Bruno abrió los ojos degustando y respirando el metal de la sangre. Supo que los abrió porque le dolió la cara, pero no vio nada. Tardó muchísimo en entender qué había pasado. En dar con la razón de su angustia. A su alrededor había oscuridad absoluta y nada que le diera un indicio de dónde estaba ni de por qué sufría tanto. A duras penas sabía quién era. Entonces recordó primero a una mujer embarazada siendo arrastrada sin miramientos, lejos de él, por cuatro guarros crueles y grandes y comenzó a entender.
Esa mujer era su mujer y los bebés eran suyos. Eran varios. Cuatro. ¡Era su Mirabel! ¡Su sobrina menor! ¿¡Pero cómo!? ¿Cómo habían llegado a esto? De pronto sintió como si se hubiera quedado dormido el día de la partida de la mitad de la familia y hubiera despertado en una situación horrible que no comprendía. Recordó algunas muertes, trauma, golpes, una profecía... su promesa de matrimonio rota... ¡pobre Irene! Mirabel... Una noche extraña y exultante, lo más profundo que había vivido jamás. Lo más entrañable. Y se había quedado con el alma de esa criatura. Pero ahora... ¡Dios, se la habían llevado! ¡Se la habían arrancado de los brazos! No pudo protegerla. No pudo protegerlos. ¿Qué hicieron con ella? ¿¡Qué hicieron con ellos?! ¿Dónde estaban?
_ ¡Merebeeeel! ¡Merebeeeel! _ le pareció que gritó con todas sus fuerzas y desde lo más hondo de su espíritu, pero escuchó salir de él una vocesita estertórea, sibilante. Sus pulmones sonaban como caucho desinflado. Su boca no podía articular bien el nombre amado. Tenía convertida en piedra inerte la quijada. De hecho, podía sentir cómo se abría chueca y del lado. Dolía. Dolían los labios y dolían las encías. Y ahora, conforme sus sentidos se espabilaban, sentía el peor dolor en las sienes, en las mejillas, en los ojos que le comenzaron a llorar. ¡Ah!, respirar quemaba, le quemaba el pecho y le quemaba la espalda, pero necesitaba aire y su cuerpo luchaba por jalar oxígeno a pesar del dolor. Tenía un cinturón de acero invisible en torno a la cadera y sentía como si le hubieran atravesado un tubo de metal por el cuello. Sentía las piernas como dos maderos invadidos de clavos oxidados... pero al menos las sentía.
_ Deeoo, Meremeeeel... _ y no pudo evitar sollozar con gemidos de rata, ahogados por la pena y la debilidad.
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_ Buen día, querida prima. Ten trágate eso. _ Le dijo el despreciable hombre señalando un plato nada apetecible de comida hecha sabría Dios por quién que uno de los toscos guaruras acababa de poner junto al catre sobre el que se hallaba tendida Mirabel. La muchacha miró a su captor con sus dos ojos hinchados por los golpes y las lágrimas. _ Te conviene comer. ¿O qué? ¿quieres que se mueran tus criaturas antes de tiempo? Todavía tienes unos meses para despedirte de ellos. _ La joven giró la cabeza desviándole la mirada. _ Vamos. No te hagas la remolona. Sólo fueron unos puños en la cara. De alguna manera me tenía que desquitar, Mirabelita. Tendrías que agradecerme.
Dime, ¿no crees que realmente me jugaste chueco? Te dejé sana y salva, rodeada de tu familia, no te molesté, no te toqué. No los encerré en celdas separadas ni los tuve a pan y agua. Me parece que les di una gran vida. Otro en mi lugar los hubiera puesto a menos de media ración, los hubiera puesto en cadenas o encerrados, o por lo menos con una vigilancia más estricta... vaya, les di privacidad. Podían pasearse por la casa y hacer lo que quisieran sin problema... excepto salir, claro, Les ordené a mis guardias no matarlos si no era necesario. Les dejé suficientes provisiones... ¿y así me pagaste, Mirabel? Nunca creí que fueras capaz de semejante traición, de algo tan bajo.... Y aun ahora me porto magnánimo. Podría sacarte esos escuincles a patadas, pero te doy el tiempo suficiente para despedirte de ellos. Seis meses, ni más ni menos, ¿no?
_ Porque temes que me muera si me violentas demasiado. Muerta no te serviría, ¿no es cierto? Maldito cerdo... _ Una cachetada furiosa dejó una roja mano marcada en la piel morena de Mirabel. Acto seguido y usando sus dos manazas, ángel Miranda rodeó el cuello de la joven y apretó. Apretó primero moderadamente y luego cada vez más duro. Mirabel, con los ojos llorosos y entrecerrados, veía los ojos fríos y secos de aquel primo lejano. Nunca había visto una expresión tal. No transmitían enojo, ni ira, ni nada... le recordaban a los ojos muertos de un pescado, pero fijos en ella. Si acaso sedientos de sangre, pero era una sed antigua, eterna. Su rostro ni siquiera estaba crispado o iracundo. Se notaba serio, hasta concentrado... Se parecía precisamente a los ojos de un supuesto tiburón que vio una vez en un viejo grabado. Además, sentía su poder, su fuerza. No se sintió humana, se sintió un ser pequeño e indefenso; un pajarito o un conejo en manos de un depredador. _ Jjjjqqq – jjjjjqqqqq... _ escuchó sus propias arcadas. "Es lo mejor", pensó. "No quiero seguir en este mundo tal y como está. No es que no pueda sin Bruno y sin mi familia, es que no quiero. No quiero." Pero ni bien había llegado al cabo de ese pensamiento, sintió el aire correr una vez más por sus vías respiratorias; tosió si control, se derrumbó sobre la cama, los ojos se le cerraron por completo y la sangre subió a su cabeza. A su pesar, su cuerpo luchaba sin permiso por respirar, reponerse, vivir. Llevó instintivamente las manos a su vientre hinchado y lo acarició. Abrió sus párpados. Estaba sola en la habitación con el plato de comida nada apetecible a un lado.
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La magia juega con nosotros. (Propuesta indecorosa)
FanfictionUn terrible peligro amenaza Encanto, a la familia y a Mirabel. Cuando los Madrigal indaguen en el futuro en busca de una salvación, no podrán creer lo que la magia les tiene preparado. (MIRABRUNO)