XVI

22 4 3
                                    

Lavinia le miró extrañada; fue apenas un instante, puesto que se dio cuenta en seguida de lo que había hecho. Volvió la cabeza hacia la izquierda, insultándose a sí misma con todos los epítetos que conocía mientras intentaba controlar los escalofríos que querían apoderarse de su cuerpo.

—¿No le puedo hablar yo? —preguntó con evidente frustración en la voz.

—Está conectada a tres redes al mismo tiempo; la comunicación directa podría producir una sobrecarga en el cerebro.

La detective no estaba convencida. Permaneció callada un momento mirándose los zapatos, el techo, a Camila, hasta que, por fin, volvió a la cyborg.

—¿Participó algún programador en la recuperación de los datos de los ANDI destruidos?

Hubo una pausa en la que ANDI 2.0 Beta observó a su interlocutora, cuyo transmisor titiló a intervalos irregulares. Cuando este se detuvo, aquelle habló:

—No —dijo.

Al darse cuenta de que eso era todo lo que obtendría, Lavinia insistió:

—¿Por qué?

Otro momento de silencio.

—Porque somos cyborgs.

—¿Y eso qué tiene que ver? —preguntó, aunque, en el fondo, ya supiera la respuesta.

—No estamos autorizados.

—¿No hay un programador que no sea cyborg en toda la empresa?

—No.

—No puede ser. Las fallas de estos androides pueden deberse a un problema en la programación —insistió la detective—. ¿Cómo las arreglan? Me niego a creer que no haya un solo programador que no sea completamente humano en esta puta empresa.

Esta vez, el silencio se extendió más que las anteriores. Demasiado para la impaciencia de Lavinia. Cuando llegó a la conclusión de que el lacayo de Smith le estaba tomando el pelo, lo hizo a un lado diciendo «permiso» de mal modo, se acercó a la programadora para interponer su cabeza entre la pantalla y el rostro de aquella, y le habló con notable irritación:

—¿Cómo es posible que no haya estado presente ningún programador, como mínimo, en los procesos de recuperación de los datos?

—No puede responder —intervino ANDI con calma—. Está conectada...

—Tiene oídos, ¿no? —le espetó la mujer—. Tiene ojos para ver la pantalla, así que puede usar los oídos para escucharme. Conteste —agregó, dirigiéndose a la cyborg—. Es una persona, no un robot.

El cuerpo conectado apenas se movió; fue como el estremecimiento de alguien que debe hacer un gran esfuerzo para realizar el movimiento más imperceptible. Los cables se tensionaron y temblaron también, mientras la programadora enderezaba la espalda, giraba unos grados el torso, levantaba la cabeza y fijaba los ojos apagados en los de Lavinia.

—Disculpe —dijo con una voz ronca que delataba que hacía largo tiempo que no hablaba—. No se nos permite conversar en horario de trabajo.

—Disculpe usted —replicó Lavinia, visiblemente afectada por el estado en que se encontraba su interlocutora—. Me hago responsable por cualquier inconveniente, pero es que prefiero hablar directamente con la gente —explicó en un tono más tranquilo.

La programadora hizo un esfuerzo por sonreír.

—Gracias —dijo—. Puede preguntar, aunque le recuerdo que hay información que es confidencial —agregó levantando apenas la ceja izquierda.

Lavinia tomó otra nota mental de volver a interrogar a un programador cuando estuviera separado de las redes y ANDI 2.0 Beta etcétera no estuviera presente, por supuesto.

—Necesito saber cómo puede ser que en toda la empresa esta no haya un solo programador cien por ciento humano.

—Nosotros somos mucho más eficientes que los completamente humanos. Si se necesita uno, no se consigue.

—Pero necesitan al menos uno...

—No hay. Los egresados de la carrera somos todos cyborgs ahora.

—Y ni siquiera así los autorizan, aunque sea a uno solo para que tengan los datos de primera mano.

—Exacto. Alguien de Desarrollo hace todo y nos mandan la información a la IntraRed.

—Entiendo. Entonces, explíqueme cómo se programan las IA para les ANDI estos, a grandes rasgos, para tener una idea. No necesito saber secretos corporativos —agregó con tono burlón— ni nada muy técnico. Aunque me los explicara, de cualquier manera, no los comprendería. Y si los comprendiera, se me olvidarían en los próximos cinco minutos.

Hubo otra pausa mientras el comunicador de la sien de la programadora titilaba con furia; esta vez, sin embargo, Lavinia esperó tranquila, sin dejar de observar con los brazos cruzados, hasta que la luz se detuvo y los ojos de aquella cobraron vida otra vez.


La ciudad de la furiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora