18 / Termination

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Hola, Alaska. ¿Cómo estás hoy? ¿Qué te ha parecido la manera en la que escribí todo este chisme? Bien, a que sí.

No sé qué puedes estar pensando, pero sí sé lo que puedes estar sintiendo. Estás enojada. O tal vez desconcertada, preguntándote qué fue lo que hiciste mal para merecerte esto de mí. Los demás lectores pueden decir que no es la gran cosa, pero para ti lo es, porque te dije en varias ocasiones que te consideraba, fuera de mi familia, mi mejor amiga, e incluso así, no te conté lo que pasó ese domingo en el sitio de Katerine.

Si miras atrás en nuestra conversación, te habrás dado cuenta de que esos eran los días en los que estabas de visita con tu abuelo. O de parranda con esas amigas con las que subiste esas fotos, después de tu graduación, ¿recuerdas? Algo estabas haciendo que no quería tirarte mi situación encima. Quería que te relajases y no tuvieras que formular consejos a mis desdichas, a mis preocupaciones e inquietudes, muchas veces ilógicas e inmaduras. Quería que disfrutaras de los reproches de tu abuelo resfriado, o cual sea que sea la playa a la que ibas en Buenos Aires (si es que era en Buenos Aires). Después, cuando llegaste y te sentí con tiempo, yo mismo me ocupé. Había decidido que ese relato que escribiría mientras mi creatividad regresara -en lugar de Maxine Supreme, ya sabes lo que pasó con eso- iba a ser un relato sobre mí.

He vendido esta historia como una historia sobre Katerine. Pero, Alaska, yo creo que tú sabías antes de leer -en caso de que sí has leído- que eso no era del todo cierto. Katerine es la trama principal, todos lo sabemos, y todavía así, el relato comenzó conmigo..., y terminará conmigo. Literalmente como terminaron conmigo. Como terminaron mis aventuritas en los buses gubernamentales OMSA hacia Alorica, sobre la Autopista 27 de febrero.

Verás, como tú muy bien sabrás -y como todos ustedes, demás lectores, sabrán- se me pegó una gripe de los mil demonios que terminó escalando a una conjuntivitis. Podemos atribuirle la culpa al frío infernal de los interiores a los que les dedicaba más de ocho horas de mis días y a mi modus operandi (ya que el trabajo me quedaba medio lejos y tardaba tantísimo desayunando, me veía obligado a despertar temprano, por consecuente, a ducharme temprano... con agua fría), pero una gran parte de mí aún, a día de hoy, me dice que Katerine jugó un papel de prota a la hora de infectarme con el virus.

Katerine siempre estaba enferma. La verdad es que muy pocos recuerdos tengo yo de una Bespoke verdaderamente sana. Hablaba con dificultad por la acumulación de mocos en sus fosas nasales -tupida, sería la palabra que usaríamos aquí- y su respiración era pesada por la congestión en su pecho. Si no tenía la infección en el pecho, la tenía en algún rincón de su conducto respiratorio, pegado con UHU y los tapes que usa mi hermanita para sus manualidades, eso seguro. Una vez más, solo veía el Síndrome de la Gripe Sempiterna posible en mi padre hasta que conocí a Katerine. No entra en lo descabellado decir que, en uno de esos intercambios de saliva (o intercambios de fluidos provenientes de los genitales), una réplica del virus de la chica se transmitió hacia mi cuerpo y me creó esas legañas del diablo en los ojos. No obstante, antes de eso, hice algo más.

Alaska. No solo no te dije lo del cannabis y el difuso e inextricable sexo, no te dije sobre la fiesta. La fiesta que organizó Alorica para celebrar -supongo- la navidad, el viernes 23 de diciembre. Fue esa noche que desató tanto mi abandono como mi ruptura con Katerine. ¿Cuál es mi razón esta vez? Que ya sabía que escribiría Neverita, y sabía que tú querías leerla.

Tú sabes una parte, te narraré la otra. Tan breve como pueda, porque tengo la sensación de que este «relato» está dejando de ser tal y empezando a ser un libro. Eso no me gusta, es algo que te voy a explicar después, cuando hayas terminado de leer -si es que lees-.

Noche del viernes 23 de diciembre. Yo no quería ir, como es natural y como esperarías de alguien como yo. Resulta que la misma mujer que me había quitado la virginidad y reclamado mi cuerpo como suyo me convenció de ir. Aimee no se presentaría, si te lo estás preguntando, tampoco lo haría Elian. La primera recordemos que vivía en San Cristobal, y aunque sí le tocaba trabajar un viernes (a diferencia de Elian y yo), asistir a la fiesta significaría tomar transporte tarde hacia su pueblo y correr el riesgo de sufrir algún ataque delincuente.

neverita ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora