IX.- El cuento de las ánimas

170 9 89
                                    

_ Hijita.

_ ¡Mamá! _ respondió Mirabel incorporándose sobre la cama. La trilliza mayor corrió hacia el lecho de la joven y la abrazó con amor. La sabia mujer era la partera, la yerbera y la médica del pueblo. La matriarca se había ocupado de la educación de cada uno de sus hijos orientándolos a diferentes áreas del conocimiento humano de acuerdo con lo que ella consideraba que les sería útil o que estaba relacionado con sus habilidades y dones. Cuando a los cinco años Julieta adquirió su don, Alma supo por dónde tenía que crecer el espíritu de su hija mayor. Vislumbró que además de sus mágicas y culinarias maravillas, la niña tenía que aprender las artes de la curación no – mágica, por llamarle de alguna manera. Por igual aprendió la medicina hegemónica disponible en Encanto y la medicina tradicional, transmitida de generación en generación; Alma la puso desde muy pequeña como aprendiz de un viejo médico que había llegado al pueblo con el resto de los refugiados y de la antigua matrona de la región.

Madre e hija se abrazaron con fuerza, llorando las dos, una sobre el hombro de la otra. En esta nueva situación, Mirabel se sentía chiquita y vulnerable. Sabía que ya tenía a los bebés por varias razones: su periodo tenía una semana de retraso, sentía el cuerpo adolorido y le ocurrían cosas extrañas, hacía dos días, por ejemplo, se había dormido mientras platicaba con su padre, en plena sobremesa, sobresaltándose con su propio ronquido y ganándose una mirada de extrañeza de su progenitor. Pero en realidad no había necesitado nada de eso para darse cuenta de que ya había ocurrido porque simplemente lo sabía. Una extraña, profunda conciencia suya, corporal e íntima, espiritual también, se le había despertado y le avisaba que estaba hecho. Nunca se imaginó que pudiera sentirse algo como eso, cuando platicó al respecto con su prima, la única mujer de su edad que ya había pasado por eso, Dolores se habían referido sobre todo a síntomas físicos, a cambios de ánimo y altibajos emocionales, o al hecho de que, por su don, su prima había logrado escuchar el ruido de su bebé en cuanto estuvo mejor desarrollado. Pero esa intuición repentina que le revelaba con certeza lo ocurrido le sorprendía.

_ Pues mi amor, yo sí lo supe con cada una de ustedes. Me pasó lo mismo que a ti. _ Le dijo Julieta cuando Mirabel le contó lo que estaba pensando. La melliza mayor ya había revisado a su hija y, por los síntomas físicos y emocionales creía muy posible que estuviera encinta. Aunque advirtió que era muy pronto para asegurarlo, sólo lo hizo para cubrir el margen de error; estaba casi totalmente segura de su diagnóstico. Le había dado a su hija, acompañada de un vaso de leche, una galleta de nata para aliviar el malestar físico que le acarreó el desmayo que se había prolongado por haber sufrido falta de aire mientras estuvo hecha bola dentro de aquel cajón de puertas abatibles del ropero, y ahora platicaban tranquilamente sobre la cama. Julieta peinaba el cabello de Mirabel, cuya cabeza reposaba sobre su maternal regazo, haciéndole pequeñas trencitas apretadas desde el cuero cabelludo a las puntas de sus rizos.

_ Quisiera escuchar, hija mía, de tu voz lo que está pasando. Claro que estoy enterada de los hechos, de la disyuntiva que estableció el Milagro... Dolores y tu padre me lo han contado, pero lo que me interesa es que tú me digas cómo estás... Estoy realmente preocupada por ti... sé que sólo había dos alternativas y que... todos en esta casa han tratado de hacer lo mejor que han podido... para ti y para la familia, pero eso no quita que la situación sea horrible. ¿Cómo te sientes, hijita? ¿qué sientes? _ Preguntó pasando su suave mano sobre la frente de su hija menor.

Mirabel no pudo evitarlo. Se echó a llorar escondiendo el rostro en el delantal turquesa de su madre, pero, aunque realmente se sentía triste, su llanto era más de desahogo que de pena o angustia. Julieta la dejó ser y, cuando se le hubo pasado, le habló, no sólo de los hechos y cómo los había vivido (omitiendo detalles que una no le cuenta a su madre, eso sí), sino de sus sentimientos pecaminosos hacia Bruno, malnacidos en su pecho hacía dos años y que había ocultado celosamente desde entonces.

La magia juega con nosotros. (Propuesta indecorosa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora