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Ojos marron cafe, despiertos. Grandes bucles color ceniza enmarcando una cara redonda, con una nariz respingona. Tendría unos 3 años, si no menos.

Estaba sola e indefensa, otra huérfana victima de la guerra de Lord Voldemort, como otros tantos. Pero en su mirada había inocencia y según pudo detectar Albus, curiosidad. Curiosidad por saber de ese mundo tan cruel al que prácticamente acababa de llegar.

En algún rincón de la mente del brujo, se dijo a si mismo que era una locura, que estaba mayor para eso. Pero su emocionalidad, ganó de nuevo a su intelecto.

Cogió a la pequeña en brazos, y mirándola con una media sonrisa, le dijo suavemente:

-Venga, Olivia, vamonos a casa.




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Olivia, o Liv, para los amigos, había tenido una infancia, o mejor dicho, una vida feliz, pero inusual. Nunca tuvo una casa por hogar, tuvo un castillo. Nunca tuvo vecinos, si no elfos y profesores y cientos de alumnos mayores que ella paseándose con túnicos y enormes libros de textos por pasillos. Mucho menos tuvo unos padres al uso, si no más bien un padre adoptivo, o tutor legal, que era de todo menos usual, Albus Dumbledore. El brujo le había acogido como si fuera su hija, ejerciendo a veces de profesor, de guía, pero siempre dejando claro el punto de que él no era su padre como tal, aunque el sentimiento que existía entre ellos dos era muy similar, por no decir que el vinculo era tal cual.

Cabe destacar que como Dumbledore predijo en su momento, Olivia había sido una niña extremadamente inteligente y curiosa, y sin duda eso tuvo embobado a Albus, que jamás pensó en su vida en criar a una niña o un niño. Siendo pequeña ya demostraba un excelente control sobre su magia, pero a diferencia de otro niño que Dumbledore vio en el pasado con ese dominio, a el no le asustaba, puesto que Liv era una niña dulce, respetuosa y llena de bondad.

Cuando creció, si que se le despertó cierta curiosidad sobre sus progenitores, tema delicado para ambos, y aunque la curiosidad por saber de donde venia no se había evaporado, en realidad ella no sentía la falta de apoyo, puesto que entre Albus y su tio Aberfoth, se sentía muy querida.

Liv había vivido toda su vida en el castillo de Hogwarts, dominaba con 6 o 7 años hechizos y talentos que cualquier otro mago de su edad no habría podido, pro no era de extrañar, ya que a ella le había criado el mismísimo Albus Dumbledore.

Este le había comunicado su deseo de que, cuando llegaran sus 11 años, no realizar la ceremonia de Selección, puesto que si pertenecia de manera oficial a alguna casa, algunas secciones del castillo no estarían disponibles para ella como hasta el momento. Le había explicado que seria una alumna especial, podría disponer de la totalidad de la escuela, pero sin otros privilegios, es decir, una situación de equidad respecto a sus demás compañeros. Si que tenia su propia habitación, pero en el momento que quisiera dormir en alguna casa, tenia que comunicarlo.

Era ciertamente, una vida extraña, pero feliz.

Pero lo que no podría imaginarse Liv, ni siquiera el mismísimo Dumbledore, es que la vida de la muchacha iba a estar llena de cambios, amistad, amor, traición y dolor.

Sus primeros años de vida solo habían sido como cuando miras al mar y está extremedamente bello, y tranquilo.

La calma que predece a la tormenta.

Una tormenta gris.




𝑒𝓎𝑒𝓈 𝒶𝓇𝑒 𝓁𝑜𝓊𝒹 • La Reina de Hogwarts y el Principe de SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora