El Misterioso Encapuchado.

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Aquel ruido infernal procedía de la estancia del al lado. Traté de recordar cual era el uso que se le daba a esa sala, y caí en la cuenta de que era una sala de entrenamientos, concretamente una de combate armado.  Tragué saliva y, movida por la curiosidad, decidí acercarme a ver que había ocurrido.

Salí al corredor y me acerqué hasta la puerta que daba paso a la habitación contigua. Por algún motivo tenía un nudo en la garganta, pero aún así accioné la manivela y me colé silenciosamente dentro de la estancia. Pude distinguir una figura encapuchada, alta y de espalda ancha, enfundada en el uniforme de los guardianes. Estaba agachada frente a una estantería de la cual habían caído varias espadas, dagas y cuchillos. Pude oír que decía algo con un tono malhumorado ...¿Estaba hablando en inglés?. Me quedé donde estaba, sin hacer nada para que la persona misteriosa no reparara en mi presencia. Sus movimientos, además de dejar claro que se trataba de un chico, me resultaban extrañamente familiares, pero no fui capaz de vincularlos a ninguna persona concreta.


Aún quedaban algunas armas en el suelo, cuando el chico tomó entre sus manos una pequeña daga, la cual hizo girar en el aire para cogerla después por el borde. Se incorporó de un salto del suelo, acercándose a zancadas a una de las dianas dispuestas en el fondo de la sala. Se sitúo a unos 15 metros de ellas, y alzó ligeramente la mano derecha. Al mismo tiempo, la daga se elevó sola en el aire hasta situarse a la altura de la cabeza encapuchada del joven. Fue todo tan rápido que apenas pude distinguir lo que ocurría. Solo vi que la figura se giró levemente hacia la derecha, y que un segundo después la daga estaba clavada hasta el borde, vibrando por el impacto, en el centro de una de las diana, sin que aquel chico hubiera movido un músculo. "Telequinesis" pensé cuando me recuperé de la sorpresa, instantes después. Seguía paralizada en la puerta, cuando el encapuchado se giró.

-¿Pero a quien tenemos aquí? Parece que me persigues pelirroja...-. Apreté instintivamente los puños. El misterioso chico no era otro que el pedante guardián americano, Steph. Por supuesto, no me digné a contestarle, así que me di la vuelta y encaminé mis pasos hacia la puerta. Cual no sería mi asombro al sentir una fuerza invisible tirar de mi hacia atrás. Solté un grito de frustración, tratando de librarme del abrazo de la telequinesis del guardián. El soltó una carcajada al ver mis inútiles intentos por liberarme. -Oh venga pelirroja...¿Aún sigues enfadada?- preguntó cuando consiguió arrastrarme hasta su lado. Como toda respuesta, le dirigí una mirada furiosa y chispeante. A su vez, él soltó un resoplido clavando sus dorados ojos gatunos en mí. -No busques donde no hay nada pelirroja. Lo de anoche fue simplemente otro de mis actos heroicos en los que salvó doncellas en apuros. Y lo de tu cuarto...Bueno, para que engañarnos, yo también estaba algo perjudicado, ni siquiera recuerdo haberlo dicho-. Esperó unos segundos, aguardando a ver si sus palabras conseguían hacerme hablar, pero tan solo le lancé una ráfaga de aire que lo desplazó unos pocos cm de mi. Soltó un bufido de frustración, dando un par de pasos hasta recuperar su inicial posición. -Mira que eres testaruda...-comentó sacudiendo la cabeza. Atrajo hacia su mano uno de las dagas que aún estaban en el suelo, la cual yo miré con curiosidad. Mi mirada no pasó desapercibida al rubio, que dibujó una sonrisa divertida en su rostro. -Parece que te interesan las dagas, ¿Si te enseño a usarlas me perdonas?- Inquirió poniendo cara de cachorrito. Puse los ojos en blanco ante eso, aunque estaba adorable.

Sopesé su propuesta en silencio, y llegué a la conclusión de que en algún momento podría venirme bien saber como defenderme con un arma. Le dirigí una última mirada enfadada, pero asentí con la cabeza. El alzó los pulgares, en un gesto que denotaba lo orgulloso que se sentía por haber encontrado la manera de solucionar mi cabreo. Me tendió la daga que sostenía en sus manos. Yo la cogí con torpeza, observándola. Era bastante bonita, con la hoja azulada decorada con filigranas en negro.

-A ver pelirroja, que vamos a lanzarla, no a trinchar un pavo de Acción de Gracias-. Dijo con sorna mientras corregía la manera en que yo había cogido la daga. -Vale, ahora si-. Fue a colocarse frente a la diana, algo más cerca de lo que se había situado cuando lanzó él. Yo lo seguí, poniéndome a su lado. -¿Que tengo que hacer?-. pregunté mirándole. -A ver, lo primero de todo, mirada fija en el objetivo-. dijo en tono profesional, colocando su dedo en mi barbilla para hacer que girara la cara y enfocara la mirada a la diana. -Adelanta el pie derecho y deja el brazo derecho relajado. La cadera, en diagonal a la diana.- Colocó sus manos sobre mi cintura, presionándola ligeramente para que girara. Quizás fue solo una impresión mía, pero juraría que las manos de Steph se habían demorado más de lo necesario en mis caderas. Se apartó un paso de mi, para dejarme espacio suficiente. -Vale, ahora tienes que lanzarla. Sujétala bien por el borde e imprime con tu brazo toda la fuerza que puedas en el lanzamiento, para que la punta se clave. Si consigues acertar en alguna parte de la diana, me doy por satisfecho- aprecié el tinte irónico de sus palabras, pero hice caso omiso. Apreté la empuñadura de la daga, clavando mi vista en el centro de la diana. Tras pensarlo unos segundos, alcé el brazo y lancé el arma con toda a fuerza que fui capaz. Esta voló hacia la diana, clavándose por los pelos en la parte más superior. Busqué con la mirada la aprobación del guardián, que me miraba muy fijamente y asentía con la cabeza. Se había quitado la chaqueta gris que llevaba, de modo que sus extraños, pero preciosos, tatuajes de los brazos quedaban visibles. -Prueba de nuevo pelirroja, y baja un poco más el brazo, errarás menos el tiro-. Repetí el proceso de lanzamiento, consiguiendo que la daga se clavara unos centímetros más abajo que antes, pero aún seguía demasiado lejos del centro. Di la vuelta sobre mis talones para hacer un comentario sobre mi mala puntería, pero las palabras se me atragantaron cuando, al girarme, descubrí que Steph estaba detrás de mi, a escasos centímetros de mi espalda. Me cogió por los hombros para hacerme mirar de nuevo hacia la diana y sujetándome por detrás agarró mi mano, en la que colocó otra daga. Acto seguido, movió mi brazo y la daga voló, obediente, a clavarse limpiamente en el rojo centro de la diana. -Así debes hacerlo-. susurró en mi oreja, logrando que cada pelo de mi cuerpo se erizase. Me giré de nuevo para mirarle, con el corazón latiendo a un ritmo inusitadamente rápido.


Steph era casi una cabeza más alto que yo, de manera que tenía que alzar mis ojos para mirar los suyos. Y así nos quedamos, durante unos instantes que me parecieron eternos, simplemente mirándonos. Pero de pronto sus manos se aferraron de nuevo a mis caderas, y al hacerlo accionó algo dentro de mi que me hizo ponerme de puntillas y acabar con la maldita distancia que separaba aún nuestros labios.

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