Dos lobos de Fuego

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Cuando por fin me quedé sola, suspiré largamente. Me daba una pereza tremenda ponerme a estudiar ahora, pero lo cierto es que tenía que hacerlo. En la próxima clase era más que probable que LeClaire nos obligara a mostrar delante de todos lo que habíamos avanzado. Yo odiaba con toda mi alma aquella práctica, pero lo cierto es que era efectiva: Todo el mundo se esforzaba en estudiar para no quedar en ridículo. 

Miré mi reloj, tenía una hora y media durante la cual podía practicar, antes de bajar a comer con las chicas. El Libro del Fuego estaba en uno de los estantes que quedaban encima del escritorio, así que lo cogí, maravillándome como siempre de que sus tapas estuvieran tibias a causa de la magia que encerraban, y me senté en la cama con él sobre las piernas.  Durante los 10 minutos siguientes, me dediqué a repasar la teoría de lo poco que ya dominaba, por si LeClaire hacía preguntas teóricas. Una vez me aseguré de que lo tenía todo claro, cerré el libro y lo hice a un lado. Ahora tocaba lo difícil... Tenía que avanzar de una vez. Mi objetivo ahora era conseguir crear cualquier figura a partir de una llama, no algo tan simple y fácil de controlar como una esfera de fuego.  Tomé una profunda bocanada de aire y me levanté para encender mi vela de prácticas, que estaba sobre el escritorio. La prendí con una cerilla y la deposité en el suelo, justo en frente de mí. La pequeña llama no paraba de moverse, como invitándome a comenzar de una vez, así que eso hice. 

Con toda la determinación que pude reunir, dirigí el torrente de magia que manaba de mis manos hacia el foco de luz, logrando aumentar la llama para tener suficiente fuego con el que modelar una figura. Con la mano izquierda, empecé a trazar en el aire las líneas que deberían dibujar un lobo en el aire. Obviamente, se trataba de una figura tosca, pero la magia es magia y tan pronto como terminé de esbozar la silueta del animal, las llamas comenzaron a retorcerse y a plegarse sobre si mismas hasta adquirir la forma del cuadrúpedo cazador. Pude notar como mi energía disminuía considerablemente y pese al amuleto, porque crear una forma definida exigía mucho más esfuerzo del que se necesitaba para modelar una esfera. Aún así, me sobrepuse al leve cansancio que comenzaba a atenazar mis músculos y dirigí al lobo llameante por la habitación, aunque con cuidado de no tocar nada que pudiera quemarse. Estaba totalmente fascinada por aquella brillante silueta que flotaba por la estancia, pues realmente era un lobo perfecto, y además lo había creado yo sin ayuda de nadie. Lo detuve unos segundos frente a mi, apreciando como mi magia había conseguido crear de la simple llama de una vela un animal de fuego que parecía estar vivo. Luego volví a hacer que se desplazara por mi habitación, y estuve a punto de provocar que quemara las cortinas con la cola, aunque logré esquivar la tela en el último momento. La fatiga que notaba era cada vez más grande, pero estaba fascinada por mi creación. Tal era mi nivel de fascinación que me negaba a deshacer el conjuro pese al cansancio, y solo se me ocurrió una solución para evitar mi desfallecimiento por fatiga: usar el diamante. El anillo estaba sobre mi mesilla, así que caminé hasta ella con la mano en alto para que mi lobo no se desvaneciera y me lo coloqué como pude en el dedo anular. 

Casi de inmediato noté mis energías restauradas, como si aún no hubiera comenzado a hacer ningún conjuro, y sonreí por ello, era muy gratificante. Ahora que sentía a mi disposición semejante cantidad de poder, decidí hacer algo más difícil: Crear una segunda figura. No estaba muy imaginativa, así que tracé en el aire las líneas para dibujar una silueta casi idéntica a la anterior. Unos momentos después, dos lobos de fuego se perseguían por mi habitación, bajo mi atenta y orgullosa mirada. Me senté sobre la cama, por comodidad, ya que la nívea piedra me proporcionaba toda la energía que pudiera necesitar, y me dediqué a contemplar como ambas figuras se movían por mi cuarto según mis órdenes.  De pronto, el bronce en el que estaba engarzado el diamante se calentó enormemente, quemándome el dedo. Me levanté de un brinco, agitando la mano tan fuerte que el anillo salió despedido. Respiré con alivio... Hasta que reparé en lo mucho que me estaba costando tenerme de pie. El hechizo que había creado a las dos figuras seguía activo, solo que ya no tomaba la energía para mantenerse del diamante, sino de mi. Antes de que pudiera pensar en deshacer el conjuro, me desvanecí en el suelo de la habitación.

.- ¡Selene, Selene por favor dime algo, despierta!-. una voz que parecía venir desde muy lejos se coló por mis oídos, llegando hasta mi adormecido cerebro y poniéndolo en marcha de nuevo. Lentamente abrí los ojos, que se toparon con una figura borrosa inclinada sobre mí. Parpadeé un par de veces, para aclarar mi visión, y mi corazón se aceleró al reconocer a la persona que me hablaba.  .-Steph...Que.. ¿Que ha pasado?-. pregunté desconcertada al reparar en que estaba tirada en el suelo. El guardián puso una mano bajo mi espalda, incorporándome y apretándome con fuerza contra su pecho. .-Dios pelirroja, menos mal que estas bien...-.susurro suavemente, acunándome como si fuera una niña. .-No se que ha pasado, he entrado aquí y estabas desmayada en el suelo. ¿No recuerdas nada?-. inquirió con la voz teñida de preocupación. Mi mirada recorrió la habitación en busca de respuestas, hasta que me topé con un pequeño y poderoso objeto que no recordaba haber dejado ahí... Y me acordé de todo de golpe. .-Ai mierda... He sido imbécil...-. dije ocultando mi rostro entre mis manos.  .-¿Qué? ¿Porqué?-. quiso saber el curioso americano. Yo señalé el anillo, que brillaba en el suelo cerca de las patas de mi escritorio. .-Me emocioné con un conjuro...Y como no podía mantenerlo usé eso. Luego no se porque se recalentó y lo tiré... Y el hechizo me consumió la energía...-. susurré esperando la regañina del americano.




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