2005: El inicio de todo.

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Estaba leyendo un paquete fotocopiado sobre estilística. Leía y con un resaltador naranja marcaba las partes que le eran importantes. Su tesis era sobre el estilo en la literatura del siglo XX, especialmente la del Boom Latinoamericano, en ese movimiento estaban sus autores favoritos. Abrió un cuaderno y empezó a escribir un párrafo teniendo en cuenta la información que había resaltado en el paquete. Luego iría a un café internet con su caja de diskettes para transcribir todas las notas que había hecho, las cuales no eran pocas. Cuando Diana Heredia se metía de lleno a trabajar en su tesis, se le olvidaba hasta bañarse y sentir el fogaje y el sudor pegajoso a pesar del ventilador le recordaban esa rutina de aseo. No se olvidaba de comer porque su madre le tocaba la puerta del cuarto y le decía:

-Mija, sal de tu cueva para que comas.

A ella le daba risa cuando su mamá le decía esas cosas. Su madre no le dejaba los alimentos en su cuarto porque consideraba que la hora de la comida debía ser una reunión familiar tan importante como ir a la iglesia los domingos. La señora se enojaba con ella porque no guardaba el día de reposo (el domingo), iba a la iglesia y apenas llegaban a casa, se encerraba a trabajar. Le decía que al Señor no le agradaba su actitud, a lo que ella le contestaba:

-Cuando sea una profesional y una escritora de renombre, me reivindico con los diezmos, ma. Mientras tanto, toca así. Y Él sabe que no lo hago por malo.

A su papá le daba risa ese comentario. No era un hombre religioso como su esposa y su hija, pero las apoyaba, y más con lo de la tesis. Le dolía no poder comprarle un computador a su retoño para ayudarle con sus trabajos, pero su salario como auxiliar administrativo a lo sumo le alcanzaba para los gastos de la casa. Admiraba a su hija Diana porque a pesar de sus limitaciones materiales, tenía las mejores notas de su salón sin tener la personalidad de un ser lambón, era ambiciosa y quería llegar lejos.

Diana se puso de pie y se estiró hasta donde pudo. Se le estaba cansando la espalda y tenía sueño. Miró la hora en su celular, un Siemens A56. Eran las ocho de la noche, había parado solamente para comer y bañarse desde que se sentó a las 7 de la mañana. Iba a la universidad dos veces por semana para verse con el asesor, uno de sus profesores favoritos del pregrado.
"Debo cogerla suave. Al paso al que voy, me desapareceré", pensó mientras cerraba todos los materiales y organizaba su escritorio. Se dió un baño y cuando se estaba secando, sonó su celular. Era Federico, su novio.

-Hola, mi animalito. Le dijo con cariño

-Hola, mi animalita- le contestó el hombre al otro lado de la línea-. ¿Cómo vas con tu tesis? Paso por tí en media hora para que vayamos a comernos un helado. Hace rato que no lo hacemos.

Ella sabía que su novio tenía razón. Su tesis iba avanzada, prácticamente finalizada; solamente necesitaba las últimas correcciones, así que podría darse una pequeña licencia para divertirse y de paso estar a solas con Federico. Era un chico de la iglesia a la que asistía, ya tenían poco más del año juntos y estaban comprometidos para casarse. Se veían como la pareja perfecta, él era detallista y amoroso, también muy trabajador. Tenía un taller de ebanistería junto a su papá, y les iba muy bien. Amaba a Diana con locura, pero era celoso y posesivo y su prometida se lo había hecho ver; hubo una ocasión en la que se pelearon por unos días y al reconciliarse ella le dijo:

-Si no cambias, me pierdes. No puedo pasar el resto de mi vida con una persona que me quiera cortar las alas.

Él no dejó los celos a un lado, simplemente los disimulaba de tal manera que ella no se daba cuenta. Era el novio perfecto tanto para los padres de su novia como para los miembros de la iglesia. Habían domingos en los que él no iba a su capilla por ir a la de ella y ella también hacía lo mismo. Iban a las fiestas de jóvenes juntos y eran la  inspiración de todos los solteros de su congregación.

Diana aceptó la invitación de su novio. Él llegaría en media hora, así que se dió un baño rápido y se puso un vestido corto de algodón, sandalias planas y unas argollas medianas. Se puso glitter en los labios y perfume en las sienes y muñecas de sus manos. Se recogió el largo cabello de rizos cobrizos en una cola de caballo y peinó sus cejas cobrizas que enmarcaban sus ojos almendrados.

Cuando salió de su habitación, encontró a Federico hablando con sus padres. Se la llevaba bien con ellos, sin embargo notaba que con su papá no tanto, veía que su papá no simpatizaba mucho con él, sin embargo lo trataba con cortesía. Él la vió, se puso de pie y la besó suavemente.
-¡Qué bueno que la saques de ese encierro, Fede- Le dijo doña Adela, la mamá de Diana-. Esa niña se me va a desaparecer.
-Primero el deber y después el placer -Dijo Diana. Y agregó:- En este momento estoy así de ocupada, pero luego disfrutaré de los frutos de este trabajo.
-Estoy totalmente de acuerdo con la niña- Apoyó Manuel, su papá-. Yo le enseñé eso, que debe ser responsable. No esperaba menos de tí. Dijo esbozando una sonrisa.
Diana le respondió mientras le sonreía:
-Gracias, papi. Además, ahora puedo salir porque llevo la tesis bastante adelantada. Mañana que le lleve a mi asesor el documento, verá que tengo mucho más de lo que me encargó- Tomó de la mano a su novio y le preguntó: - ¿Nos vamos, mi amor?
Se despidieron de los señores y salieron a la calle hacia la moto de Federico, una RX 115. Al subirse, Federico notó que a su novia el vestido se le había recogido un poco, y no podía dejar de admirar sus piernas torneadas con ese tono ligeramente bronceado que lo enloquecía.
-Es una lástima que vas a durar 18 meses como misionera y después no seguirás luciendo esas piernas para mí.
Ella rió y lo abrazó diciendo:
-Cuando nos casemos después de que regrese de la misión y tú de la escuela de suboficiales, las tendrás todo el tiempo como quieras.
Llegaron a una heladería que quedaba a unas cuantas cuadras de la casa de ella, sobre una calle transitada. Se sentaron y él pidió una copa de helado y ella fresas con crema. Hablaron de su día, él le contó sobre un multimueble que había terminado y que tenía ganas de diseñar una cama para exhibirla en la sala de exhibición del taller.
-Mi animalito, me parece excelente. Con lo talentoso que eres, no tardará en venderse. Le dijo mientras lo miraba a los ojos y le sonreía. Él besó sus labios y le dijo:
-Tú me animas a serlo, mi amor.
Ella le comentó sobre su tesis y que ya había terminado todos los puntos.
-Mañana voy al café internet que queda por acá cerca a pasar todo y se lo llevó por la tarde al profe. Espero ya me diga que estoy lista para sustentar, amor. Ya me quiero graduar.
Llegó la mesera, una chica morena algo robusta y les sirvió el pedido. Se alejó y su novio le dijo:
-Claro que sí. Has trabajado mucho. Y cuando te gradúes, podrás conseguir un buen empleo.
En ese momento, sonó el celular de Diana. Ella lo sacó de su bolso. Era Daniel, su amigo de toda la vida.
-Hola, mi Dani Dani, ¿Cómo estás?
-Bien, mi gorda- Le contestó con cariño la voz algo gutural y varonil del otro lado de la línea-. ¿Qué estás haciendo?
-Fede me sacó a comer helado ahorita.
Ella escuchó un gesto de disgusto. No le caía bien su novio desde su distanciamiento por sus celos, pero decidió omitirlo. Ella amaba a su novio y también a su mejor amigo.
-Entonces no te demoro. Gorda, necesito que mañana vengas al colegio donde trabajo con tu hoja de vida. El profe de Literatura que da en los grados superiores se va a trabajar con el Estado, y la vacante queda. Yo le hablé a las directivas del colegio sobre tí y aceptaron mi sugerencia.
-No entiendo, Daniel. Dijo con una mezcla de emociones.
-Amiga, que te conseguí empleo.
Federico miraba extrañado la escena y aún más cuando la vió reír de alegría y agradecer a su "Dani Dani" por la oportunidad. Ella le colgó, diciéndole que se verían a las 8 de la mañana en el colegio.
-¿Qué pasó, mi animalita? Le preguntó extrañado y a la vez con una sonrisa.
Diana tomó el rostro de su prometido en sus manos y le dió un beso largo y apasionado. Lo miró a los ojos y le dijo:
-Daniel me consiguió empleo como profesora en la academia militar donde trabaja. Imagínate, ¡Qué gran bendición!
Federico se sentía feliz al ver el entusiasmo de su novia y le dijo:
-Me alegra muchísimo por tí. No te has graduado y ya tienes un empleo, y en un muy buen colegio.
-Sí, eso me encanta. Me siento muy feliz, mi amor.

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