04 / Floor support

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Llamar a lo que viene «la parte de Katerine» sería un estiramiento muy grande. El relato en sí debería de ser llamado «la parte de Katerine». Ella y lo que ella hizo conmigo es lo que probablemente haga de esta historia una historia interesante. Y en fin, se las introduzco así como se nos fue introducida a nosotros.

La verdad, el entrenador primero nos mostró una llamada, de una empleada de la tercera edad. Por alguna razón, Geronimo tenía la necesidad de enseñarnos que no había límite alguno para el trabajo. Con sus típicas frases de «este trabajo es muy fácil; es tan fácil que mi nieta de once años podría hacerlo sin ningún problema». Yo no te negaría eso, tú conoces a tu nieta más de lo que yo la conozco a ella, pero aunque tu nieta supere la presión que Samsung le mete a sus empleados para un perfecto desempeño semana tras semana, ¿va a poder aguantar el aburrimiento de estar sentada ocho putas horas frente a un monitor bregando con mamahuevos americanos? Lo dudo mucho, Geronimo.

Bueno, cómo iba diciendo. Nos enseñó una grabación de una llamada de una agente de la tercera edad. Y con mucha intención; no me sorprendería si ocupaba espacio en la data de la empresa desde hacían semanas, meses o años, y era un clásico favorito del entrenador que terminó saliendo perfecto y que no duda en volver a acudir a él cada vez que tiene un grupo nuevo de allegados. Resultó que esta vez no solo tuvo la suerte de mostrar la otra cara de la moneda, sino que también consiguió que la otra cara de la moneda tuviera vida. Tuviera vida y que nos acompañara en ella, pues. Hasta el punto en el que a mí casi me mata.

Ah no, eso último no va ¿eh? Ni siquiera es verdad. Eso no es verdad. Mis dedos se mueven solos porque mi mente está en blanco o... saturada, no sé. Vale, hagamos esto, tú, que estás leyendo esto, te vas a dejarle la purina al perro, o regar las plantas, o fregar los platos, o cualquier oficio que hayas dejado pendiente por estar vagueando leyendo un libro de mierda más de Kevin Roze; y mientras, yo me voy a tomar un respiro, intento mejorar un poco más esta gripe que tengo y vuelvo a seguir escribiendo. ¿Qué piensas? ¿Suena bien? Cool. Porque el siguiente párrafo ya es cuando yo volví ¿okey? ¿Bien? Bien. Ahí te veo. Los platos te esperan.

Bienvenidos al siguiente párrafo de este capítulo. ¿Ven ese espacio entre este y el anterior? No lo notan, pero es un vacío con un valor de casi una semana de tiempo. Cuando te mandé a lavar los platos me quedé viendo donde lo había dejado en Euphoria; eso con la sensación de que una nube húmeda flotaba en el rincón interior de mi ojo derecho. Mi visión nublaba más a través del día, y me pareció raro al verme en el espejo el tener jirones de legaña acumulados alrededor de dicho ojo ya cuando el sol se escondía. ¿Recuerdas que te dije que tenía gripe? Sí, el maldito virus escaló todo a una conjuntivitis. Nada de esto cambia los sucesos de Neverita, pero sí que cambia la manera en la que te los narro. Después de todo, soy yo, el Kevin del presente, el que utiliza sus fuerzas para escribirte este relato. Y de vuelta a Katerine, existen argumentos que un abogado podría sacarse del saco para decir que es ella la culpable. Que es ella el virus.

Iba a deslizar arriba para retomar dónde me había quedado. Qué flojera. Si mi mente no me falla, aún no había llegado a lo de Geronimo presentándonos en nuestra ya rutinaria videoconferencia a una persona nueva. Una chica que trabajaba en casa desde La Romana, que resultaba tener sus números de desempeño en verde, hasta el punto de ser la número uno de su equipo -según Yiwonimoh, al menos-. El orgullo del entrenador es que la chica tenía dieciocho años, y podía usar eso para hacernos al Trío Dieciocho sentirnos identificados, y a los más viejos seguros de sí mismos. Disque. Creo que a todos menos a Francis le valía dos madres lo de la edad. En cuanto al apartado laboral, para ser específico.

Ustedes recuerden la razón por la que en primera instancia me había atraído Aimee. Y esta vez no era que me atraía Katerine, ella era para mí solo una voz bonita y energética que hacía vibrar esa gigantesca K que yacía donde debía de hacerlo una foto de perfil (o una videocámara, como la mayoría del grupo). Era que la misma Aimee, que ahora era algo así como mi compinche, la perra que me hacía mirar los culos de las mujeres que estaban obligadas a pasar por nuestro lado para entrar al baño, me jodía con que Katerine esto y Katerine lo otro. Que su voz, que si me imaginaba cómo se veía, que si me gustaba, que por qué me quedaba concentrado escuchándola explicar algo o las llamadas que tomaba frente al grupo y que si esto y que lo otro ¿me entiendes?

Y nos reíamos, claro, ¿qué más ibamos a hacer? Era un juego para nosotros, un relajo, como le diríamos aquí. No vendría a ser verdad que alguien, ni siquiera yo mismo, iba a sentir cosas amorosas por una K en una pantalla que vibra junto a cierta voz que resulta que tiene un bonito acento y perfecta pronunciación del inglés.

¿Pero y qué pasa si de repente se nos daba la oportunidad de conocer a tal chica? Y no que ella, por razones desconocidas, consiguiese una webcam para que todo el grupo le viese la carita que seguro era tan linda como sus notas vocales. Sino... conocerla. De verdad. En persona. Verla. Sentir su presencia.

Eso cambia un poquito las cosas, ¿no es así? Eso incrementa las posibilidades que acabo de decretar como nulas, ¿o me equivoco?

Después de todo, tú ya me conoces. Y ella... Ella es capaz de hacer a una K vibrar con tan solo el canto de su voz.

Adivinen con qué letra empieza mi nombre.

neverita ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora