Capítulo 31

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17 de enero

Observo disimuladamente a Colin. Tiene un semblante pensativo y afligido. Lleva todo el día así, demasiado callado.

Ahora está acostado en la cama, mientras yo me encuentro organizando apuntes en el escritorio.

—Colin —lo llamo, moviéndome con la silla giratoria. No contesta, solo me mira. —¿Qué pasa, mi amor?

—No sé —miente.

Suspiro y me levanto, acercándome a él. Me siento a su lado y le acaricio la mejilla.

—¿Te preparo un baño calentito? Seguro que después te sientes mejor —propongo, aunque en realidad solo estoy intentando que salga de la cama.

No es bueno que se encierre así en sí mismo, ni que tampoco se descuide. Sé que ahora mismo no tiene ganas de nada, pero ya estoy yo para darle un empujoncito cuando él no puede avanzar por sí mismo.

En respuesta, solo se encoge de hombros.

Lo saco de la cama y le pido que coja su pijama. Entonces, me dirijo a llenar la bañera. Le echo jabón y una especie de sales de baño de color rosa.

Entra al baño, notablemente desanimado. Le quito la ropa y se mete en el agua.

Me arrodillo a su lado y, vertiendo un poco de champú entre mis manos, comienzo a lavarle el pelo. Ambos nos mantenemos en silencio mientras realizo círculos en su cuero cabelludo, dándole un masaje.

En un determinado momento, Colin se abre por fin.

—Soy un inútil —me mira con los ojos enrojecidos.

—Claro que no, Colin.

—No puedo ni ducharme solo. Si no fuera por ti, me habría tirado en la cama hasta mañana —da rienda suelta a las lágrimas.

Lo atraigo hacia mí, abrazándolo.

—Shh. No pasa nada, mi amor. Sabes que es normal, ya te lo ha dicho la psicóloga. Lo importante es que te recuperes poco a poco.

Llora sobre mi hombro y a mí se me rompe el corazón.

2 de febrero

Colin

—Que te estés quieto —me riñen las mellizas por novena vez.

—Es que no me gusta ese color. ¿No me las podríais pintar de rosita? —lo vuelvo a intentar.

—No —son firmes en su respuesta.

La culpa es mía, por aceptar cuando me pidieron jugar a los salones de belleza. Ahora tengo a cada una pintándome las uñas de los colores que les vienen en gana, por no hablar de la bruja mayor, que está llenándome el pelo de trencitas.

Si lo hubiera sabido, habría ido a cortármelo.

—Esta mierda pica —me quejo de la mascarilla facial que me han puesto.

A saber el potingue que me han echado, porque las que yo me suelo hacer no escuecen como su puta madre.

—No seas quejica —Donna me regaña.

—No me estires del pelo como si te fuera la vida en ello —le rebato.

Después de protestar un rato más, por fin me dejan quitarme la mascarilla de la cara. Lo que le sigue es maquillarme.

Eso sí que es una odisea.

—Me vas a meter el cepillito en el ojo, Leah —le advierto mientras me pone máscara de pestañas.

Entre Libros y Apuntes [Wattys2023]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora