13 / Daylight saving

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Si en algún aspecto tenemos que hacer énfasis es en el fantasmático cariño que siente mi mamá por las personas por las que yo expongo mínima anécdota o mención positiva.

No me he parado a hablar mucho sobre José Méndes (si ese apellido termina en S o Z me trae sin cuidado), pero al final del día, cuando todo esto termina, se convierte en lo más cercano que tuve yo a un líder al que quise como a un verdadero tío. Más que al noventa por ciento de mi familia, si nos tomamos la desagradable tarea de comparar. Fue José, de hecho, el que estaba sentado en la silla de supervisor a la distancia cuando en el capítulo anterior le conté a Aimee sobre mi escapada con Katerine a Plaza. Semiramis, en esos entonces, estaba de vacaciones, y así se mantuvo durante dos semanas. Quien la reemplazó durante tanto había sido el brillante Soporte de Piso que no era Supervisor como tal porque para ello debía adherirse a un horario que le devoraría un sábado o un domingo; algunos padres solteros no pueden permitirse tal oferta, ¿me entiendes? También tienes que entender que José era lo mejor que tenía Alorica. Nadie era tan paciente, gracioso, divertido, dinámico, positivo, fluido, sabio, y nadie, nadie podía sentarse detrás de mí en una silla elevada e inspirarme tanta confianza en mí mismo sin decir una maldita palabra.

Sus tomas de control sobre llamadas (un nombre informal mío a las Sup calls, o llamadas escaladas hacia los supervisores) eran de clase mundial, tan solo empatado por, nótese la ironía, Katherine con H (los demás supervisores, según yo y terceros confiables, eran comúnmente atrapados tartamudeando y manejando pobremente los casos, incluyendo a Semiramis Clark). Era una completa fortuna tener de cerca a un hombre poseedor de tal tono de voz, vocabulario y comportamiento ante los enojados clientes americanos, y era una completa fortuna contar con él como primera prioridad (durante catorce días, al menos) de consultas generales.

José se fue a finales de noviembre o principios de diciembre, una o dos semanas antes de que todo esto se fuera a la mierda. Y no se preocupen por mi ignorancia temporal, ya iré aclarando todo esto de la cronología exacta para el último acto.

Mami oyó de José como Isabel la Católica oyó de Cristóbal Colón, si le acortamos a la reina doce años de vida o ignoramos las exageraciones. Supo sobre Semiramis y no de mala manera, no al principio. Lo mismo con Geronimo La Tortuga Ninja.

También oyó de Elian y Aimee tanto como oía de mis amiguitos de colegio en el último año y sobre Katerine la Bespoke como si Carlos Séptimo con Juana de Arco.

Automáticamente mami sabía que me gustaba esa chica, automáticamente le agradaba. No pararía de preguntarme por ella, pensaría en ella como una cuarta hija y jamás la olvidaría.

No solo eran mis sentimientos hacia la Bespoke. Verán, Katerine logró junto con Aimee interesarme por forjar una carrera universitaria. Era una coincidencia ya de por sí concebible que ambas se habían registrado en la misma institución, ¿pero que estudiaban la misma carrera? Igual de concebible, no te voy a mentir. Stephen King dijo que un hombre tiene la capacidad de creerse lo que sea así sea tan improbable. El punto no es la credibilidad, fue la influencia indirecta de ambas para motivarme. Sirvieron como información primeriza sobre la Diplomacia y mis gustos y pasiones geopolíticas me tiraron de cabeza a la Dirección de Admisiones en la Universidad del Caribe.

La felicidad que mami debió de sentir en su pecho era para hacer latir a su corazón por toda una noche y a las PPM adecuadas. Amó a Katerine. A Aimee no le dio todo el crédito que se merecía. Ese cariño vicario podía ser muy bueno o muy malo dependiendo de cómo terminaran las cosas.

En ocasiones no pintaban muy bien (las cosas). Durante los primeros días presenciales de la Bespoke en Alorica, esos que tuvo que dedicar a su entrenamiento para entrenadores, su horario de entrada y salida estaba estructurado de manera que salía a las cuatro y media o algo por el estilo (por eso solicité VTO el día de la «cita» a Plaza) y cambió ásperamente cuando tuvo su primera clase oficial: Se suponía que tenía que estar lista para las diez treinta -y digo se suponía porque la chica de armario elegante nunca ha sido a lo que sueles llamarle una persona responsable- y así mismo suponía que debía salir para las siete y treinta. Aquí el suponía era otra clase de suponía. Ya hablaremos sobre eso.

neverita ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora