XII.- La disyuntiva quedó atrás

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Pasaron semanas enteras, divididas entre el placer cotidiano y la búsqueda vana de algún sentido más claro en esas intrincadas profecías. Además, los síntomas de Mirabel se hacían cada vez más obvios. Incluso subió de peso visiblemente, cosa que puso nerviosos a los habitantes de la casa Maldonado, pues temían que los guarros que los acosaban sospecharan algo y se lo comunicaran a sus amos.

Afortunadamente eran aquellos unos gorilas incapaces de notar sutileza alguna y aunque la muchacha se notaba rolliza y un par de veces indispuesta, no percibieron ningún indicio de lo que ahí ocurría.

Julieta y Agustín trataban con parquedad a Bruno, y Mirabel se había convertido en un volcán de hormonas y sensaciones.

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Una noche, antes de dormir, ambos leían sobre la cama, acurrucada la una sobre el hombro del otro.

_ Cuando salgan los bebés, voy a jalar con mis manos tus testículos hasta que rujas de dolor... _ le dijo un día la muchacha a su tío mirándolo con el ceño fruncido y la mirada brillante. El libro que leía segundos antes reposaba sobre su regazo.

_ Pero... ¿qué? _ repuso el hombre, mirándola escaldado.

_ Es costumbre en otros pueblos. Mira. _ Y le mostró una lámina que ilustraba uno de los artículos del volumen que había sustraído de la biblioteca de aquella casa, una vieja recopilación de crónicas antropológicas.

...pero quizá la costumbre más vengadora

relacionada con las parturientas alrededor

del mundo la tengamos en las Américas,

es propia del pueblo huichol, o como ellos dicen,

Wixarica, en México. El marido es colocado

sobre las vigas de la techumbre y una cuerda

es amarrada en torno a sus dídimos. Su mujer

queda justo debajo de él y sujeta el otro

extremo de la cuerda que aprisiona las partes

pudendas del miserable hombre. Cada vez que

los dolores de parto, castigos de Eva

nuestra madre, aquejan a la paridora, esta tira

sin piedad de la cuerda propiciando así que su

hombre comparta su dolor...

hombre comparta su dolor

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_ Sí, mi vida. _ contestó sumiso el varón, pero acto seguido, encendiéndose quién sabe por qué, se arrimó a ella y se aferró con los dientes a su cuello como un vampiro. Su sobrina no era capaz de aguantar eso con la cabeza fría y quedaba laxa y maleable para que Bruno le hiciera el amor de esa forma que sólo él de entre todos los hombres del mundo, seguramente, sabía... La joven ya comenzaba a gemir, como siempre era incapaz de contenerse.

La magia juega con nosotros. (Propuesta indecorosa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora