El domingo antes del día 1

30 2 0
                                    

La noticia del contrato de Diana con la prestigiosa Academia Militar Inocencio Chincá fue una noticia en los pasillos de la iglesia todo gracias a su mamá, la cual se sentía muy orgullosa del logro de su hija mayor. Las Mujeres Adultas Solteras la miraban de reojo como a un bicho raro, ya que la meta de muchas era casarse con un misionero recién llegado de su misión con honor y tener un hogar con hijos, permaneciendo en la casa para criarlos. Las Adolescentes Virtuosas la miraban como una especie de modelo a seguir en secreto, ya que veían en ella una especie de rebelde, aunque por fuera tuvieran que permanecer en silencio. Los miembros de la Junta de Ancianos y los Jóvenes Valientes veían en ella al prototipo de mujer que permanecería soltera, si bien admiraban su tesón y ganas de salir adelante. Ese domingo, ella podía sentir las miradas de todos, al igual que las felicitaciones que eran honestas y las otras cargadas de envidia. Es increíble pensar que en un sitio donde los sermones y enseñanzas sobre el amor a Dios pulula por doquier, sentimientos llenos de oscuridad convivan en perfecta armonía. Pero bueno, la religiosidad por lo general no es sinónimo de espiritualidad, y Diana lo sabía muy bien, por algo era considerada la "oveja negra" de la Iglesia de Dios de los Últimos Tiempos, a la cual pertenecía desde que recordaba.

Para su novio Federico fue una mezcla de emociones. Por un lado, se sentía feliz de que su novia tuviera semejante empleo antes de graduarse; pero por otro lado sentía el fantasma de siempre, el temor de que lo dejara. Él sabía que ella era superior a él en muchos aspectos, era casi una profesional, talentosa y no era una mujer sumisa como todas las de la iglesia, si bien era una persona de fe. Él veía como los hombres la miraban, su novia era una mujer hermosa, abierta, intelectual, y sabía desenvolverse en cualquier contexto, tenía clase y estilo. Y él...Pues era un ebanista que había dejado a medias su carrera de ingeniería de sistemas, decepcionando un poco a sus padres. Ganaba muy bien, pero no tenía el roce de su prometida y ese abismo se iba haciendo cada vez más grande. Por ello, decidió retomar un sueño que tenía: retomar la vida castrense que había abandonado cuando se evadió del servicio militar a los 4 meses de haber jurado bandera, e ingresar a la escuela de suboficiales de la marina. El pequeño problema: resolver su situación de remiso, la cual no era para nada fácil.

Sus inseguridades se centraban en el tipo de hombre con los que Diana estuvo acostumbrada a salir, flirtear y hasta tener un noviazgo: profesionales, intelectuales, atractivos, de mundo. Y él hasta cierto punto era todo lo contrario (era un hombre algo atractivo, alto, delgado, de labios finos, pero no era un lector ávido, se empeñaba en llevar una vida algo simple), de ahí que su última desavenencia casi le costara la relación con ella, solamente porque Diana se encontró en un bar con unos amigos del colegio, entre ellos un antiguo pretendiente. La discusión fue tan fuerte que ella no le dirigió la palabra en dos semanas y sus amigos prácticamente lo aislaron.

Tuvo que reconocer que tenía un problema de celos y agachar la cabeza. Su novia le advirtió que sería la única vez que le perdonaría algo así, de lo contrario no regresarían jamás. Y en el tiempo en que llevaban juntos, se había dado cuenta de que era capaz de cumplir esa promesa. "No sirvo para aguantarle maricadas a nadie" le dijo con tono firme. Sin embargo, no podía evitar sus celos, y en cambio, había aprendido a disimularlos, pero no sabía hasta cuándo podría hacerlo, porque él se sentía su dueño y le disgustaba la idea de tener que compartirla con otras personas.

En la iglesia, Diana tenía a dos amigas: Marcela y Catalina. Marcela era la recepcionista de una empresa que funcionaba en la ciudad y era la única miembro de la iglesia en su familia, y Catalina había nacido dentro de la iglesia, era la hija del obispo de la capilla a la que Diana asistía. Estudiaba cocina y organización de eventos y era la que dirigía la música en las reuniones sacramentales. Ella era el modelo de mujer religiosa y virtuosa a la que muchos hombres de la iglesia aspiraban, si bien no era en sí una auténtica beldad, contrario a sus amigas Diana y Marcela. Ellas estaban reunidas en el baño de damas después de la reunión sacramental celebrando el logro de Diana como si fuera el suyo propio.

-Amiga, me siento muy feliz por ti- Le decía Catalina- Se que siempre has querido tener un trabajo más estable y Dios te ha bendecido muchísimo, especialmente porque esto te ayudará a alcanzar tus metas y a terminar tu ahorro para irte a la misión. Son muchas bendiciones.

-¡Y qué bendiciones, Cata! - Habló Marcela-. En la Academia Militar no hay presa mala, ni los pelaos de grados superiores ni los militares, es hermosa la vista.

Diana y Catalina no pudieron contener las carcajadas ante lo que había dicho Marcela. Esta agregó: -Imagínate que nuestra amiga aquí presente se encuentre con un militar de tres soles, atractivo, sexy, inteligente y dispuesto a convertirse y esperar hasta el matrimonio para poseer a este monumento pelirrojo...

Diana se había puesto roja y Catalina aún más roja con los comentarios de Marcela. Ella era una chica que no había nacido dentro de la religión tal y como Diana y Catalina, había llegado cuando cumplió dieciocho años (tenía vida sexual activa desde los catorce) y ya tenía veinticinco. Las tres eran muy unidas y se apoyaban en todo. Marcela se reía de solamente ver la reacción de sus amigas y eso le divertía.

Diana sabía cuál era el verdadero trasfondo del comentario de su amiga, y era su resistencia contra Federico. Nunca había confiado del todo en él y ese sentimiento se profundizó con la pelea que tuvieron y que casi acaba con su relación. Cuando se reconciliaron, Marcela le dio un abrazo y le susurró al oído: -Si le vuelves a hacer algo así o cualquier otra cosa que la haga sufrir, te juro que te parto esa nariz de Gonzo con el primer balón que se me atraviese. Luego se separó de él y vio en su mirada que, no solamente había captado el mensaje, si no que no gozaba de su simpatía. Desde entonces, ella veía esa situación y sentía que no podía hacer nada y que quien debía resarcirse era su novio. Así que se dedicó a gozarse la broma de su amiga.

-Estás loca, Marcela- le decía Diana entre risas-. Solamente a ti se te ocurren esas vainas.

-Cualquier tipo es mejor que el baboso ese que tienes de novio. Contestó con desdén.

A la salida de la iglesia, cada quien agarró por su lado: Catalina con su familia, Marcela caminaba a unas cuadras hasta llegar a su casa y Diana se iba con su mamá y sus hermanos. Su padre los esperaba en casa con el almuerzo hecho y pasaban un momento agradable en familia. Luego Federico iba por la tarde a visitarla hasta las siete de la noche y ella regresaba a su cuarto a trabajar en las correcciones que el asesor había hecho de su tesis. Se quedó tan impresionado por el avance de la tesis que solamente le hizo anotaciones a la aplicación de las normas y detalles en la redacción. Le dijo:

-Dianita, cuando me dijiste que habías avanzado en el trabajo, no pensé que tanto. Tu trabajo está terminado, ya después de que entregues estas correcciones que no son la gran cosa, lo remito al jefe de investigaciones para que te asignen el jurado. Ya estás en la recta final, mija.

Su emoción fue grande al escuchar las palabras de su asesor, ¡faltaba poco para su ceremonia de graduación, podría alcanzar la ceremonia de mitad de año si se esforzaba mucho más! Y entonces, podría irse a la misión, luego regresar para hacer su maestría y casarse con Federico. La idea de que todo eso se pudiera consolidar era algo que la hacía transportarse lejos en sus sueños que le mostraban en un futuro no muy lejano que retornaría con honor de la misión siendo una profesional, haría su maestría en lingüística en una universidad del extranjero y también se casaría con su amado Federico, quien sería un suboficial de la marina.

Pero debía aterrizar. Las correcciones, por muy simples que fuesen, no se hacían solas, le tocaba hacer su parte para mañana por la mañana, aprovechar la red del colegio y enviarlas al correo de su asesor. Lo bueno es que ya tenía computador a su disposición, no el suyo propio, pero sería una gran ayuda. Se sentía motivada y a la vez nerviosa con lo que se iba a encontrar en los salones de clases y pensaba que no iba a dar la talla.

Mientras escribía, pensaba en su primer día mañana. ¿Cómo serían sus estudiantes? ¿Sería igual que en los talleres que había dictado con las fundaciones que había trabajado? Y de pronto, recordó a ese muchacho de ojos claros y su mirada penetrante. Ningún hombre la había mirado así, no siquiera su prometido y era una sensación sobrecogedora, de hecho, nunca había visto a un hombre con ese tipo de belleza: era refinado y a la vez demostraba fortaleza y dominio. Marcela tenía razón, en ese lugar la mayoría de los hombres eran hermosos, pero ella tenía muy clara las cosas: allá iba a hacer su trabajo y ya era una mujer comprometida.

Mi cadeteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora