Laureada

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María Domínguez no resistía la presencia de la nueva profesora de Castellano. Era algo que se esforzaba por disimular, pero tarea imposible. Era una mujer joven, bonita, culta, y se parecía a ella. Sí, a ella, la profesora de hace muchos años, solamente que la de ahora tenía la piel un poco más oscura y el cabello más rizado, tampoco tenía pecas. Desde que la vio por primera vez en su oficina, disimuló su sorpresa al verla, eran muy parecidas. ¿Y si fuera su hija? No, imposible, ella no tuvo hijos. Eso lo sabía muy bien, se cercioró de ello hace muchos años. Pero no podía resistir su presencia. Le recordaba mucho a ella, esa profesora extranjera que estuvo hace años aquí, igual de irreverente y de espíritu libre. También era buena en lo que hacía, no tanto como ella, ésta apenas está iniciando su experiencia laboral, y ella tenía ya tiempo enseñando. Su presencia le repelía, le recordaba lo vivido. Tenían el mismo desparpajo y esa manera de ganarse a todo el mundo. Debía estar alerta, no iba a permitir que hubiera otra persona así en el colegio nuevamente, eso podría romper la dinámica que ella misma había impuesto como coordinadora. Los docentes debían ser dignos de respeto y temor, no entendía esa tendencia de ser tan "carismática" que tenía la licenciada Heredia, eso traía caos y desorden.

Pero lo que le había dicho Otero sobre el incidente con Aguado había sido la tapa: le había gritado. Aguado era el hijo de un hombre importante y hasta peligroso, no lo podía permitir. Así que tomó la decisión de vigilarle una clase, ya su espía Otero le había dicho en ocasiones que no sabía imponer el orden, en su clase solamente se escuchaban risas y conversaciones, los estudiantes no permanecían en silencio. Obviamente, ella no iba a vigilar su clase, enviaría a uno de los militares. Hablaría con el recién llegado, el mayor Ramos, para que le vigilara una clase. Sí, eso sería lo más conveniente. Eso convencería al rector, si bien ella era su sobrina política, sabía que no era de su agrado y que estaba trabajando allí por su tía, la esposa del coronel Caboana. Además, su hermana mayor siempre había estado detrás de su puesto como coordinadora, y Caboana le tenía en alta estima. Era hora de demostrar su valía y autoridad.

Pero hoy no iba a poder hacerlo. La licenciada Heredia estaba por fuera del colegio, debía sustentar su tesis de pregrado y había pedido ese día libre. Si algo había que abonarle, era que jamás faltaba a clases, siempre era puntual, y había mostrado recursividad cuando puso a trabajar a dos grupos de diferentes grados a la vez, nunca había visto eso en un profesor, ni siquiera en los de mayor experiencia; y ese día de permiso lo tenía más que merecido, no podría ser injusta. No era el mejor modelo a la hora de presentar los preparadores, no los presentaba tan detalladamente como otros profesores, solamente se limitaba a poner lo necesario y eso le enervaba. Quería saber todo lo que se hacía en sus clases, porque así lo hacían sus profesores en el bachillerato.

La decisión estaba tomada: le vigilaría una clase y eso le daría elementos de juicio para pedir su cabeza. Ya había visto algunos prospectos para reemplazarla, no podía permitir ese caos. "Profe Mayito, no me siento bien en clase con ella, creo que no satisface mis necesidades académicas y promueve la preferencia y la segregación". Esas palabras de Otero le habían retumbado en la mente, fueron una invitación a empezar a vigilarla; además, David Otero era un estudiante íntegro, de rectos valores, nunca le mentiría. No tendría a alguien como ella nuevamente en su colegio, iba a romper la paz que tanto le costó, y no era solamente en su colegio, también en su vida privada.

Salió de su oficina y decidió caminar por los salones para dar la acostumbrada ronda. Al caminar por los pasillos, sintió la clásica tranquilidad de los pasillos: todo en silencio, solamente se escuchaban las voces de los profesores dictando su cátedra. Y es que así debía ser -según ella- una clase, el estudiante recibe el conocimiento, y si bien debe analizar y discutir, es el docente el que dirige su materia, es quien sabe todo y es el experto indiscutible. Además, un día sin la profesora Diana se notaba inmediatamente en la sección de bachillerato, lo pensaba porque apenas sonó el timbre para el receso, todos los estudiantes salieron a descanso y se sentía algo diferente: era como antes de que ella llegara, los cadetes se sentaban a conversar, era algo pausado y no había docentes por ahí, solamente los que les tocaba el turno de la disciplina y siempre estaban vigilantes, hablando con los estudiantes, pero marcando una distancia en donde "usted es un estudiante y debe respetarme y verme a distancia como alguien de autoridad". Para María Domínguez, un docente no debería interactuar más allá de lo estrictamente necesario con un estudiante si el estudiante necesitaba un consejo, para eso estaba el área de psicología. A ella la habían educado así, y todo salió muy bien: era profesional, con un hogar estable y dos hijos.

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