CAPÍTULO 22

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PRESENTE

Para Arissa no existía más nada que su trabajo en ese momento. En ese momento, y por ocho días enteros. Ni celular, ni amigos, ni Willem. Solamente respondía a su hermana si necesitaba algo, nada más. No quería, no podía permitir que su mente se vaya a aquellos pensamientos tan destructivos y negativos, no quería hundirse pensando en lo idiota que se sentía por haber sido engañada. Ya tenía tiempo para golpear cosas a la noche, en la soledad de su casa. Apartó unos papeles, y sacó una agenda, tenía que programar aquel evento del que tanto había hablado con Judith, la cual no dejaba de recordárselo para evitar que se echara para atrás como ocurrió en más de una ocasión. Había silenciado las llamadas y mensajes de Willem, ignorándolo por completo. No quería saber nada de él, ni de la hija que le ocultó, y de quien sabe qué mentiras más, como que quizás también tenía una esposa escondida en algún lugar. No tenía tiempo para mentiras, para sufrir por amor, algo que ella ya había pasado, no quería que se repitiera, no, no y no.

Vio de reojo que Willem pasó delante de su escritorio, y sintió que la miraba. Ella al no levantar la vista, escuchó la puerta de su oficina cerrarse, así pudo soltar un suspiro de alivio. Más de una vez intentó hablar con ella, pero Arissa por poco lo alejó a los gritos y tirándole con cosas. Willem, como cabeza de la empresa, no podía permitir mostrar una imagen de él que no fuera del jefe ejemplar. No sería bueno para él y su imagen, que todo el mundo se enterara de su vida íntima gracias a los gritos de una empleada. Arissa lo sabía muy bien, pero no pudo contenerse las veces que él se acercó, estaba tan dolida, tan destrozada, que lo primero que brotaba de ella era el enojo, la angustia, la tristeza, y no dejaba salir esas emociones en forma de llanto, sino de ira.

A media mañana, Arissa recibió un mensaje de Judith, pidiéndole que fuera a su oficina para ultimar detalles. Agarró la agenda, y algunos papeles más, cuando justo sonó su celular. Se quedó viendo un momento el número que no tenía identificado, aunque tenía un ligero presentimiento de qué se trataba, algo que le hizo revolver las tripas. Nervios de los buenos, y si era lo que esperaba, le vendría bien una buena noticia entre tanta tristeza. Miró a su alrededor, y respondió.

Cuando entró en la oficina de Judith, la sonrisa de niña enamorada estaba presente en los labios de Arissa. Ni siquiera se molestó en ocultarlo. Se había demorado unos minutos con aquella llamada que tanto había estado esperando, para hablar con esa persona, que la felicidad brotó por cada uno de sus poros, haciéndole sombra a ese dolor que tenía clavado en el corazón. Se dijo a sí misma, que ella se merecía más, que todo lo bueno que le pudiera pasar, ella era más que merecedora. Y que aquello que acababa de volverse oficial, era algo que estaba en su destino. La vida se lo tenía preparado, porque de eso se trataba cuando una intentaba seguir sus sueños.

—Estaba a punto de volver a llamarte —comentó Judith con los labios fruncidos. Arissa dejó la agenda sobre el escritorio, y se sentó con lentitud en la silla, casi de forma sexy, con el mentón en alto, para que la mujer se diera cuenta—. ¿Qué pasó? ¿Te duele el culo de estar tanto tiempo sentada escribiendo? —bromeó, aunque no usó un tono de gracia, y si la hubiera escuchado otra persona, nadie se hubiera dado cuenta de que en realidad estaba bromeando.

—Por suerte no, y mi culo lo sigo entrenando para que tampoco se caiga —Arissa apoyó los codos en el escritorio y se inclinó hacia adelante. Otro de sus cables a tierra, o más bien, que le daba alas a su imponente imaginación: conectarse los auriculares, y entrenar por al menos una hora y media por día en el gimnasio de Aidan. Para eso no podía faltarle el tiempo, y si no lo tenía, bueno, eran las ventajas de ser la hermana del dueño y tener acceso a las llaves para entrar en cualquier horario que a ella le conviniera—. Tengo excelentes noticias, además de la rutina de glúteos que estoy haciendo actualmente.

—Te escucho.

Arissa tuvo que ir a la cocina del piso tres veces por la tarde para repetir el café, y que al menos la cafeína la mantuviera despierta. Sin contar las veces que se sirvió por la mañana. Estaba llevando unos días bastante ajetreados, pero en los que hacía todo lo que amaba. Bueno, había una parte que no le gustaba tanto eso de organizar, porque temía olvidar las cosas, que algo faltara, que tal vez no todo saliera tan perfecto como su cabeza imaginativa de escritora recreaba la escena.

Lo bueno o positivo de tener tantas cosas para hacer, no tener tiempo siquiera de poder llorar, porque, a pesar de la felicidad, el dolor de extrañar a Willem estaba ahí, de verlo prácticamente todos los días y no ser capaz de mantenerle la mirada, o tal vez de no querer hacerlo. Para la única persona que su teléfono estaba disponible las veinticuatro horas del día, era para su hermana, que a veces estaba insoportable con el tema del embarazo, pero era algo que realmente quería hacer: estar desde siempre para su hermana, y para su futuro sobrino.

Arissa se refregó los ojos, con la cadera apoyada en la mesada de la cocina. Eran las ocho de la noche, y ella aún seguía dando vueltas por la oficina, e incluso un tiempo más, ya que estaba preparándose otra taza de café. Bostezó, y por algún motivo el recuerdo de su padre la embargó, y le provocó nostalgia. Sintió ganas de que él estuviera ahí. Cuando Arissa entró a la editorial, y comenzó con aquel otro trabajo que estaba dando frutos en ese momento, tenía veintidós años. Casi al cumplir un año en la empresa, él falleció. Tuvo un accidente en la ruta. Tenía ganas de brindar con él, consultarle algunas cosas, y él haría todo lo posible para buscar asesoramiento y aconsejarla en todo lo que él pudiera. Aidan tenía mucho de él, aunque físicamente los trillizos tenían más parecido físico con su madre, con lo que respectaba a personalidad, su hermano era el que más se parecía: la manera en que las sobreprotegía, a veces un poco más a Arissa, tal vez por ese carácter impulsivo y lanzarse hacia cualquier cosa sin medir demasiado las consecuencias.

Volvió a la realidad cuando la cafetera le avisó que ya estaba a la temperatura ideal. Agarró una taza, y solo le bastó dar un paso para que sus manos se volvieran de gelatina, y la taza se estrellara contra el suelo, haciendo un ruido estruendoso. Hizo una expresión de molestia por el sonido, y una mueca de desgano al ver que tenía que limpiar, lo cual provocaría más tiempo ahí, lejos de su cama y una buena siesta.

Se arrodilló, y comenzó a juntar los trozos, intentando ser lo más rápida posible, aunque eso implicó sentir un escozor en la palma de la mano. Soltó los trozos que había juntado de golpe, con una mueca de dolor. Se miró la palma, donde tenía un corte hecho con alguna de las puntas. No era muy grande, y tampoco profundo, pero ardía. Su expresión cambió cuando sintió que la puerta se abrió a su espalda, y escuchó pisadas. Se quedó en el lugar, rígida. Apretó la mano en un puño.

Willem se agachó delante de ella, aunque Arissa no le devolvía la mirada. Sujetó su mano lastimada por la muñeca, y la instó a que se levantara del suelo. Arissa lo hizo, apretando aún más el puño. Arissa sintió que el corazón le latió rapidísimo cuando Willem, con cuidado, comenzó a abrir sus dedos, uno por uno, para poder ver qué tanto se había lastimado. Sin mediar palabra, la empujó con suavidad contra la mesada, donde estaba la canilla. Metió la mano de Arissa bajo el ligero chorro de agua fría, ignorando su mueca al sentir el ardor. Luego agarró un papel de cocina limpio, y lo pasó por su palma. La poca sangre que le había salido había desaparecido, y solo quedó una línea rojiza.

—En el escritorio estoy casi seguro de que tengo alguna curita para cubrir... —comenzó Willem.

—No necesito. Estoy bien —lo cortó Arissa, quitando la mano, rompiendo el contacto de las manos de ambos, y fue como volver a sentir frío. Se tragó todas las ganas que tenía de abrazarlo. Willem pareció dolido, en cada pestañeo, en cada segundo que pasaba y tenía los ojos sobre ella. Arissa suspiró, y bajó un poco los hombros para no estar tan a la defensiva—. Gracias.

—A cambio, quiero pedirte algo —dijo Willem, y Arissa se enderezó de golpe, dando un paso hacia atrás. ¿Acaso él era tan descarado de pedirle algo a ella? ¿De verdad?

— ¿Es enserio, Willem? —intentó marcharse de ahí, indignada, pero él fue más rápido y le bloqueó el paso hacia la puerta.

—Solo que me escuches. Nada más. Solo que escuches, y después, si querés alejarte de mí para siempre, lo entenderé, y prometo no volver a molestarte —Arissa percibió que fue casi una súplica por su parte. Se quedó en silencio, y suspiró, con cansancio, ya sabiendo que no podría negarse a su pedido, por más de que gracias al trabajo había logrado no pensar en él durante tantos días. Asintió despacio, y Willem tuvo un amago de sonrisa, antes de volver a ponerse serio—. Quiero hablarte sobre Claire. 

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