VII.- La biblioteca de los Maldonado

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Igual que la primera vez que estuvieron juntos, el sueño los venció prácticamente al mismo tiempo y se quedaron fundidos sin saber más del mundo que los rodeaba.

Despertaron varias horas después, el cielo todavía no clareaba, pero podían escuchar los chillidos de esos pájaros y bichos que pían antes del amanecer. Esta vez, Mirabel fue la primera en abrir los ojos, se sentía calientita y apacible; un aroma que le era conocido la embriagaba. Sentía sobre su cuerpo un peso que, lejos de agobiarla o lastimarla, la hacía sentir protegida y tranquila. Recobrando un poco mejor la conciencia, alcanzó a ver a la altura de sus labios los chinos negros adornados de aislados mechoncitos grises de su tío. Inhaló un poco más fuerte debido a la breve y grata sorpresa, y uno de ellos le entró a la boca y se le pegó en la lengua.

Lo escupió como pudo, no quería moverse mucho por temor a despertarlo, necesitaba tenerlo así, a su merced, dormido entre sus piernas abiertas y arropado entre sus brazos morenos. Deslizó una mano hacia arriba por la espalda de Bruno, muy lentamente, hasta llegar a su cabellera revuelta. Tomó un rizo y lo frotó entre los dedos de la mano izquierda. Inclinó hacia enfrente su cabeza, pegando la nariz a la coronilla del hombre y aspiró el humor que su tío expelía después de una noche de sudor y sexo. ¿Sería que el olor de Bruno Madrigal era el más exquisito perfume del mundo? ¿O era su alucine, proveniente de que estaba completamente enamorada? ¿Para todos los amantes el aroma del ser amado era el elixir más arrebatador? ¿O era que Mirabel amaba a su tío como nadie antes había amado jamás?

Acarició sus chinos flexibles con una mano mientras la otra reposaba en su espalda. Inclinó hacia adelante su cabeza para ver el rostro del hombre. Era una estampa tan linda que no podía dejar de mirarla: él reposaba su mejilla sobre el pecho de la muchacha; su boca estaba medio abierta y un chorrito de baba resbalaba por la comisura de sus labios formando un charquito sobre la piel morena que le servía de almohada. Su sobrina reprimió una risita, pero el ligerísimo espasmo de su tórax al hacerlo fue suficiente para despertar a Bruno. Abrió un ojo haciendo una gesticulación graciosa con las cejas y suspiró. Aparentemente sin mucha conciencia de lo que estaba haciendo, sobó como un gato su mejilla rasposa contra el seno de Mirabel, entonces algo pareció traerlo a la realidad, quizá la sensación húmeda de su saliva. Ahogó un gritó y limpió torpemente el pequeño charquito.

_ ¡Mirabel! Perdona, yo... _ dijo con su acostumbrado nerviosismo, tratando de levantarse.

_ Sshhhhhh, sshhhh _ lo interrumpió la otra apretando brazos y piernas alrededor del hombre para impedir que se moviera de su lugar. _ No pasa nada... _ le susurró acariciando otra vez su cabello. _ No te muevas, Bruno. _ Su tío obedeció con aire circunspecto, cauteloso, como si estuviera en espera de algo, incluso bajó la intensidad de su respiración. Mirabel no dejaba de peinar sus rizos con los dedos y él sentía como su cuerpo se hacía lacio y sumiso bajo los mimos de su sobrina. Los párpados se volvían pesados, pero no de sueño, sino de pura relajación. Entonces sintió que una mano le bajaba por la nuca, por el cuello, por la espalda para detenerse en el nacimiento del trasero y volver a subir, pero ahora más intensamente y marcando con las uñas su trayecto. La acción se repitió dos veces y Bruno ya no se sentía relajado; cuando la respiración de ella husmeó con fuerza sus cabellos y su frente, la tranquilidad que antes experimentara se había convertido en otra cosa. Podía sentirlo en los escalofríos que lo recorrían de los pies a la cabeza y sobre todo en el falo endurecido de su entrepierna.

Al parecer ella también lo sentía porque se escurrió un poco hacia abajo para quedar a la altura necesaria y separó sus maravillosas piernas ante él, como poniéndose a su disposición. Comenzó a mecer su cadera hacia arriba y hacia abajo ungiendo el miembro del hombre en su femenil lubricación. Lo miró a los ojos, ahora que estaban cara a cara. Él sentía un anhelo de veras doloroso por zambullirse en su interior cálido y exquisito pero su cabeza seguía poniéndole objeciones, como había hecho todo el día anterior.

La magia juega con nosotros. (Propuesta indecorosa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora