Capítulo 6: La maldición de los Fraser

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Jasper estaba teniendo un día de perros

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Jasper estaba teniendo un día de perros. La reunión virtual con varios de sus ejecutivos no había ido como esperaba, tampoco los resultados tras aplicar su estrategia empresarial eran los óptimos. Hacía tiempo que barajaba la posibilidad de cerrar una de las sucursales de sus negocios en Brasil. Sabía que aquello impactaría en la vida de muchas de las personas que trabajaban para él pero no tenía otra alternativa. Tenía que hacer una restructuración y se veía en la necesidad de prescindir de una parte importante de la plantilla, así como reasignar recursos para cubrir las pérdidas que eran millonarias. Sentía un gran pesar, porque ante todo cuidaba de sus empleados...Pero no veía ninguna posibilidad de remontar, debido sobre todo al encarecimiento de las materias primas. Y tampoco quería rebajar la calidad de los productos que fabricaba, ni recurrir a las mafias que controlaban la tala indiscriminada de maderas valiosas y amenazadas en el Amazonas. 

Aquel era un límite que no quería, ni estaba dispuesto a rebasar.

Se sentía frustrado. 

Se tomó una tisana de la señora Campbell e intentó relajarse. Recordaba vagamente a sus padres antes de que el accidente de coche acabase con sus vides y se llevó las manos a las sienes. Le dolían. Desde bien joven tuvo que hacerse cargo de los negocios de la familia, aunque no le había quedado otra alternativa después de descubrir que el hombre que habían nombrado como albacea no estaba comportándose de manera honrada y había respondido con traición a la confianza que habían depositado en él sus padres. Los Fraser eran una familia conocida por su poder e influencia y muchos otros familiares lejanos o no, estaban dispuestos a arrebatarle a Jasper su herencia como carroñeros tras la muerte de una presa sabrosa. Era un huérfano rico, inexperto y con la carrera aún por terminar cuando sucedió la desgracia. Decían las malas lenguas en el pueblo  que  sus padres habían muerto debido a la  "maldición de los Fraser", pero él no creía en esas supersticiones.

Los enterraron en el panteón familiar: una imponente construcción del siglo diecisiete, con añadidos victorianos de piedra. Hermosos y tristes ángeles, esculpidos en mármol de Carrara acompañaban en la cripta a los Fraser que ya no estaban en el mundo de los vivos. Aquel día, los ataúdes estaban flanqueados por centenares de flores, que eran la única mota de color carmesí entre el gentío vestido de riguroso luto que se apelotonaba para decir adiós a Lynette y Charles W. Fraser.

 Jasper sentía que el peso de la pena y el remordimiento no lo dejaba respirar. Su secretario, aguantaba estoico el paraguas, mientras el joven trataba de mantener la compostura.  Quería escaparse de allí, pero sabía que no era posible. La prensa había venido y los guardaespaldas de sus padres hacían todo lo posible por mantener al joven protegido de ellos. Angus, era su jefe y mantenía con expresión neutra las apariencias. Pero su ánimo se encontraba alterado. Estaba impactado y se sentía profundamente compungido por la pérdida irreparable de dos personas de tal relevancia tanto en lo personal como el lo social. 

Al entierro asistieron importantes personalidades del mundo del arte, la ciencia y la política. Sus padres habían destinado importantes donaciones para fomentar la cultura, la ciencia, el deporte y el arte. Eran filántropos, incansables coleccionistas de arte y de todo lo extravagante que llamase la atención de los expertos ojos de Lynette, la hermosa madre de Jasper. 

Los medios habían hecho eco del triste evento para crispación de Angus, que vigilaba con ojos de halcón a su protegido, evitando que se aproximaran de manera inapropiada impartiendo las órdenes oportunas al personal de seguridad que tenía bajo su mando. Los Fraser dejaban un gran vacío dentro de la comunidad a la que pertenecían, ahora su hijo era consciente de aquello y Jasper recibía las condolencias de todos y cada uno de ellos, estoico, bajo la lluvia incapaz de asimilar que ya no los iba a volver a ver nunca más. 

Si tan sólo no hubiese discutido con ellos aquél día, el día previo al accidente, si no les hubiese dicho todas aquellas cosas horribles...

Su corazón estaba encogido por la angustia. Jasper sentía que no podía respirar. Nadie se había salvado del accidente. También había fallecido el chofer de su padre: el señor Brendan Boyle. Dejaba viuda y una joven de veintiséis años que ahora vivía en Francia con su marido. Pero Jasper sabía que su padre seguramente había previsto algún tipo de ayuda para ella si se presentaba aquella contingencia. Era un hombre generoso...Y Jasper se sentía perdido. 

¿Qué iba a ser de él, sin su familia? el joven no tenía hermanos.

Y en aquel momento, la vio...Meribeth Allan, rubia, de ojos profundamente oscuros. A Jasper se le antojó una especie de  ninfa del bosque que aguardaba estoicamente bajo la lluvia, cubierta con un enorme paraguas negro.  Su rostro pálido ligeramente sonrosado en las mejillas  intentaba mantener la compostura. La joven  apreciaba profundamente a los fallecidos. Sus padres tenían una casa que lindaba con las propiedades de los Fraser y había sido una querida compañera de juegos para Jasper. Aquel largo y ondulado cabello rubio... —sonrió con tristeza— cuántas veces le había tirado de las coletas y aquellos  coscorrones que le había dado ella como respuesta. Cuántas aventuras habían vivido explorando los acantilados y las charcas cuando bajaba la marea. Cuántos aventuras divertidas habían compartido. En aquellos momentos su  hermoso rostro estaba contraído por la tristeza,  la luz en sus ojos negros  se había apagado. Se conocían desde niños y fue en aquellos momentos de dolor  que supo que su corazón le pertenecía.

Ella y sólo ella, lo ayudó a recuperarse de la muerte de sus padres y a encontrar un propósito en su vida. Con ella a su lado, se había sentido invencible. Meribeth había traído color a su vida con su  creatividad desbordante, su imaginación y su energía inagotable. Jasper se preguntaba de dónde sacaba aquella capacidad de creación que muchas veces la tenía despierta hasta altas horas de la madrugada cuando le llegaba la inspiración. Se ponía su gastado peto vaquero, sus camisetas desteñidas, ajadas por el uso y con un beso le decía que no le esperara despierto. Aquello hacía que el corazón de Jasper se derritiera y muchas veces acabaron haciendo locuras sobre los lienzos, desnudos, abrazados, felices de estar vivos, de compartir una  vida juntos. Meribeth  pintaba hermosos cuadros  de formato enorme que exponía en una importante galería de Edimburgo. También esculpía y diseñaba joyas. Su  espíritu inquieto y disperso se atrevía con todo. Jasper no entendía que alguien pudiera dedicarse a tantas disciplinas sin perder el entusiasmo por ninguna de ellas.  

Y cuando le dijo que estaba embarazada el joven no pudo ser más feliz.

Jasper pensó en Eleonora en aquel momento. Hacía tanto tiempo que no pensaba en otra mujer que no fuera su esposa, que se sintió avergonzado, como si el sólo hecho de tener interés en otra persona fuese un pecado, una traición a su memoria. Aquella joven había venido a dar un soplo de aire fresco en su anodina y rutinaria vida llena de congoja por una pérdida prematura. Pensó en la maldición que afectaba a su familia según las leyendas locales y después torció el gesto. 

"Ningún Fraser logrará una vida plena y feliz mientras Culloden Castle se mantenga en pie. La Parca se encargará de restaurar lo dañado: una vida por otra, hasta que las muertes de los inocentes  sean vengadas".

El joven recordó aquellas palabras aciagas pronunciadas por una prostituta española en el siglo dieciocho y se estremeció. 

 

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