XI

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—La ingeniera Peretz trabaja en el área de Desarrollo, y también en la Morgue —aclaró ANDI—. Es la que coordinó las autopsias de los ANDI en fase Beta.

—Encantada —dijo la aludida mientras se limpiaba la mano con un trapo para darle la mano a Lavinia—. ANDI dice que usted viene a investigar sobre el asunto. Gracias, ANDI, puede retirarse —agregó volviéndose al androide.

ANDI se mantuvo en su lugar.

—El doctor Smith nos solicitó que acompañáramos a la detective y su asistente durante la investigación para prestarles nuestra ayuda en caso de que fuera necesaria —explicó.

La ingeniera arrugó ligeramente la nariz y se acomodó los anteojos; el gesto pareció natural, pero a Lavinia le dio la sensación de que estaba tratando de disimular que no le agradaba la idea. Se le ocurrió que, tal vez, tendría alguna información de la que no quería que se enterara Acosta-Smith. O tal vez ANDI. Tendría que recordar hablarle a Camila de eso cuando estuvieran solas.

«Espero no olvidarme de nada», pensó con cierta amargura.

Un silencio repentino la sacó del hilo de su pensamiento; al volver a la realidad, se encontró con que les tres la miraban como esperando algo de ella. Camila abrió los ojos y levantó las cejas en un gesto que quería decir «te toca».

—Háblenos de los prototipos a prueba —dijo ella sin pensar.

—No hay mucho que decir —respondió la ingeniera—. Se encuentran en fase beta, por lo que se ha entregado una muestra a un grupo de empleados de confianza de la empresa para que los utilicen y presenten un informe de todas las fallas que encuentren y de las mejoras que consideran necesarias. Es básicamente una bitácora de uso.

—Tendremos que interrogar a estos empleados y revisar las bitácoras —le dijo Lavinia a Camila, y se volvió a Peretz—. Continúe.

—Hace diez días que comenzó la prueba. Durante los primeros días no hubo novedades; nos olvidamos del tema hasta que la semana pasada nos fue informado que se había suicidado el número doce.

—¿Cómo, suicidado?

—Esas fueron las palabras exactas de la persona a cargo. Según dijo, le ANDI estaba trabajando con él en el laboratorio de su departamento después de haber ido a la panadería, y, en un momento dado, sin previo aviso, abrió la ventana y se arrojó al vacío. Así nomás, sin detonante ni nada que lo justificara. Ni siquiera dijo una palabra.

—Eso sí que es raro —comentó Camila como para sí misma, pero en voz alta.

—Díganoslo a nosotros —le respondió la ingeniera—. En seguida enviamos un equipo a buscar los restos y los trajimos aquí. Los examiné yo misma con el equipo de la Morgue.

Un investigador se acercó a la mujer con una tablet para mostrarle algo. Se acercó sin pedir permiso y le susurró algo al oído. Ella miró con recelo a sus interlocutoras y, tras mirar la pantalla, le respondió al hombre de la misma manera. Este asintió en silencio y se fue como había venido.

Lavinia esperó que terminara el numerito —pues tal lo consideraba— con evidente impaciencia. Cuando quedaron solas de nuevo, preguntó:

—¿Encontró algo llamativo en ese examen?

—No tanto lo que encontramos, porque las partes no mostraban ninguna clase de alteración —explicó la ingeniera—, sino lo que no encontramos.

«Para dedicarse a las ciencias duras, esta gente es bastante vueltera», pensó Lavinia. Estaba bien que no le afectaba tanto ver partes de androides desarmados, pero tampoco le resultaba una vista placentera. Estaba sintiendo una urgencia por salir de ahí que se le estaba volviendo molesta, y quería terminar con las preguntas lo antes posible.

—Continúe, por favor —dijo tratando de contener la impaciencia.

—Bueno, cuando quisimos examinar el cerebro, no solo estaba completamente destruido, sino que tampoco pudimos recuperar nada del respaldo. Como si alguien lo hubiera borrado.

—¿Un virus? ¿Un hacker?

—No lo sé, tal vez... Serían las únicas explicaciones posibles, pero lo veo muy difícil. Estos cerebros son muy complejos, no se pueden hackear como un dispositivo cualquiera. Sé que la comparación entre el cerebro y la computadora sigue siendo muy popular, pero es totalmente inadecuada. Los cerebros de les ANDI no son como nada que se haya conocido hasta ahora.

Lavinia sospechó que esto era un pie para que preguntara sobre el diseño de los cerebros, pero no caería en esa. Primero, porque no le interesaba y no lo iba a entender; segundo, porque había una hipótesis que deseaba confirmar antes.

—Dígame, ¿cuántos androides se «suicidaron» hasta ahora?

—Déjeme ver... —contó con los dedos hasta que se le acabaron—. Quince.

—Y de esos, ¿de cuántos pudo recuperar información?

La ingeniera se pasó la mano por la nuca al responder lo que Lavinia esperaba:

—Ninguno.


La ciudad de la furiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora