XIII.- Agustín

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_ Pues claro. La tienen ustedes aquí encerrada, sin ejercicio ni otras actividades. Sólo se ha dedicado a comer... _ intervino Agustín, como si fuera lo más obvio.

_ Mire, no quiera hacerse el chistoso, querido consuegro. _ Lo atajó don Regino, amenazante. _ La situación de su hija de usté y la de su familia no está para bromas.

_ No estoy bromeando, Miranda. Es que no entendemos a dónde quiere llegar... Se presenta repentinamente y lo primero que menciona es el aspecto físico de mi hija... ¿debo creer que han cambiado los planes de ustedes porque mi Mirabel subió unos cuantos kilos...? Le mentiría si le dijera que eso nos ofende. Adelante, pueden ustedes casar a su hijo con una mujer que les resulte más agraciada... _ Agustín se descocía tratando de encausar las ideas de Regino por otro canal. Agustín era un hombre despistado, pero no uno idiota; se daba cuenta de que el primo de Pedro sabía o sospechaba del verdadero motivo por el cual Mirabel estaba más gordita. Sus intentos de aparentar inocencia eran las patadas de un ahogado.

Y es que Miranda no estaba para bromas; alzó una mano haciendo una señal con los dedos y, como consecuencia, sus hombres cayeron sobre Agustín a culatazos de rifle, uno de los cuales partió el vidrio de sus lentes y sacó sangre de sus ojos claros.

_ ¡Papá! _ gritó Mirabel, aterrada, y dio pasos con los brazos extendidos hacia su padre.

_ ¡EEEuuuufffff!! _ exclamó cuando la culata de otro rifle le dio de lleno en el vientre. Cayó pesadamente hacia atrás y se quedó tumbada, fuera de combate, de espaldas sobre el suelo frío de adoquín. Se llevó instintivamente las manos al vientre de manera protectora. Una presión como de cólicos intensos la oprimió como si llevara alrededor de la cintura y la cadera un cinturón de acero y con pinchos. No pudo evitar que un estertor adolorido y bajo saliera por su boca. Escuchó gritos y movimiento brusco a su alrededor; no estaba del todo consciente, la falta de aire la había dejado semi inconsciente.

Desde que entrara Miranda a la casa Maldonado, la joven había tratado de controlarse y no parecer sensible, culpable o, de alguna manera, embarazada, pero sentía como si lo llevara escrito en la frente, o en el vientre; como si se hubiera comido una estrella y le centellara desde las entrañas revelando su estado y hasta el nombre del progenitor. Como si toda ella expeliera el olor de su tío. Marcada desde adentro. Llevaba días con esa sensación y le había parecido sublime, hasta ahora que temía delatar su estado frente a los enemigos.

Y cuando vio a su papá ensangrentado, en el suelo, de alguna manera le pareció que era su culpa. No supo más.

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_ Y de ahora en adelante, no sean tan estúpidos como para actuar sin mi permiso. _ Escuchó la voz de Regino Miranda en la distancia. _ Recojan el cadáver y lárguense de aquí. _ ordenó, y un sonido de pasos desordenados se alejó de su radio de escucha. Sintió una mano suave y conocida que le acariciaba los rulos de la frente, una dulce mano venida de su más remota infancia.

_ ¿Mamá?

_ Tranquila, mi amorcito. Respira. Ya pasó. Abre la boca. _ ordenó con tranquilidad y le introdujo algo dulce por entre los labios. Inmediatamente sintió su cuerpo restablecerse, el vientre le dejó de doler y la cabeza ya no le daba vueltas. El corazón, sin embargo, aun palpitaba con angustia.

_ ¿Mi papá?

_ Tranquilita, mi vida, por favor. Ahora no es momento de que te preocupes... _ pero esas palabras junto con la voz ahogada de Julieta le cerraron la garganta. _ ¡Dime qué pasó con mi papá! Y... ¿dónde está Bruno?

_ Ah... ya despertó la princesa... _ escuchó las palabras de Miranda cargadas de tensión amenazante. _ Criatura, habla ahora, y por tu bien espero que seas sincera. ¿Yació mi muchacho contigo antes de marcharse? _ la ágil mente de Mirabel, aun en medio del dolor y la ansiedad adivinó el motivo de su pregunta. Quizá no estaba todo perdido... aún.

La magia juega con nosotros. (Propuesta indecorosa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora