05 / Bespoke

6 1 0
                                    





Si Samsung hace una cosa bien con sus refrigeradores, es que los sabe diseñar.

Estéticamente diseñar, al menos.

Sus neveras sí que salen preciosas de mercado, eso es algo que ni aquellos clientes con siete reparaciones hechas en la hielera de las french door podría negarte (sin mentir).

Y existe un modelo en específico, producido desde no sé qué año pero moderno en efecto, que pareció haber requerido a todo el magnífico equipo cosmético de Samsung: la Bespoke.

Puedes googlearlo y te ahorras tener que tratar de imaginar algo que no conoces, pero ya que esta es la literatura y quisiera hacer de ti lo más independiente posible del internet (nunca sabemos cuando puedes estar leyendo esta vaina durante una guerra mundial o un apocalipsis zombi) te voy a dar unos cuantos detalles que diferencian el producto de los demás.

Katerine.

No hay más nada que decir. Tú solo haz de tu mente un museo del arte donde el protagonista es tu crush, el amor de tu vida, la persona más coqueta y guapa que tú has conocido jamás. Eso es la Bespoke de Samsung, y eso es lo que para mí fue Katerine en el momento en el que la conocí.

Vale, exagero un poco. A primera vista me atrajo un poquito e incluso menos de lo que me atrajo Aimee. Era interesante el misterio que emanaba su presencia, su persona, la esencia que representaba. Dieciocho años y era de los mejores agentes de todo el piso. Una mujer cuyas únicas sogas limitantes eran la distancia y la incapacidad de trabajar físicamente en el sitio. Con esos números, con ese inglés, con esa confianza, podía ser supervisora, entrenadora, incluso gerente de piso. Y no lo decía yo, lo decía Yiwonimoh.

Por supuesto que Geronimo no dejaría escapar una oportunidad para recordarnos que una señora de la tercera edad y una chica que apenas acababa de graduarse de la escuela eran más que capaces de no solo realizar el trabajo, sino realizarlo bien. Realizarlo bien y ser exitoso por el mero hecho de ser bueno. Era el mismo hombre que le vendía refrigeradores a un viejo de setenta años luego de decirle que ese sería el último de su vida. Pero Geronimo tenía competencia. Su experiencia y conocimientos se encontraban bien madurados en el trabajo, mas sin embargo, había alguien cuya personalidad era más agradable ante el grupo.

Ese viernes, decretado en el calendario como el día de Product Knowledge, no seguiríamos la rutina a la que tres semanas nos habían acostumbrado. Primero, esos trainees que tomaban la clase desde casa se les invitó al sitio para que nos acompañasen al resto; las clases esta vez serían presenciales, todos con la posibilidad de mirarnos los ojitos cuando quisiéramos. Y la persona que iba a dirigir esa clase era la mismísima dominante de la K.

No me sorprendió tanto su apariencia, no son momentos de mentirte por el afán de hacer drama; Aimee ya me había mostrado el día anterior el cómo se veía ella gracias a que la agregaron al grupo que teníamos en WhatsApp. Me pareció linda desde aquel momento, porque hay gente que simplemente son bonitas y ya, no es que sea algo reservado al uno en un millón.

Hasta que la ves en persona. Ahí las cosas cambian. No uno en un millón aún, quizá uno en diez mil.

La chica entró al espacio abierto que el entrenador seleccionó para nuestras lecciones sobre el producto. Uno a uno nos iba saludando, como toda persona con modales. Su inferior constaba de un pantalón de lana, o seda, o de estos textiles sintéticos de color uniforme rosado; la blusa que usaba era asimétrica, cuyo color, si no me equivoco, era negro. Llevaba maquillaje, ligero y elegante, como dicta su estilo; y no recuerdo si fue su mano o ese labial el primero en tocarme al saludarme.

Uno en cincuenta mil.

La abundante masa en su cuerpo se distribuía de manera tal que le otorgaba figura delicada y femenina; y el color de su piel, para mi sorpresa al saberlo de boca de Aimee, era oscuro. Agrega a todo eso su posición e inteligencia y puedes subir a su favor su rareza estimada.

neverita ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora