central figuraba una pila de restos aparentemente humanos, enredados en un montón de cables, plaquetas y quién sabe qué más. El montón dominaba la escena; no era como el Laboratorio, donde el movimiento incesante distraía de lo que ocupaba la atención de los empleados. En este frigorífico vacío, totalmente despojado de vida, el androide roto le recordaba a Lavinia lo que le espantaba de los autómatas: ese remedo de vida que parecía banalizar lo que esta tenía de milagroso y, en cierto modo, de sagrado. Desvió la mirada, pero ya era tarde. La imagen ya le había quedado grabada en la mente, y ella estaba segura de que volvería para atormentarla en los momentos más solitarios e inesperados.
Dejó que la ingeniera se le adelantara y se ubicara del otro lado de la mesa. Se forzó a enfocarse en su rostro para no prestar tanta atención a lo que manipulaba. La vio diseminar las partes sobre la mesa, separándolas y agrupándolas por categoría. La vista se le volvió insoportable, por lo que dio unos pasos hacia el lavabo y cerró los ojos para oír la conversación.
—Las roturas de los miembros coincide con una caída desde gran altura. Las imágenes obtenidas por los expertos en recolección muestran que la dispersión es acorde. Falta revisar las cámaras de seguridad, pero estoy segura de que confirmarán que se trata de una caída. La cabeza —hubo un ruido metálico como de alguien que revuelve— está totalmente destrozada; muestra un patrón similar a las otras ya examinadas. Es necesario revisar las cámaras de seguridad para confirmar que fue lo primero que tocó el suelo.
—¿Es el primer ejemplar que se cae aquí?
—Sí.
—La acompañaremos a solicitar las grabaciones de las cámaras —oyó decir a Camila—. Nosotras también queremos una copia. ¿Podemos ver cómo se recupera la información de la unidad cerebral?
Hubo una breve pausa. Lavinia estaba a punto de darse vuelta para verle la expresión a la mujer, cuando la escuchó hablar.
—Claro, no hay problema.
Oyó el ruido que hacen los guantes de látex cuando alguien se los quita. En seguida vio pasar a la ingeniera por detrás de ella hacia la puerta.
—¿Quieren acompañarme a verme fracasar como las quince veces anteriores? —preguntó con una sonrisa desganada.
FELICITACIONES! Hemos llegado a las 8025 palabras! No les puedo explicar el esfuerzo que fue, a pesar de que adoro esta historia y estoy muy motivada para continuarla. Espero que la disfruten :D
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La ciudad de la furia
Science FictionLos androides son la última esperanza de una ciudad en decadencia. La primera tanda de unidades está lista para salir al mercado gracias a los esfuerzos de Androides y Robots S. A., en convenio con la Oficina de Asuntos Cibernéticos de la Ciudad Est...