El primer día

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Contrario a lo que normalmente hacía, el domingo anterior hizo ejercicio. Se fue a un parque cercano a trotar. Ella no hacía ejercicio ese día, se dedicaba a la iglesia y a estar en familia, pero tenía algo de ansiedad por el día siguiente. Duró aproximadamente una hora y media, cuando vino a ver, ya eran las 8 y 30 de la noche. Federico se había ido de su casa a eso de las 5 de la tarde. Habían almorzado en su casa y vieron una película juntos. Diana se acostó a eso de las 9:30 después de haberse bañado y lavado su cabello.
El despertador la despertó a las 5:00 de la mañana. Se levantó, hizo algo de estiramiento y se sentó a leer las escrituras. Era algo que no hacía siempre, pero hoy era un día especial, era su primer día de clases como docente. Y no de cualquier colegio.
Entró al baño y se encontró con dos baldes de agua: la fuerza de bombeo del agua ese día no era tan fuerte como para llegar a la regadera, así que le tocaba con la clásica de la taza. No pudo evitar reír ante la situación y empezó a vaciar las tazas sobre su cuerpo desnudo. La sensación del agua era agradable y la empezó a relajar, y aún más cuando empezó a enjabonar su piel.

Terminó su baño, se secó, fue al clóset y escogió el uniforme que por horario le tocaba ese día. Era el azul celeste. Se puso la falda, la blusa, se recogió el cabello en una cola de caballo alta y se maquilló suavemente excepto los labios, los cuales los coloreó con una labial café con tono rojizo, sin embargo el color no era tan escandaloso. Al terminar de vestirse, se miró al espejo: era una mujer con una figura esbelta, de caderas pronunciadas y piernas firmes y torneadas, senos medianos y redondos, con un vientre plano y firme, claro está, no era solamente la genética, también el ejercicio diario y el baile le habían ayudado a mantenerse de esa forma. Toda su figura se veía elegantemente adornada  con el uniforme que hormaba perfecto a su cuerpo y resaltaba sus curvas. Si bien tenía la gracia y delicadeza de los genes europeos paternos, poseía también la voluptuosidad y sensualidad de los genes caribeños de su madre, lo que siempre hacia que nunca pasara desapercibida ante la mirada de los demás. Se puso un poco de perfume en las sienes, agarró su suéter, organizó su bolso y salió directo al comedor.

Su mamá la estaba esperando con el desayuno: pan, huevos y jugo de fruta. Al poco rato llegaron sus hermanos, cada uno listos para ir a la universidad y su papá llegó de último. En el desayuno hablaron de su día y de lo emocionados que estaban con el primer día de Diana. Ella se sentía muy feliz.

-Te podré ayudar con los gastos de la casa de mejor manera, papi. Le dijo a su papá.

-Yo me alegro mucho por eso, pero también debes preocuparte por ahorrar para que puedas construir tu futuro. Le respondió su padre.

Su mamá estaba feliz. Si bien Diana no era la hija que hubiera deseado (una mujer algo sumisa, más femenina en su opinión, dedicada a la iglesia y más religiosa), se sentía orgullosa de sus logros y de lo lejos que quería llegar, además de su férrea escala de valores, la cual contrastaba de forma particular con su mentalidad abierta y contra sistema, lo cual en ocasiones le había causado más de un dolor de cabeza. La veía tan hermosa ese día, se veía tan radiante y tan llena de expectativas que le asustaba que se desilusionara, porque ella sabía que en ocasiones las grandes expectativas desembocan en grandes desilusiones.

Después de desayunar, agarró sus cosas y salió de su casa. Eran las 6:20 de la mañana y desde ya pintaba que el día sería soleado. Cuando cerró la puerta de la calle, sonó su celular. Era Federico. 

-Buenos días, mi animalito. Le respondió con una sonrisa.

-Buenos días, mi animalita. Te llamo para desearte un primer gran día lleno de muchos éxitos, que Nuestro Padre Celestial te guíe para  que puedas llevar a cabo tu labor de manera exitosa, mi amor.

Diana, evidentemente conmovida por la llamada de su novio, le contestó dulcemente:

-¡Ay, mi Fede! Eres mi más grande bendición. No te imaginas cuánto te amo y lo feliz que me hace tu llamada. Gracias mi amor por tan hermosos deseos. 

Mi cadeteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora