VIII

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Lavinia se movió en el asiento. Miraba hacia todos lados, menos a donde estaba ANDI. La incomodidad era evidente, al igual que sus intentos por disimularlo.

—No sé —dijo en un tono desinteresado—. No soy muy fan de los autómatas; la verdad es que me encantaría ver arder a todas las corporaciones que...

—Abuela... —murmuró Camila entre dientes.

La mujer la miró como si no entendiera.

—¿Qué? No es una excusa, estoy diciendo la...

La nieta la miró con expresión de hastío, y ella explotó volviéndose a Evander:

—¡Tengo automatonofobia, okey! ¡Y la única razón que se me ocurre por la que ese imbécil de Eneas me recomendó para el caso es para romperme los ovarios! —Se calmó un poco y agregó—: No voy a aceptar el caso. Ni siquiera sé para qué carajo vine.

El rostro de la muchacha pasó del fastidio absoluto a una repentina alarma.

—¿Estás loca? —atinó a decir.

—Más respeto, que yo te crié —la atajó la otra.

—Hace como tres meses que estás sin trabajo. ¿Cómo vas a pagar el alquiler? ¿Qué vas a hacer con la jubilación?

—Ya me las voy a arreglar —respondió Lavinia con un tono áspero que intentaba zanjar la cuestión.

Camila, sin embargo, no parecía decidida a rendirse.

—Escuchame, abuela...

Evander interrumpió la conversación.

—Dos millones —dijo, y se limitó a esperar sus reacciones.

Las dos mujeres callaron y se volvieron hacia él al instante. La muchacha tenía los ojos abiertos a más no poder; la detective, por su parte, se le rio en la cara.

—¡Dos millones...! ¿Me está cargando, Smith? ¡Con eso apenas me alcanza para pagar un mes de alquiler!

Evander permaneció relajado, recostado en el sillón de oficina que su esposa había elegido en persona, con las manos abiertas de manera que solo se tocaban las yemas de los dedos. La nieta había entendido.

—No son pesos, abuela —dijo en algo que pareció un quejido—. Son créditos.

—¿Qué?

—Dos millones de créditos, abuela —repitió ella levantando la voz, y tragó saliva.

La risa se detuvo en seco. Lavinia abrió los ojos, pero en seguida los entrecerró.

—¿Está hablando en serio?

—Por supuesto —respondió el hombre e, inclinándose hacia adelante, agregó—: Ustedes no terminan de entender la magnitud del problema que tenemos entre manos. Se trata del proyecto más grande que haya planeado el gobierno desde la Debacle; el futuro de la ciudad está en juego y hay demasiados interesados en que el acuerdo se malogre —Otra pausa y continuó—:. Para nosotros no es algo menor; si todo sale según lo planeado, las posibilidades son casi infinitas. Todas las ciudades estado querrán a los ANDI para su reconstrucción. Dos millones de créditos no es nada en comparación con los pronósticos. La única condición —se apresuró a decir al ver que Lavinia estaba a punto de abrir la boca otra vez— es que usted resuelva el caso de la manera más rápida, discreta y satisfactoria posible. Y pongo el énfasis en «discreta», porque no queremos darle más oportunidades a esos activistas antirrobots para que aprovechen a hacernos mala prensa. Estoy seguro de que son ellos los que están saboteando nuestra producción, o tal vez, sea alguno de la competencia. La licitación fue difícil, sabe. Y, por cierto —dijo para terminar—, el comisario Di Fiore no me recomendó su servicio. Yo le pedí el contacto. Cuando era joven, estudié el caso de la cabeza robótica P. K. D. con sumo interés y leí todo lo publicado al respecto. De hecho, fue lo que me llevó a dejar mis estudios de filosofía y dedicarme a mi otra pasión, la robótica.

El silencio que siguió a las palabras de Evander era más que elocuente. El rostro de Lavinia, por el contrario, mostraba una total falta de expresión apenas interrumpida por los parpadeos de rigor. Tras unos instantes, por fin, habló.

—Está bien —dijo suspirando y extendió la mano—. Acepto.


La ciudad de la furiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora