La mañana apenas había comenzado y Evander Acosta-Smith iba por su tercer cigarrillo. Había pasado el rato no solo vigilando, a través de los lentes de contacto de realidad aumentada que tenía puestos, a la detective que el comisario Cuevas le había recomendado, sino que también observaba la calle como si se hubiera podido distinguir algo desde el ventanal de un piso cuarenta y nueve. Lo que más le molestaba era no poder verle la cara. La mujer le había dado la espalda a ANDI todo el tiempo, y él no lograba comprender el motivo. Así no podría formar su primera impresión. No sabía qué clase de persona era, por lo que no tenía idea cómo encarar la conversación.
Estaba por encender el cuarto cigarrillo, cuando oyó el timbre que anunciaba la llegada del ascensor. Dejó el encendedor en el escritorio mientras decidía aprovechar los pocos segundos que tenía antes de hablar para obtener la ventaja. Apagó el monitor virtual de su visión de realidad aumentada, se levantó de la silla y sonrió.
Lo primero que vio al abrirse la puerta del ascensor fue el rostro familiar de ANDI, inexpresivo como siempre. A continuación, salió una chica joven, alta, toda vestida de negro, con aire de estudiante fracasado. Sonreía con diplomacia cuando estrechó la mano de Evander en un apretón no muy firme, pero sostenido.
—Camila Di Fiore. Es un placer, señor Smith.
—Llámeme Evander —Se volvió hacia Lavinia con la mano extendida—. Detective.
—Di Fiore —respondió ella en un tono seco—. Lavinia Di Fiore.
Le devolvió el saludo sin mirarlo. Los ojos de la mujer iban y venían por la oficina; parecían examinarlo todo, como si buscaran algo. Apenas se fijaron en él y siguieron su camino. Por un instante, el hombre temió que ella lo considerara sospechoso o, peor todavía, culpable. Cualquier duda que pudiera tener al respecto se esfumó cuando se dio cuenta de que Lavinia evitaba deliberadamente mirar hacia donde estaba ANDI. Por algún motivo le tenía miedo. Quizás era una de esas viejas amante de las cosas retro, con seguridad fan de las películas clásicas de ciencia ficción donde los robots y las IA se volvían malignas. «El comisario no me la hubiera recomendado con tanta insistencia en ese caso» pensó en un intento por tranquilizarse.
Lavinia dio la vuelta a la oficina con cuidado para no cruzarse con ANDI y se asomó al ventanal. El CEO de Androides y Robots S. A. no podía creer que la mujer asomara casi medio cuerpo afuera como si nada, y después fuera incapaz de enfrentar un autómata común y corriente.
—El robot no cayó de aquí —la oyó decir.
—No, claro que no —respondió él—. Tampoco de los pisos de arriba; los habría visto caer —agregó—. Los laboratorios de pruebas están entre los pisos quince y veinte; los androides solo pueden circular por ahí. Si alguno que no está autorizado ingresa a un piso que no le corresponde, suena una alarma. Hasta ahora no tenemos registro de que ningún autómata haya cruzado el límite.
Lavinia se volvió hacia él con una expresión rara.
—¿Y los que están autorizados? —preguntó.
A Evander no le estaba gustando el camino que tomaba la conversación. Era demasiado pronto para revelar ciertos datos. Descartó la idea de responder con evasivas o mentir; esa mujer no parecía de las que dejaban pasar las cosas. No le quedaba más remedio que decir la verdad, aunque ello significara darle pie a que dedujera algunas cosas que no convenía que supiera. Al menos, por el momento.
—Apenas son una docena y están bajo el control de los altos ejecutivos. De cualquier manera, son monitoreados constantemente por los guardias de seguridad y los desarrolladores.
—Y usted.
El hombre maldijo en su mente antes de contestar:
—Sí.
—O sea que usted ve lo que esto ve —dijo la detective señalando a ANDI, pero sin volver la cabeza.
—Elle —intervino ANDI 2.0.
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La ciudad de la furia
Science FictionLos androides son la última esperanza de una ciudad en decadencia. La primera tanda de unidades está lista para salir al mercado gracias a los esfuerzos de Androides y Robots S. A., en convenio con la Oficina de Asuntos Cibernéticos de la Ciudad Est...