Charla de Adultos Jóvenes

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Marcela, Diana, Octavio y Andrés estaban afuera de la capilla, ya había finalizado el servicio del domingo. Los miembros de la  iglesia  estaban congregados en grupitos alrededor del jardín exterior charlando, otros esperaban frente a la oficina del obispo a ser llamados para entrevista o para preguntar cualquier cosa. Los chicos estaban esperando a Catalina que hablaba con una señora regordeta que la había retenido para preguntarle algo. Apenas se pudo librar de la conversación, llegó hasta donde estaban sus amigos. Andrés le dijo:

-¡Ay, Cata! Te juro que quisiera tener tu paciencia para tratar con personas como la hermana Navarro, esa señora es insoportable.

-No tanto como tú, pendejo- Le regañó Diana. Y agregó, dirigiéndose a Catalina:  -. Pero sí es verdad, tú eres todo dulce. No entiendo cómo toreas a gente de todo tipo, hasta con mala vibra.

-De la misma manera en la que tú lo haces con tus estudiantes, Red Diana. Le contestó con dulzura.

Diana veía a su amiga Catalina y su ternura y dulzura la conmovían. A veces deseaba ser un poco como ella, con ese amor desinteresado por los demás, con esa piedad y seguimiento obediente de las normas. En ocasiones pensaba que su mamá deseaba que Catalina fuese su hija en vez de ella, si bien sabía que la amaba, pero ella era una mujer con una mentalidad más abierta y de avanzada y la señora Adela era más conservadora, no podía manejar la manera de ver el mundo de su hija, y automáticamente sus personalidades chocaban. Admiraba profundamente a su amiga y siempre había pensado que  era mucho más hermosa que ella. Y no podía negar que en ocasiones, sentía un poco de envidia de ella, de su piedad y de sus valores como mujer miembro de la iglesia.

-A veces se me vuela la piedra y me enojo y les digo de todo, Cata. No te creas, ellos son cosa seria. Le respondió con una sonrisa. 

Siguieron hablando de cosas de la iglesia, entre esas, la charla de adultos jóvenes que tendrían esa tarde a las cinco en el centro regional. Asistiría un poseedor del Sacerdocio Mayor y su esposa, y estaban discutiendo el tema de la charla.

-No sé si son cosas mías- comentaba Octavio-, pero pareciera que en ocasiones  las charlas tuvieran como objetivo meternos el matrimonio por los ojos. Hasta que yo no termine la carrera y no tenga una muy buena estabilidad económica, no me caso. ¡Ni por el carajo!

- Creo que nadie aquí, te lo aseguro, pelaito. Le respondió Marcela con cariño. Y agregó en son de broma.- A excepción de Cata.

-Ni loca- Respondió riendo-. Quiero tener mi propio restaurante y servicio de banquetes. Y cuando mi negocio esté posicionado, ahí sí pienso en ello. No me quiero casar con cualquiera. 

-Hola, mi animalita. 

Todos voltearon a ver de dónde provenía la voz. Era Federico. Vestía de traje azul claro y corbata azul oscura y traía en sus manos un ramo de margaritas. Andrés le susurró a Marcela y Octavio.

-Llegó el perro arrepentido con el rabo entre las patas.

Su hermano y su amiga tuvieron que reprimir la risa. Diana lo veía con frialdad y le respondió con un hola bastante neutral. Catalina no podía dejar de ver a Federico, el cual no dejaba de ver a su prometida. Lo saludó con cariño y le dijo a sus amigos:

-Creo que debemos dejarlos solos, ¿No creen?

Andrés respondió con su clásico humor irreverente:- Vámonos, que aquí estamos estorbando- Se dirigió a Federico susurrándole:-. Uy, cuñado, te toca duro, la cagada fue monumental.

Federico le sonrió algo apenado y se marcharon al tiempo que Catalina le pegó a Andrés en la cabeza mientras lo regañaba diciéndole "No seas imprudente, siempre sales con esas". Caminó hacia Diana y le dijo:

Mi cadeteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora